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El voto cautivo emigra a Madrid

Marcha del SAT para pedir que se eliminen las peonadas mínimas. /Archivo

Isabel Pedrote

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La nueva normalidad ha resultado ser un género mestizo, como la tragicomedia en el teatro y la comedia dramática en el cine. Conviven y se mezclan pulsiones contrapuestas: la desgracia y el dolor con el sarcasmo y la parodia, lo trascendente con lo trivial, la política de altura con la ruindad, el sosiego con la bronca áspera; y nos sentimos conmovidos y enfurecidos a partes iguales. Vivimos sin apenas asombro una realidad poliédrica que por sus muchos flancos vaticina casi en exclusiva fatalidad, pero en donde, y pese a todo, el interés electoral prevalece sobre los daños sanitarios y económicos. Algunos partidos no han dejado en ningún instante de cruzar tablas de encuestas y mirar a la población más como seres votantes que como seres humanos, adecuando los discursos a lo que creen que van reclamando las urnas.

Observen el recorrido del Ingreso Mínimo Vital. En un primer momento, la reacción del arco derecho fue salir con sus trompetas apocalípticas a proclamar la desintegración del orden natural de las cosas, aunque enseguida las voces atronadoras languidecieron y se perdieron por las ramas de las competencias autonómicas al calibrar la impopularidad que reportaría abominar de una política bendecida por organismos tan poco izquierdistas como el Banco Central Europeo o el FMI. Algo parecido ocurrió con los ERTES o las ayudas a los autónomos que, mal que bien, han frenado el derrumbe brusco de la estructura. Solo Vox ha mantenido enhiesta la espada flamígera contra los infieles que dicen que arribarán desde el otro lado del Mediterráneo para arrebatar a los españoles lo que ellos han apodado de forma hiriente “cartilla de racionamiento”.

Sin embargo, ya descuella entre quienes han visto frustrado su deseo de vuelco político (que desmienten los últimos sondeos) una estrategia más refinada: la teoría de la red clientelar y el apoyo comprado. De eso sabemos mucho en Andalucía, el mantra del voto cautivo que rodó durante lustros como principal justificación del fracaso crónico de la derecha en esta tierra ha subido finalmente a Madrid, igual que lo han tenido que hacer miles de personas para buscar una oportunidad tras la ola recentralizadora que trajo la anterior crisis. El talento no es lo único que emigra, también la manera de exculparse y despejar balones. Los ideólogos son los mismos: los creadores de “la paguita” y la “sopa boba”. Les he leído y escuchado diatribas que ponen los pelos de punta por el clasismo destilado y una falta de sensibilidad rayana en lo ofensivo.

Es cierto que la leyenda de los subvencionados del PER (que además de suponer una cantidad ridícula y ser de competencia estatal, ha contribuido a que no se vaciaran los pueblos) le funcionó al PP, pero de Despeñaperros para arriba. Tampoco tiene demasiado mérito: en la mitad norte de España entusiasma el estereotipo del andaluz desarrapado e ignorante que se deja engatusar por un trozo de pan; recuerden: las famosa pitas-pitas, aquella desdeñosa onomatopeya con la que Esperanza Aguirre nos equiparó a las gallinas cebadas. Pero en Andalucía fue un desastre. Nunca hizo fortuna, y Javier Arenas, que abanderó tan endeble excusa, jamás llegó a tocar poder, mientras que el PSOE duró casi 37 años en la Junta. Lo que no quita que los andaluces sigamos arrastrando el estigma de juerguistas paniaguados como un galeote su cadena.

Ahora el clientelismo (qué término tan socorrido) como explicación al chasco de las expectativas electorales, que en varios sectores ha caído como un cubo de agua helada, se exporta a la metrópolis. Nada importa lo que digan los hechos: una pandemia ha colapsado el mundo de repente, España dobla la tasa media de pobreza de Europa y somos el último país en sumarse al Ingreso Mínimo Vital de la veintena que ya lo tienen. Los españoles están ebrios de “economía subvencionada”, van tras el “subsidio a la obediencia” (Daniel Lacalle dixit) como los niños seguían al flautista de Hamelín, hipnotizados con el proteccionismo de un Gobierno que paga los sufragios como los antiguos caciques. Este es el nuevo hit parade del voto cautivo recauchutado. Ahí lo llevan.

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