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En Abierto es un espacio para voces universitarias, políticas, asociativas, ciudadanas, cooperativas... Un espacio para el debate, para la argumentación y para la reflexión. Porque en tiempos de cambios es necesario estar atento y escuchar. Y lo queremos hacer con el “micrófono” en abierto.

Como una moto

Varias mujeres posando en el último Gran Premio de Jerez de la Frontera.

Miguel Lorente

Los machistas se ponen “como una moto” cuando ven que sus argumentos y estrategias, que hasta hace poco formaban parte del decorado de la normalidad sin que nadie los cuestionara, ahora son criticados y devueltos al trastero de un pasado del que nunca debieron salir. Y no es de extrañar, porque ese simple ejercicio crítico permite hacer de la convivencia un lugar de encuentro, no ese espacio donde exhibir sus ideas y poder simbólico con el que, como si fueran las bombillas de una feria, iluminan la celebración de la fiesta machista en la que convierten algunos espacios de la sociedad.

Por eso andan acelerados por sus circuitos mentales, después de que el Ayuntamiento de Jerez de la Frontera haya aprobado una moción para instar a la empresa Dorna, organizadora del Gran Premio de Motociclismo de la ciudad, para que no utilice a las mujeres “como si fueran una moto” al presentarlas como parte del decorado del circuito con el objeto de poner color y llamar la atención de los espectadores.

La cosificación de las mujeres no es algo nuevo, lo terrible es que continúe estando presente como parte de la desconsideración histórica que el machismo ha mostrado hacia ellas en nombre de la superioridad de los hombres. Por eso tiene múltiples caras, tantas como escenarios y oportunidades permitan las circunstancias, pues la desigualdad hecha cultura lo que hace con las mujeres no es sólo presentarlas como diferentes, sino que las toma como inferiores a los hombres (menor inteligencia, menor fuerza, más perversidad), y en consecuencia, susceptibles de ser utilizadas en nombre de su “superior criterio” que, además, es presentado como bueno y beneficioso para toda la sociedad, no sólo para ellos.

Una de las expresiones más directas y evidentes de esta cosificación es la utilización de las mujeres como objetos decorativos en las competiciones deportivas masculinas, donde además aparecen con la carga añadida de la sexualización para ser convertidas, directamente, en “objetos sexuales”. Las mujeres quedan integradas de ese modo en el decorado de los eventos, tal y como vemos con las azafatas dentro de las diferentes fases y escenarios de la competición, con las animadoras, en la entrega de premios como estatuas sexis y vivientes, en la publicidad alrededor del acto… Su presencia se ha hecho tan imprescindible, que cuando la competición no da juego para esa exhibición se recurre a las “novias y mujeres más sexis de los jugadores”, que son mostradas en los medios como si fueran parte de un catálogo, todo ello sin renunciar a recorrer las gradas con las cámaras para localizar a las aficionadas más atractivas y ocupar con ellas in situ el espacio vacío de las azafatas.

Los argumentos del machismo siempre son los mismos, y dicen que todo ello forma parte del espectáculo, que ellas lo hacen libremente, que es una forma de trabajo (ha ocurrido también, por ejemplo, con las “recogepelotas” del Open de tenis de Madrid)… o recurren a la solución salomónica de poner a hombres para que se “hagan los rubios”. El objetivo de esa estrategia es evitar la discusión de fondo sobre el machismo que da lugar a esa utilización del cuerpo y la imagen de las mujeres, y camuflar la realidad entre sus propias manifestaciones.

El machismo lo es todo, puesto que el machismo es la propia desigualdad que impregna la realidad, no sólo determinadas expresiones cuando alcanzan una cierta intensidad. Y si el machismo es todo, significa que todo conduce a esas manifestaciones que luego se critican, entre ellas la violencia de género.

Cuando un maltratador comienza el proceso de la violencia de género, lo primero que hace es “deshumanizar el objeto de la violencia”, es decir, cosificar a la mujer hasta dejarla convertida en un objeto, en una especie de propiedad sobre la que puede decidir y disponer. Por tanto, si el objetivo del maltratador es cosificar a la mujer para así maltratarla desde la tranquilidad de conciencia, cuanto más cosificadas estén las mujeres en la sociedad antes y de forma más rápida se alcanzará ese objetivo en lo particular, y antes se llegará a la violencia de género. Y sucederá en las relaciones de pareja y en la sociedad, donde las mujeres son agredidas sexualmente porque “provocan”, según se ha encargado el machismo de hacer creer en ese juego perverso de interpretar y traducir a las mujeres a sus intereses.

Pero lo más inquietante es que las miradas que se detienen sobre las mujeres cosificadas en las competiciones deportivas, no lo hacen sobre el acoso que sufren en esos mismos escenarios ni sobre las agresiones sexuales, como la que vivió una de las grandes promesas del motociclismo, Elena Myers, considerada la mejor piloto de motos hasta que en 2014 un fisioterapeuta la agredió sexualmente tras una carrera. A partir de esa agresión ya no pudo volver a correr como antes, y en 2016 abandonó los circuitos. A penas se habla de ello ni de otros casos que ocurren en esos mismos contextos.

El machismo es violencia, todo el machismo, no sólo las agresiones de cada caso, por eso necesita argumentos y justificaciones para invisibilizar su violencia, y uno de los más utilizados y eficaces es la cosificación de las mujeres para presentarlas, no sólo como personas diferentes e inferiores, sino como cosas. Y no debemos permitirlo.

El Ayuntamiento de Jerez de la Frontera ha dado un gran paso al hacerse eco de la reivindicación de varios grupos feministas de la provincia de Cádiz, pero no nos confundamos, el paso lo han dado los grupos que han votado a favor de la moción (Ganemos Jerez, PSOE e IU), no quien ha dado prioridad a cuestiones formales sobre la necesidad y urgencia de una medida como la aprobada (PP y Ciudadanos). En violencia de género no hacer es hacer para que todo siga igual, es decir, con discriminación, acoso, abuso y violencia. No hay neutralidad, la abstención a una medida contra la desigualdad y su violencia es un sí a la violencia de la desigualdad, por más que muchos se pongan “como una moto” al oírlo o leerlo.

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