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El flamenco en Japón, de La Argentina a Chiquito de la Calzada

Imagen de archivo de una compañía de flamenco en Japón

Alejandro Luque

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David López Canales (Madrid, 1980) comienza su nuevo libro recién publicado Alianza, Un tablao en otro mundo, hablando de Chiquito de la Calzada, quien antes de revelarse como genio del humor fue cantaor flamenco. “Lo único que muchos conocíamos de la relación entre lo jondo y Japón eran los chistes de Chiquito, cosas como que le daba la mano cinco veces seguidas al mismo tío creyendo que eran cinco personas distintas. Pensé que todo eso había que trascenderlo y hacerlo épica: la de los flamencos que se fueron a Japón sin saber dónde estaba en el mapa, y la de los japoneses que vinieron para aprender un arte que les fascinaba”, comenta.

Sin embargo, el detalle que acabó de convencer a López Canales de que debía investigar esta historia y contarla fue otro. Aficionado al flamenco –“toco un poco la guitarra, o más bien la sostengo”, dice con modestia–, un día conversaba con el maestro granadino Pepe Habichuela cuando éste le contó que había pasado un año en Japón junto a su mujer, trabajando en los tablaos del país del Sol Naciente. “Le dije que esa historia me la tenía que contar a fondo, compré unas botellas de vino y fui a verle a su casa. Después de eso ha venido medio centenar de entrevistas con flamencos españoles y japoneses que han dado forma a lo que quiere ser un libro de aventuras, de cruces y choques”.

Para el periodista, la clave de la fascinación de los japoneses por el flamenco no es otra que “el hecho de que ese arte es pura expresión y liberación, y los japoneses son seres muy reprimidos. Sobre todo las mujeres, que viven constreñidas en una sociedad muy machista. En este sentido, el flamenco es una vía de escape, una forma maravillosa de expresar penas y alegrías”, explica. “Por otro lado, la influencia del budismo hace de la japonesa una sociedad más bien triste, pero que encuentra belleza en esa actitud resignada. Y el flamenco es también trágico pero bello. Eso hace que se sientan muy identificados con él”.

Más que dinero

¿Y por parte de los españoles, era recíproca esa pasión? “Bueno, los españoles iban a trincar, literalmente. Se marchaban esperando ganar todo lo que pudieran, mucho más de lo que ganarían nunca en España”, asevera López Canales. “Pero no todo era una cuestión monetaria. Algunos bailaores encontraron en Japón un respeto, una admiración y una seriedad en el trabajo que no tenían en España, incluida la libertad para crear. Hay que tener en cuenta que los japoneses no solo cantan, bailan y tocan. Además se han preocupado por entender la complejidad del flamenco, y estudiarlo más que los aficionados españoles, incluso”.

En descargo de los españoles hay que señalar, no obstante, dos poderosos obstáculos: el idioma y la comida. “Sí, sigue sucediendo incluso ahora, van artistas y compañías españolas a Japón y se llevan la comida de aquí. Y si eso sucede hoy, cuando todo el mundo sabe qué es el sushi, imagínate hace 50 años. También tenían miedo a perderse en aquellas ciudades, o a cobrar una parte en yenes, cuando les decían que esa moneda no servía en España”.

“Por otro lado, había un choque muy claro entre el carácter serio y disciplinado de los japoneses y el de los flamencos asalvajados, que bebían, se escapaban de los ensayos, o se ponían a cantar y bailar en el metro y hacía morirse de vergüenza a sus acompañantes”, prosigue López Canales.

En cuanto a quiénes fueron los primeros exportadores, el autor de Un tablao en otro mundo afirma que no hay un introductor claro del flamenco en Japón. “El baile llega en 1929 con La Argentina, la guitarra en 1932 con Carlos Montoya, y el cante en el 55 con Rafael Romero, El Gallina. Pero la influencia mayor se producirá a partir de los años 60, con la llegada de Pilar López y la apertura de los primeros tablaos”.

Los pioneros

Por la parte japonesa, hay también tres claros pioneros: Yasuko Nagamine,​ Yoko Komatsubara y Shoji Kojima, éste último todavía en activo, hasta el punto de haber formado parte del programa del último Festival de Jerez. “Vinieron a España a hacerse bailaores, pero descubrieron que en Japón podían tener cientos de alumnos. Y empezaron a crear una industria que seguramente da más dinero que en España”, dice López Canales. “Además, una vez que vienen dejan de ser del todo japoneses, porque aquí aprenden a liberarse y a expresarse. Por eso necesitan venir cada cierto tiempo, porque no salir de Japón es para ellos como estar en una cárcel”.

En todo caso, las circunstancias han cambiado mucho desde aquellos albores del romance jondojaponés. “Ellos se han dado cuenta de que el flamenco es precario en España, y han aprendido a exprimir a los artistas españoles. Además, ya tienen sus propios ídolos. Los españoles han dejado de ser los semidioses de los primeros años: ahora son estrellas invitadas, o a veces ni siquiera eso”, agrega el periodista, quien también cita numerosos casos de españoles que han terminado haciendo su nido en las grandes urbes niponas. “Enrique Heredia lleva 40 años en Osaka, Curro Valdepeñas 30 en Tokio, Carlos Pardo se casó también con una japonesa… Se repite mucho el patrón del flamenco que conoce a una japonesa y se casan aunque a veces ni se entienden, pero hay de todo en ese aspecto”.

La relación entre Japón y el flamenco se mantiene firme en el tiempo, pero parece estar contagiándose a otros rincones de Asia. “La afición está pasando últimamente a China, por ejemplo con los uigures, que han hecho del flamenco su música tradicional”. Sin embargo, López Canales no baraja una nueva entrega. “Tengo en cambio un libro con la historia trágica y triste de un guitarrista japonés, que no he incluido en estas páginas, y espero publicarla pronto”.   

             

   

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