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¿Por qué han cerrado diez librerías sevillanas en 2023? Los afectados dan las claves

El Gusanito Lector de la calle Feria se suma a la lista de librerías que han echado el cierre en la ciudad

Alejandro Luque

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2023 será recordado como el annus horribilis de las librerías sevillanas. Una sangría de hasta diez cierres, por encima de la media nacional, ha puesto de manifiesto que el sector atraviesa una crisis severa, que amenaza con llevarse por delante a otros establecimientos. Son muchas las causas que se barajan, pero la primera respuesta que aflora a los labios de los afectados es de una sencillez desarmante: no se venden libros.

Panella fue la primera ficha de este dramático dominó. En junio de este año, después de 45 años abierta al público, la librería de la calle Virgen de África bajaba su persiana metálica definitivamente. Había conocido épocas en las que llegó a tener hasta ocho personas en plantilla. En los últimos tiempos esa cifra se había reducido a cuatro, incluyendo los propietarios. “Era un negocio familiar, que fundaron mi padre y mi madre, y como librería era de las más antiguas de Sevilla”, explica José, el propietario. En la última etapa la llevábamos mi hermana y yo, pero lo cierto es que cada vez se vendía menos. Tendríamos que haber cerrado tres años antes, pero costaba hacerlo por la implicación sentimental que teníamos con ella“.

El establecimiento había nacido como librería técnica, favorecida por el hecho de estar junto a la universidad de peritos [la Escuela Politécnica Superior], pero se vieron obligados a vender de todo. “Al principio vendíamos a todas las universidades, Cádiz, Sevilla, Huelva, Cambió el plan de estudios y dejaron de venderse libros, cuando antes se vendían pilas. Y luego llegó la competencia de internet. Aunque tenemos web y todo, es imposible hacer la competencia a Amazon. Y para colmo, cada vez se usa más el libro electrónico. Duele tener que cerrar, yo estoy ahora mismo en el paro, pero no nos quedó otra opción”.

Una forma de autoempleo

Sergio Rojas-Marcos se vio en la misma tesitura en el mismo mes de junio, cuando hubo de cerrar la librería Yerma. “Mi caso está muy ligado a las cargas que tenía. Asumí un traspaso, me endeudé, y con la pandemia más aún. Con unas ventas que no solo no subían, sino que además empezaban a bajar, la cosa empezó a ponerse muy fea”.

“Ser librero es hoy una manera de autoemplearse”, prosigue. “Los márgenes son muy justos, es un negocio muy al límite, y en veinte años ha cambiado todo. En los 90, por ejemplo, se vendían muchos textos universitarios, cuyas ventas se han acabado reduciendo un 80 por ciento. Claro que hay librerías que funcionan, incluso que han mejorado sus cuentas en estos últimos tiempos, pero son puntuales y están en sitios muy concretos. La clave no es si se venden o no libros, sino dónde se venden”.

Y la respuesta es, para Rojas-Marcos, contundente: “La gente no apuesta por la pequeña librería. Es verdad que yo, que venía de ser editor, un oficio muy invisible, me sorprendí al comprobar el calor del público. Noté que la gente te quiere y te apoya, se establece una relación muy especial entre el librero y el cliente. Pero la realidad es que no es suficiente. No hay para todo el mundo”.

En estas circunstancias, los rumores que en el primer semestre del año apuntaban a una serie de librerías tocadas se fueron confirmando trágicamente. “No se ha salvado ni una de las que tenían problemas, y eso es muy llamativo. Esperamos que haya un repuntito, pero las cosas están así: es la sociedad que tenemos y la dinámica que generamos”.

Librerías-milagro

Junto a Panella, en los últimos meses han cerrado en la capital hispalense Caótica, Verbo Asunción, Verbo Sevilla Este, Yerma, Tarsis, Isla de Papel, Fuji Cómics, Balzac y el Gusanito Lector. Demasiado para una universidad históricamente ilustrada, universitaria y que ha hecho de los récords de afluencia turística una costumbre.

Caótica, en el entorno de la Encarnación, también había dado muestras de vulnerabilidad en la pospandemia. En agosto de 2022, el grito de Salvemos Caótica como campaña de apoyo hizo que cientos de lectores se volcaran para impedir su desahucio. Solo un año después, en medio de una ola de calor, anunciaban un proceso de reestructuración de deuda que implicaba su cierre. “Una librería es un milagro, un milagro de la comunidad que la sostiene, de las libreras y libreros que la nutren con su trabajo y su vocación, un milagro de equilibrismo en su gestión económica, un milagro de red humana, un vestigio del pasado que sobrevive gracias a la pasión de las personas que la trabajan y a la pasión de las personas que las utilizan, las disfrutan y así las mantienen vivas porque siguen creyendo que nuestros espacios, las librerías, son necesarias para la vida real de las ciudades y la comunidad”, explicaban una de sus responsables, Maite Aragón, en una carta a sus socios y clientes, donde anunciaban su intención de “dar un paso al lado” e invitar “a que tomen el relevo otras personas interesadas en continuar la trayectoria de este particular proyecto cultural”.

En aquel momento ya eran seis las librerías que habían cerrado sus puertas en la ciudad, “y lo que nos queda por ver”, vaticinaba Aragón. “Hemos enfrentado muchísimas adversidades, la pandemia fue un golpe muy duro, y al final nuestro agotamiento y ciertas discrepancias a la hora de enfrentar nuevas estrategias nos ha llevado a tomar esta decisión.  

Lectores en modo 'carpe diem'

El Gusanito Lector también venía de probar una fórmula de cooperativa para apuntalar su supervivencia, después de que su propietaria, Esperanza Alcaide, atravesara problemas de salud. Pero no pudo con el impacto de la pandemia y la crisis posterior. Alcaide, tan triste por el cierre del proyecto como agradecida por el modo en que se volcó la sociedad sevillana con él, y muy en concreto el entorno del barrio de la calle Feria, apela en última instancia a la conciencia de los consumidores para que estas situaciones no se repitan, y para que defiendan lo que considera “el último bastión de defensa contra la ola fascista que nos está ahogando”.

En este sentido, lamenta que no haya una cultura en la que, antes de comprar en una librería o en internet, se piense en los puestos de trabajo que se pueden favorecer y salvar. Pero también cree que la pandemia ha cambiado radicalmente los hábitos de la población. “Ha puesto a la gente en una situación de carpe diem. Desde que nos desconfinaron, solo queremos bares y socializar. Y la lectura es otra cosa”.      

El espejismo de los influencers

Así las cosas, las fiestas de este año serán muy amargas para los libreros sevillanos que tuvieron que echar el cierre. En el caso del responsable de Verbo, incluso en el hospital con un problema cardíaco relacionado con el estrés sufrido.

Otros libreros que cerraron en años anteriores también aportan su diagnóstico. Javier Sánchez Menéndez, que cerró La Isla de Siltolá en 2020, con la pandemia como puntilla, se muestra tajante: “No se venden libros, y quien diga que vende, está engañando. Solo funcionan los grandes, porque hoy hay cauces de venta más atractivos que no tiene nada que ver con acercarse a un establecimiento a comprar. Acudir a una librería posee hoy un punto de nostalgia, pero cuando se muera una generación como la mía, nos espera un futuro desolador desde un punto de vista social, educativo, moral”.

Sánchez Menéndez afirma también que las colas de firmas de los influencers son un espejismo. “Es algo tremendamente puntual, no la esencia de las librerías. Todas esas personas no miran otros libros”. Pero también señala el problema de las distribuidoras, “que se llevan una pasta. Solo las multinacionales, que tienen sus propias distribuidoras, pueden funcionar bien, los demás editores solo pueden ir tirando”.   

Y sin embargo, este veterano escritor, editor y librero no duda en decir que “si volviera a nacer, repetiría. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo va a hacer?”

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