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Madrid nos mata

Imagen de archivo de Madrid.

Isabel Pedrote

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La crisis financiera que descabalgó de golpe a España entera del sueño de los equilibrios situó a las regiones con menos solidez económica lejos de la nube de las conquistas trabajosamente alcanzadas, como si se tratara de una fiesta de excesos y despilfarro a la que juiciosamente había que poner fin. Se acabó el recreo, vinieron a decir los partidos que nunca creyeron mucho en la arquitectura autonómica, y que además debían competir en el mismo espacio con los que nacieron precisamente para combatirla. De modo que la lógica centralista se impuso como la receta más cabal. Sus aparatos han seguido internamente el esquema a pies juntillas y las estructuras territoriales de las formaciones sólo pintan algo si juegan a favor o en contra de la autoridad central, el mando supremo. Y lo peor es que la argumentación del centralismo redentor de dispendios se ha interiorizado mansamente como algo necesario y saludable. 

El fenómeno se repite en todos los ámbitos, desde lo político y económico a lo cultural y universitario. El talento de la periferia se ve forzado a emigrar en busca de oportunidades a la par que crece en habitantes y riqueza la metrópolis de Madrid, según los estudios, la más beneficiada en el nuevo mapa de desigualdades que ha dejado la Gran Recesión y que año tras año se expande como una plaga incontrolable. No es únicamente la España rural la que se vacía, también se han descapitalizado las comunidades autónomas, que padecen la hinchazón madrileña en forma de diáspora de jóvenes que no tienen más alternativa que irse fuera, a veces ni siquiera para prosperar, sino simplemente para sobrevivir. Los datos son abrumadores: en 2018 casi 41.000 asalariados de otras zonas se trasladaron a allí, además de arrebatar a Cataluña el papel motriz de la economía española, en parte por los deméritos de los propios gobernantes y el éxodo de sedes sociales de las empresas.

En la pérdida del peso político de Andalucía y su visibilidad ha sido determinante la crisis de los medios de comunicación que devino en una escabechina masiva de emisoras y diarios locales, y el desmontaje de las delegaciones de los principales periódicos nacionales. La mirada informativa de Madrid a Andalucía está repleta de prejuicios: interesa la crónica de sucesos, el tópico graciosete del calor o las movilizaciones obreras suplicando pan, si puede ser con la estampa de jornaleros irredentos, que dan mejor el tipo y son más fotogénicos. Siempre fue así, pero ahora se considera natural. La política y los políticos han desaparecido: al presidente Moreno Bonilla se le ve de pasada esporádicamente como barón replicante de Pablo Casado, mientras que Susana Díaz atrae foco si se pelea con Pedro Sánchez, y como atraviesan una fase empalagosa, pues no sale, a no ser que se aborde su relevo. Es tan así, que ella, de hecho, se hizo famosa al tratar de saltar a Madrid. 

Los periodistas siguen marchándose por decenas al centros neurálgico del Reino (aquí vienen de vez en cuando con el pack de jefatura puesto), igual que lo hacen cientos de universitarios. Una investigación del Centro de Estudios Demográficos de la Autónoma de Barcelona señala que todas las comunidades los pierden salvo las dos grandes urbes. Se podría pensar en la metropolización de la economía -un proceso que, a decir de la ONU, en 2050 hará que siete de cada diez habitantes del mundo vivan en ciudades--, pero lo que está pasando transciende este fenómeno. No se trata de que disminuya la población, sino de la hemorragia del sector más cualificado. Por supuesto que está la capitalidad, la concentración de empresas (el 65% del Ibex 35 está en Madrid), la sobrefinanciación, el dumping fiscal, o que la propia actividad genere un efecto dominó de dinamización y atracción de capacidades e inversiones.

Hay un océano de variables que explican esta tendencia global. La cuestión es que el centralismo no ayuda; muy al contrario, resulta una visión alicorta que, en lugar de solucionar mágicamente entuertos y poner orden, empobrece y provoca que la brecha ensanche hasta el infinito. La riqueza per cápita ha crecido en Madrid un 3% anual desde 2015 hasta alcanzar en 2019 los 35.000 euros por habitante (la media española es de unos 26.000, y de Andalucía, 19.000). A mediados de los ochenta había una revista de la movida que se llamaba Madrid Me Mata, ahora creo da nombre a un bar. Si no se pone remedio, el lema de cabecera de esta gaceta, que leía con devoción --junto con La Luna de Madrid-- cuando iba a examinarme (en efecto, entonces no había facultades de Periodismo en Andalucía) va a ser una profecía hecha trágicamente realidad.

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