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Retratos de Stalin y escenas de la fábrica: el arte al servicio del hombre nuevo

En los campos de paz (Andrey Mylnikov, 1950)

Néstor Cenizo

La nueva exposición anual de la Colección del Museo Ruso de Málaga recibe al visitante con una gigantesca pantalla donde se proyecta un vídeo. Allí, Stalin preside un desfile y contempla la marcha de jóvenes atletas rusos. La exposición se titula Radiante porvenir. El arte del realismo socialista, incluye más de cien lienzos, podrá visitarse hasta el 21 de enero de 2019 y es un perfecto reflejo del arte forzoso, obligatoriamente realista y casi documental, impuesto en la Unión Soviética en el periodo que va entre las décadas de 1930 y 1950.

El realismo socialista nace oficialmente en 1934, con la celebración del I Congreso de Escritores de la URSS, y se convierte a partir de entonces en el lenguaje artístico obligatorio. Los artistas plásticos deberán renunciar al experimentalismo formal, por burgués; los escritores (“ingenieros del alma”, según Stalin) beberán del canon de Gorki; los cineastas rodarán al servicio del agit-prop; y la arquitectura legará proyectos tan icónicos (y nunca realizados) como el monumento a la III Internacional de Tatlin o el Palacio de los Sóviets coronado por la estatua de Lenin, con el que Borís Iofan se impuso en un concurso internacional a Le Corbusier o Gropius.

“La función principal del arte era producir propaganda con un objetivo: la transformación ideológica y la educación de los trabajadores en el espíritu del socialismo”, explica Evgenia Petrova, directora artística del museo. Los artistas tenían que crear para las masas una “imagen convincente de un Estado poderoso, justo y próspero” en el que, gracias a la victoria del socialismo, todos los ciudadanos “eran felices y estaban llenos de solícito entusiasmo”, según la experta.

“Estas obras oficiales constituyeron la base ideológica del arte del realismo socialista”, explica Evgenia Petrova. Cumplían con la función de crear y mantener el culto a la personalidad de Stalin y de otros líderes soviéticos, y por eso muchas se dedicaron a episodios reales y míticos de sus biografías, representándolos como heroicos revolucionarios, guerreros, sabios dirigentes y amigos del pueblo.

Josef Stalin se nos muestra en esculturas, bustos y una quincena de cuadros, algunos de ellos de gran formato. Stalin en retrato, Stalin en comisiones técnicas para la repoblación forestal, Stalin en reuniones militares o felicitando a una muchacha; Stalin paseando o ante la tumba de Kirov. Es el protagonista forzoso, y quienes le rodean en estas obras aparecen casi siempre en actitud expectante e incluso sumisa ante lo que haga o diga el líder.

En estas obras a veces se cuela la figura de Lenin presidiendo una ceremonia o una reunión, como en Líder, maestro y amigo (Shegal, 1937), que refleja a la manera idealizada de la época en el II Congreso los agricultores colectivos de 1935. El culto llega al paroxismo en obras casi líricas, que muestran a Lenin ante una hoguera o paseando al atardecer. También se recoge la obra Primera aparición de Lenin en una reunión del sóviet de Petrogrado en Smolni (1927). Este cuadro tuvo una segunda versión (1935) en la que se hizo desaparecer a algunos de los líderes caídos en desgracia, entre ellos Trotski.

Con la muerte de Stalin, la nueva nomenklatura liderada por Jruschev acabó con el culto a su figura. Si bien no desapareció de los cuadros, sí lo hizo Beria, jefe del NKVD, mano derecha del dictador y ejecutado en 1953. Beria aparecía en Para la felicidad del pueblo, pero fue eliminado por el autor cuando se le declaró espía extranjero, contrarrevolucionario y responsable de la represión. Una circular secreta obligaba a eliminar la representación de su figura, así que Beria dejó de estar donde sí había estado.

Los temas esenciales: trabajo y deporte

La muestra permite constatar los temas del realismo socialista. Además de representar adecuadamente a sus líderes, debía reflejar las bondades del régimen mostrando la dignidad del trabajo y la felicidad que genera. Abundan las escenas fabriles, como en Taller laminador de la fábrica La Hoz y el martillo, y se enfatiza la rectitud del obrero en Trabajador de choque (constructor del socialismo). El deporte, como “cuidado colectivo del cuerpo socializado”, es otro tema clave. Son estos jóvenes deportistas quienes están llamados a construir el nuevo mundo. Ellos son el hombre nuevo, de cuerpo perfecto y espíritu fuerte.

“La representación llamativa y espectacular de los logros fue un importante medio de propaganda. Debía contribuir a la movilización de los ciudadanos en el cumplimiento de las tareas políticas y económicas fijadas por el partido y el Gobierno”, explica Petrova: “Como en los mitos de la Antigüedad, se entrelazó en el tejido de la vida y formó una suerte de filtro a través del cual el hombre soviético debía percibir la realidad”.

Estas obras consolidaban el optimismo de que el ideal comunista era posible. El resultado es un fascinante testimonio histórico sobre cómo el arte y el talento también se puso al servicio de los dictados de la política.

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