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En Abierto es un espacio para voces universitarias, políticas, asociativas, ciudadanas, cooperativas... Un espacio para el debate, para la argumentación y para la reflexión. Porque en tiempos de cambios es necesario estar atento y escuchar. Y lo queremos hacer con el “micrófono” en abierto.

Lo inevitable del despoblamiento

Inquietud por la tardanza de las ayudas para recuperar pueblos abandonados

Paco Casero y Antonio Aguilera

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La preocupación y los debates sobre el proceso de despoblamiento que está sufriendo nuestro territorio sigue creciendo. No es baladí, estamos ante uno de los mayores retos de los próximos años. Ningún otro territorio de la Unión Europea se está despoblando en tanta extensión ni de manera tan rápida como España. Hoy, el 80% de la población española se concentra en el 15% del territorio, las ciudades y la costa. En el otro lado, el 20% de la población ocupa el medio rural y natural, el 85% de toda nuestra superficie.

La preocupación ha calado. Cada día está más presente esta cuestión. Se están elaborando numerosos informes. Desde distintas entidades públicas y privadas se está trabajando en la puesta en marcha de acciones y medidas. Porque en un aspecto, todos coincidimos: hay que actuar ya. El paso del tiempo juega en contra.

En una reciente conferencia, Eduardo Moyano, desmontaba algunos mitos que giran en torno a las causas y factores del despoblamiento.

En primer lugar, no existe correlación directa entre las mejoras de las infraestructuras y servicios básicos y el despoblamiento. Efectivamente, se han acometido numerosas inversiones, hoy el medio rural está mejor dotado, mejor comunicado que nunca, y el proceso sigue.

En segunda instancia, no existe correlación entre el acceso a una educación, una formación igualitaria y el despoblamiento. Al contrario, la formación está alentando la fuga de cerebros del medio rural. Los jóvenes van a la universidad y muy pocos vuelven.

Y en tercer lugar, tampoco existe correlación entre la generación de empleo en los pueblos y el despoblamiento. No son pocas las empresas que no encuentran personal suficiente para cubrir sus necesidades en el medio rural. Algunos están yendo a trabajar al medio rural desde el medio urbano, véase maestros, funcionarios, bomberos….

Lo cierto es que el medio urbano sigue siendo foco de atracción. A pesar de sus incomodidades, de su contaminación del aire y acústica. A pesar del mayor coste de vida, de la impersonalización, que la pone en clara desventaja ante la vida en los pequeños pueblos, la realidad es que siguen creciendo los grandes núcleos urbanos, los grandes centros administrativos. El neón, el asfalto, el cemento, sigue considerando la sociedad que ofrece mejores posibilidades de vida que los terrones, que los senderos. Sin embargo, las desigualdades y el crecimiento de barrios marginales es un problema cada día mayor.

Tal es así, que en la mayor parte de los discursos que tratan de frenar el despoblamiento aparecen conceptos en los que se habla de combatir esta sangría, luchar contra esta enorme corriente, batallar frente a una inercia. En no pocos casos, se aprecia esa mitológica lucha de David y Goliat en la que, el pequeño, el que está en desventaja, tiene que acopiarse de ingenio, habilidad para cambiar el determinista signo de la historia. Hay muchos luchadores inasequibles al desaliento. En el reto del despoblamiento, no lo reconocerán, pero muchos apuestan porque el daño y las pérdidas sean las menores posibles.

Por un momento, asumiendo esa posible hipótesis como cierta, esto es, considerando que el despoblamiento de nuestras sierras, nuestros campos, nuestros lugares remotos (aquellos a más de 45 minutos en coche de la ciudad más cercana) se van a seguir despoblando (que no abandonando); dando en un momento por bueno que este proceso va a continuar en España en los próximos años, y que lo único que resta por saber es la intensidad y velocidad del proceso, entonces, en ese caso, sería adecuado replantear la manera de afrontarlo, preguntándonos, cuestionándonos si, primero, somos conscientes de las consecuencias que este fenómeno trae, y segundo, a continuación, y más importante, si estamos dispuestos a asumirlas.

Porque debemos considerar que nuestro territorio, nuestro paisaje, nuestro suelo, nuestra biodiversidad y equilibrios naturales están profundamente antropizados. El territorio español ha sido modelado a lo largo de la historia, pero fundamentalmente en los dos últimos siglos para uso y aprovechamiento del hombre. Hemos cambiado el paisaje en los últimos treinta años más de lo que lo habíamos hecho en los 3000 años anteriores. El despoblamiento del territorio, del 85% de nuestro Estado, quedaría sometido a profundos cambios. Y es necesario recordar que los equilibrios de flora y fauna están rotos desde hace tiempo. La roturación de suelos, la silvicultura, requiere de la acción continuada de la mano del hombre. Tenemos cuatro millones de hectáreas de dehesa, nuestro ecosistema más valioso y singular, que no pueden considerar su viabilidad sin la mano directa y continuada de hombres y mujeres.

Algunas comarcas quedarían sobreexpuestas a la desertización, a la pérdida de suelo fértil. Otras podrían ser pasto de las llamas, como reconoció de forma valiente el primer ministro portugués tras el devastador incendio de 2017 en el centro de Portugal cuando dijo que una de las causas principales de la crueldad del incendio había sido el abandono del monte. Enfermedades y plagas en animales y vegetales, la mayor parte traídas por el propio hombre, quedarían sin control. El territorio dejaría de producir los bienes públicos esenciales que se necesitan en el medio urbano y que éste es incapaz de producir: aire, agua, alimentos, energía.

¿Somos realmente conscientes de las consecuencias del despoblamiento? ¿Estamos preparados para asumir sus consecuencias, muchas de ellas irreversibles? Lamentablemente, la respuesta a estas preguntas es negativa. Estaríamos ante una situación de fatalidad colectiva para la que no estamos adecuadamente preparados. Es lo que debemos plantearnos, que el reto es de Todos, y es Urgente.

No somos nada sin nuestro territorio. Somos nosotros los dependientes. En caso de que lo abandonemos, seguirá su curso. Véase, por ejemplo, el caso de Chernobyl. Tras el accidente el 26 de abril de 1986 en el cuarto reactor la central nuclear, la mayor catástrofe ambiental de la historia, se evacuó toda la región. Hoy la zona de exclusión tiene un radio de 30 km en torno a la planta. Al territorio han vuelto animales y plantas que se creían extintos. La vida se abre paso, es la lección. Somos nosotros los que debemos valorar si la queremos seguir manteniendo con adecuados niveles y parámetros.

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