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Sobre este blog

El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.

Sequías y vulnerabilidad del modelo de consumo de agua

csic

J.M. Valderrama

Estación Experimental de Zonas Áridas —

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Una sequía se puede definir de varios modos. La sequía meteorológica se corresponde con el concepto instintivo que tenemos de ella: la falta de lluvias. En muchos climas es algo esperable y se circunscribe a una determinada época del año. Así, en el Mediterráneo, el período estival se caracteriza por precipitaciones casi nulas. La sequía hidrológica tiene lugar cuando la escasez de lluvias persiste y sus efectos se dejan notar en el caudal de ríos y manantiales o en el nivel freático. La sequía agrícola se desencadena cuando la falta de agua afecta a los cultivos y el ganado. Finalmente, cuando el nivel de los embalses baja hasta descubrir las ruinas de los pueblos que fueron inundados, la sequía aparece en los telediarios y es entonces cuando se desata la alarma social.

La sequía meteorológica se puede medir mediante un indicador muy sencillo y, por eso, mismo ampliamente utilizado. El índice de precipitación estandarizado (SPI en inglés) compara la lluvia registrada con su media histórica. Su utilidad radica en que permite evaluar de forma objetiva cuanto llueve en un lugar y compararlo con otros.

El mapa del SPI elaborado por AEMET para España del último año hidrológico ofrece varias lecturas interesantes. Lo primero que llama la atención es que el sureste peninsular, los territorios más acostumbrados a la sequía, registran valores ¡positivos! En efecto, en Alicante, Murcia y Almería, ha llovido por encima de la media.  Incluso, en determinadas zonas, se puede calificar el año como ‘Muy húmedo’ (SPI > 1,5). La segunda lectura interesante es que la sequía progresa de este a oeste. Los territorios más afectados se sitúan en el noroeste peninsular, destacando la cuenca del Duero y Galicia. Aquí la sequía hace mucho más daño, puesto que son lugares que no están habituados a lidiar con este fenómeno.

La lluvia no es garantía de abundancia hídrica. Factores como la torrencialidad, la capacidad de almacenamiento, la evaporación (existe un indicador más refinado que el SPI para capturar su influencia, el SPEI) o el consumo de agua, condicionan la salud hídrica de un territorio. En nuestro caso el explosivo desarrollo de la agricultura de regadío explica buena parte de la escasez hídrica. Originalmente, su propósito fue amortiguar la variabilidad climática, de manera que el suministro de alimentos fuese lo más regular posible. Sin embargo, la dimensión de este sector productivo no ha dejado de crecer en nuestro país. Actualmente el 80% del agua disponible se la bebe la agricultura, llegando al 87% en la Cuenca del Guadalquivir. Cultivos que tradicionalmente han sido de secano (fundamentalmente leñosos como los olivares, almendros o la vid) son ahora dependientes de un suministro de agua continuo. A ello se añade la presencia de cultivos ajenos al clima mediterráneo y que requieren altas dotaciones de agua, como el maíz o la alfalfa.

La expansión del regadío se ha apoyado en la explotación ilegal e indiscriminada de las aguas subterráneas. Su declive, reforzado por la escasez de precipitaciones, es un torpedo directo a la tan reclamada seguridad alimentaria. Nos hemos instalado en un modelo agrario sumamente vulnerable que incluso en años ‘buenos’ (como el pasado año hidrológico en el SE peninsular) topa con sus límites.

Las soluciones no deberían pasar por seguir planificando nuevos regadíos. Es necesario apostar por la calidad de la producción, en lugar de su cantidad. Los últimos cuatro años ha llovido por debajo de la media (este último un 15% menos) y el aumento de las temperaturas nos lleva a batir un récord tras otro. Además, según las previsiones del IPCC, las sequías serán más prolongadas e intensas. Adaptar las prácticas agrícolas y las variedades de cultivo a escenarios que amenazan con ser más drásticos es un camino irrenunciable.

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