El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
Cuidar de lo invisible
Si la inmensa mayoría de organismos del planeta Tierra respiramos oxígeno es porque hace tres mil quinientos millones de años (añito arriba o abajo) a unos pequeños organismos verdes les dio por llenar nuestra atmósfera de este gas. Las microalgas obran el milagro de romper las moléculas de agua, sin despeinarse los flagelos y, pequeñas pero tenaces, han determinado así la biología del planeta entero.
Solo aparecen en las noticias cuando sacan los pies del tiesto y producen alguna marea roja, pero, por lo general, nadie repara en ellas, no copan titulares y no parecen estar en peligro de extinción. De hecho, alguien (muy paciente) echó la cuenta y calculó que, en un momento dado, en los océanos hay un total de 6,25·1025 células algales, aproximadamente. Más de mil veces más numerosas que las estrellas del universo (compruébenlo, si quieren), a nivel individual casi no cuentan, pero como compartimento biológico tienen un poder formidable.
Como cualquiera sabe, las microalgas conforman la base de las redes tróficas marinas. Son pasto (nunca mejor dicho) de pequeños invertebrados que a su vez sirven de alimento a organismos mayores.
Pero no solo el número de células importa. Las sustancias de reserva que algunas especies acumulan difieren de las que acumulan otras, y estas diferencias pueden ser vitales a la hora de sostener una población de consumidores primarios y al resto de las redes tróficas. Clorofitas y algas verdeazuladas (que son procariotas) suelen acumular sustancias de reserva que en ocasiones son difícilmente digeribles para algunos organismos, o que presentan una baja carga calórica. Las cianofitas son, en su mayor parte, proteína. Diatomeas y cocolitofóridos, sin embargo, acumulan grasas esenciales (como los famosos omega-3), que organismos superiores no pueden sintetizar y que tienen que obtener de su dieta de manera obligada.
Disminuir la temperatura del planeta
El calentamiento global, un proceso innegable, como innegable es su origen antrópico, y al que los humanos de un futuro nada lejano van a tener que hacer frente de manera muy seria, está cambiando las condiciones del medio donde viven las microalgas. Recientes estudios llevados a cabo en el ICMAN apuntan a que organismos más pequeños y de crecimiento rápido, como las citadas cianofitas, podrían verse favorecidas por el incremento de la temperatura de la superficie oceánica, frente a otras especies mayores y de crecimiento más lento. Así, podríamos encontrarnos con la paradoja de que una mayor temperatura incentivara el crecimiento algal, pero que las especies que se llevaran la mayor parte del pastel no fueran las idóneas para alimentar (y enriquecer de ácidos grasos esenciales) a los consumidores primarios y, por lo tanto, toda la red trófica marina podría verse afectada, disminuyendo la biodiversidad y afectando de manera drástica a los stocks de pesca.
Hay varias soluciones que la ciencia está planteando en este momento crucial para disminuir la temperatura del planeta. Básicamente, se centran en reducir (por captura) la cantidad de gases de efecto invernadero, principalmente CO2, o en disminuir la irradiancia solar sobre la superficie del planeta (bien sombreando desde el espacio, bien incrementando el albedo terrestre por reflexión). Todavía no sabemos cuáles serán las estrategias de geoingeniería que se acabarán adoptando, ni cuáles serán las consecuencias que estas acciones tendrán sobre los organismos del planeta. En mi humilde opinión, y saliéndome por una vez del agua, hay al menos una estrategia que nunca va a producir daño: la reforestación. Las masas de árboles son acumuladores de CO2 baratos y que no ofrecen más que ventajas, atrayendo lluvia, fertilizando terreno e incrementando la biodiversidad a su alrededor. Proyectos como la Gran Muralla Verde en África o la Franja Forestal de los Tres Nortes en China indican que puede hacerse y que sus beneficios a corto, medio y, sobre todo, a largo plazo, valen el esfuerzo. Tal vez no sean suficientes, el tiempo lo dirá.
Mientras, los científicos seguiremos investigando para tener cuantos más datos mejor acerca de las posibles consecuencias del cambio climático sobre diversos organismos, incluyendo las microalgas, que no se ven y que no aparecen en las noticias, pero a las que tenemos que cuidar porque de su buen estado de saludo puede depender la biología de nuestro planeta.