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Asedio al feminismo

PSOE-A pedirá en el próximo Pleno que el Parlamento apoye el feminismo andaluz y el 8M "sin renunciar" a lo conquistado

Pablo Morterero

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Afortunadamente, en los últimos dos, tres años, el debate feminista ha desbordado los espacios asociativos y académicos de antaño para encontrar acomodo no sólo en las redes sociales sino, sobre todo, en medios de comunicación on-line, los cuales han creado secciones específicas sobre feminismo.

Esto, por supuesto, no ha sido casual. Es el resultado de un trabajo tenazmente desarrollado por cientos, miles de activistas e intelectuales, así como al acierto en la elección de los ejes reivindicativos, donde, por ejemplo, la lucha contra la violencia machista ha hecho abrir los ojos a muchas mujeres, y a no pocos hombres. Pero como todo en la vida, la “socialización” de esta lucha también ha traído efectos no deseados en varios sentidos.

Uno, previsible, ha sido la sobre-reacción de las fuerzas ultraderechistas, que ha colocado en el centro de la diana a las feministas y sus reivindicaciones. En este sentido, el término “feminazi” ha sido uno de los éxitos terminológicos de la ultraderecha para demonizar esta lucha.

Pero otro, que a mí personalmente me ha cogido por sorpresa, ha sido la reacción de no pocas destacadas mujeres feministas, que tanto han aportado a la lucha por la igualdad. Intelectuales de la talla de Victoria Sendón de León, Carmen Domingo, Luisa Posada Kubissa y Alicia Miyares, por poner cuatro ejemplos recientes, han publicado artículos donde denuncian las estrategias que cuestionan a la mujer como sujeto político y que, a la postre, cuestionan la propia la lucha feminista. Es evidente que se trata de una legítima preocupación, con la que cualquiera puede empatizar.

Artículos como Borrar el “sexo” y a “las mujeres”: delirio y misoginia, de Alicia Miyares, El feminismo tiene que ponerse a pensar, de Luisa Posada, En defensa del Partido Feminista, de Carmen Domingo, o El entrismo en el movimiento feminista, de Victoria Sendón, producen la impresión de haberse escrito por personas que se sienten amenazadas por un enemigo que nunca duerme. Escritos articulados entorno a la idea de que existe un ataque organizado contra el feminismo al que hay que pertrecharse intelectual y moralmente, y al que hay que plantear batalla incluso utilizándose términos bélicos.

Y sorprende que sitúen como enemigo, que agazapado está preparando el asedio del feminismo, no a la reacción de la ultraderecha, no a los think tank del neoliberalismo, sino al lobby gay  que presuntamente usa  como arma de destrucción masiva la teoría queer.

Como hombre homosexual activista, que se ha manifestado públicamente como “aprendiz” feminista, estos argumentos me producen un terrible impacto, rozando la ansiedad. Pero si algo he aprendido de mis amigas psicoterapeutas, es que los señalamientos deben ser tenidos en cuenta, aunque sea para posteriormente descartarlo si tras ser meditados no nos convencen. Por eso, me he preguntado ¿será cierta esta argumentación, y desde mi ignorancia estoy contribuyendo a descabezar la lucha feminista que admiro y reconozco?

Por eso, en primer lugar, he querido centrarme en el aspecto formal, en las palabras que tejen los argumentos. Como bien sabe el feminismo, la elección de adjetivos y sustantivos no es inocente.  La utilización de un término u otro determinan y condicionan los pensamientos, y su elección se convierte así en parte esencial del discurso. Porque corrigiendo a Sendón, no es “que cierto lenguaje puede llegar a ser performativo” sino que, por definición, todo lenguaje lo es.

Si en el pasado el movimiento feminista ha sido capaz de promover un discurso narrativo propio, no deja de sorprender que de la lectura de dichos textos se perciba trazas de discursos narrativos promovidos desde el neoliberalismo. Uno de ellos es el que se nuclea entorno a la expresión “lobby gai”, producido por la misma factoría que inventó la “ideología de género” y “feminazi”, y que parece incorporarse al discurso de estas autoras, bien de forma implícita, o bien de forma explícita, como hace Carmen Domingo.

Parece una obviedad tener que aclararlo, pero si por “lobby gai” entendemos un grupo de hombres homosexuales influyentes, organizados para promover la teoría queer y presionar así en favor de la gestación por subrogación / vientres de alquiler, hay que volver a insistir en su inexistencia. Como no hubo en el pasado ningún frente “judeo-masónico” para destruir el alma y la nación española.

No niego que haya empresas mediadoras en estos procesos interesadas en favorecer marcos legales que mejoren sus beneficios empresariales. Pero esos intereses empresariales no tienen sexo ni género, y menos aún orientación sexual. Detrás de sus accionistas seguramente encontraremos a hombres y mujeres heterosexuales o fondos de inversión gestionados por hombres y mujeres heterosexuales. Si hablamos desde el activismo, la Asociación por la Gestación Subrogada fue creada por un grupo de mujeres heterosexuales, movilizadas entorno a una mujer heterosexual que debido a una enfermedad no podía ser madre más que por esta técnica. Y como he argumentado en algún que otro artículo, es incierto que la mayoría de las personas que han sido progenitores mediante esta técnica sean hombres homosexuales.

Pero es que tampoco hay “lobby gai” para promover cosa alguna. Ni siquiera los establecimientos de ambiente homosexual masculino o aplicaciones de contacto homosexual (cara sin duda del mal llamado gayempresariado) son siempre propiedad de hombres homosexuales, sino que los hay también propiedad de personas heterosexuales o de fondos de inversión, que, como he dicho con anterioridad, carecen de sexo, género y orientación sexual. En este sentido hay que recordar que la aplicación más popular, Grindr, tras ser fundada en EEUU es actualmente propiedad de una empresa multinacional china.

Por desgracia tampoco existe un “lobby gai” de académicos, catedráticos y profesores, que en universidades públicas dispongan de recursos para teorizar y desarrollar estrategias de lucha homosexual masculina, ni de potentes y exclusivas asociaciones y fundaciones de hombres homosexuales donde implementar las estrategias desarrolladas desde el ámbito académico.

También la utilización por parte de Posada de la expresión “preferencias sexuales” chirria a estas alturas. Por el contexto, debe entenderse que se refiere a la orientación sexual, es decir, hacia que personas te sientes atraído/a efectiva y sexualmente. Pero el término “preferencias sexuales” nos retrotraen a tiempos pasados, en los que se sostenía que el sexo y género de la persona hacia la que te sentías atraído/a era un acto volitivo, una opción, y que, por lo tanto, en cuanto a acto voluntario, debía de ser objeto de reproche social e incluso penal.

Siguiendo en el ámbito terminológico, cuando Sendón se pregunta “¿Por qué un gay o un trans tienen que pertenecer ‘per se’ al movimiento feminista?” parece que se refiere no a lo que legalmente y socialmente se considera un hombre trans (es decir, aquel hombre nacido con vulva y clítoris) sino de forma despectiva a una mujer trans (aquella mujer nacida con pene y testículos). Y respondiendo a su pregunta pretendidamente retórica, habría que responder que no. Que un hombre homosexual, una mujer transexual o una mujer cisexual (no transexual) no tienen que pertenecer ‘per se’ al movimiento feminista.

Entrando en el debate argumental, en los artículos citados, explícita o implícitamente se establece una relación causal entre “teoría queer” y “lobby gai”, siendo la primera el arma utilizado por los segundos con el fin de acabar, cual caballo de trolla del neoliberalismo, con la categoría de mujer como sujeto político y eliminar así la lucha feminista.

Algunas de estas autoras utilizan expresiones como “planteamientos de la postmodernidad queer” (Posada), o “propuesta queer de proliferación paródica de los estereotipos genéricos” y “relatos queer” (Miyares), pero ninguna parece interesada en aclarar que la “teoría queer” no nace en el seno del movimiento homosexual masculino ni en el del transexual, sino en el feminismo, con autoras como Monique Wittig, Judith Butler y  Eve Kosofsky Sedgwick. Si la teoría queer es una evolución (errónea o acertada) del feminismo ¿cómo ha podido pasar en 30 años a ser considerada por una parte del feminismo como una estrategia de gais y trans en alianza perversa con el neoliberalismo para acabar con el sujeto político mujer?

Ricardo Llamas, en su Teoría Torcida, ya nos advertía de la otredad que se aflige a la homosexualidad. Esta otredad, le ha convertido en el chivo expiatorio perfecto para todo tipo de prejuicios. Algunas intelectuales, algunas de ellas lesbianas o bisexuales, han podido tener la tentación, de forma inconsciente, de descargar la responsabilidad en el hombre homosexual y en la mujer transexual. Miyares hace un relato muy interesante sobre esa estrategia política que une lo gai con la teoría queer, cuando afirma en relación a la ley que se promueve en Argentina: “La secuencia política queer es muy evidente: primero, lograr a nivel nacional de país leyes de ”identidad de género“ para posteriormente, amparándose en las leyes sobre ”identidad de género“, proceder a promulgar leyes de borrado de la categoría sexo.”

Pero obvia realidades que imagino es debido a su desconocimiento. Las propuestas de eliminar la categoría sexo en las leyes de registros a efectos de filiación, no responden ni exclusiva ni plenamente a los postulados queer. De hecho, en países como Alemania, las personas que se auto identifican como queer o no binarias han luchado, y conseguido, la inclusión de una tercera opción ante la casilla “varón” y “mujer”.

Por otro lado, las propuestas de eliminación de dichas categorías registrales, responden a un hecho biológico como es el de las personas intersexuales, realidad por la que creo el feminismo no parece mostrar ningún interés. Porque es falso que solo existan corporalmente bebés XX con vulva, clítoris, vagina y ovarios; y bebés XY con pene y testículos.

Hay bebés que nacen con una corporalidad de sus órganos sexuales que no responden al binomio varón/mujer, pero que por mor de la necesidad imperiosa (en días) de las leyes registrales, deben ser categorizados como “varón” o “mujer”. Bebés con sufren violencia patriarcal mediante operaciones correctoras de carácter estético para ajustarla a un patrón sexo-corporal.

Bebés con grandes clítoris (que pueden llegar a parecer penes sin serlo) que sufre ablación para que adopten el tamaño “estándar”, si ese concepto es posible. O bebés que se les injertan fragmentos de intestino para crear vaginas “penetrables”. O bebés a los que se les extirpan las gónadas para adaptar su morfología al fenotipo femenino. Y es que contra lo que defiende el feminismo de estas autoras, no existe per sé una categoría biológica de varón y mujer. Sí existen corporalidades mayoritarias y minoritarias, pero no únicas.

Tampoco he encontrado reflexiones dentro del feminismo en relación a la realidad de las mujeres SIA. Mujeres nacidas con vulva y vagina, que al crecer desarrollan sus rasgos sexuales secundarios femeninos (pechos, caderas, voz), han sido socializadas con mujeres, se auto perciben como mujeres, pero que al llegar a la pubertad descubren (si no se les oculta por familiares y profesionales de la salud) que tienen gónadas, carecen de útero y ovarios y sus cromosomas son XY.

Son mujeres que sufren la violencia machista, han podido ser abusadas sexualmente, sufren el techo de cristal, pero que sus cromosomas son de varón. Según su artículo, para Miyares algunas de las características del concepto “mujer” supone “parir con dolor, evitar la   preeclampsia, menstruar durante largos años de nuestra vida y la endometriosis asociada, no sufrir cáncer de mama o de útero y por relajarnos un poco no tener celulitis”. ¿Significa acaso que para el feminismo que representa esta autora una mujer SIA que nunca podrá parir (ni con dolor ni con él), no mestruará nunca, no sufrirá cáncer de útero…  no es mujer?

Y es que el feminismo de Sendón de León, Domingo, Posada y Miyares parten de un determinismo biológico, la existencia universal de las categorías biológicas de varón y mujer, que no se corresponde con la realidad. Y cuestionar desde la realidad biológica ese determinismo no pretende eliminar la categoría mujer como categoría política, ni busca, en palabras de Sendón de León que “la batalla contra este sistema quede en manos de los gays y de los trans.” Lo que pretende es sumar a la lucha por la igualdad y contra el patriarcado a personas que no se ajustan al patrón sexual varón y mujer.

Y para finalizar sobre los argumentos, quiero compartir una última reflexión que apuntaba al principio. Leyendo los artículos citados tengo la impresión que están escritos por quienes se sienten amenazadas por enemigos un tanto difusos que ponen el riesgo los avances del feminismo. Y no puedo dejar de ponerme en su piel. Como miembro del movimiento LGTBI sólo puedo decirles que por parte de las asociaciones de homosexuales, bisexuales, transexuales e intersexuales que conozco no tienen como objetivo acabar ni con el movimiento feminista ni con las mujeres feministas que lo hacen posible, y menos aún buscan sustituirlas al frente del mismo.

Si hay algún sentimiento que compartimos es de gratitud con el movimiento feminista, junto con cierto sentimiento de pesadumbre por sentir que las otrora compañeras de lucha observan con sospecha nuestra lucha y nuestros objetivos.

Pablo Morterero es presidente de la Asociación Adriano Antinoo y co-autor de “Los personal es político. Historia del Movimiento Homosexual en Andalucía”.

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