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Luto en la Costa del Sol, hogar de 50.000 británicos: “Muchos hemos querido a la monarquía por la reina”

Turistas Británicos ven en la TV las noticias relacionadas con el fallecimiento de la reina Isabel II este jueves en Magaluf (Baleares).- EFE/CATI CLADERA

Néstor Cenizo

Costa del Sol —

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Isabel II fue coronada en Londres el 2 de junio de 1953 y aquel día Ann Bowles estuvo allí. No en la Abadía de Westminster, pero sí sobre el asfalto, celebrando el comienzo de un reinado que acabó por convertirse en el más largo de la larga historia de la Monarquía británica. “Yo vivía en Twickenham [en el área metropolitana de Londres]. Todos los niños de la escuela pusimos el nombre en una caja y veinte afortunados fuimos a la coronación. Allí éramos cientos, cientos, cientos… y ella pasó en una carroza dorada”. Si queda alguna monarquía de cuento, es esta. Han pasado setenta años, Bowles tiene ya 83, y este viernes han decorado el escaparate de la tienda del Club de Leones de Mijas con recuerdos en honor de la reina. Con ella se va, dice, algo más que un monarca: “Estamos tristes. Era como un pariente de la familia”.

Ella es una de los 9.000 británicos que viven en Mijas, cuyo Ayuntamiento enviará una carta de condolencias. Son 53.500 en la provincia de Málaga (solo superada por Alicante), a los que se suman otros muchos que van y vienen. Y aunque algunos apunten a los escándalos de la Familia Real, su coste o incluso a la misma aceptación de la Corona como sistema político, nadie entre los consultados pone un pero a su última reina. “Yo, y creo que muchos otros, hemos querido a la monarquía por la Reina”, admite John Shackleton, que este viernes cumple 84 años: “Ha sido perfecta: una dama, además de una reina”. “Yo creo que se la quería porque era una buena persona”, dice Shackleton. “Su principal logro fue ella misma, humilde y honesta. Y no tenía ningún dinero en Arabia Saudí”.

“Yo no soy monárquica, pero sí a favor de la reina, que ha sido una gran ventaja para el Reino Unido por su personalidad”, resume Liz Parry, condecorada hace unos años con la Medalla del Imperio Británico por los servicios prestados a sus compatriotas como editora de Sur in English. A Parry le impuso la medalla el embajador, y además tuvo el privilegio de hacer algo muy británico en el lugar más británico posible: un té en Buckingham Palace. A la reina la vio de lejos, pero hoy recuerda que hacía un fabuloso “sándwich de cucumber”.

“Siempre fallan, pero ella nunca falló en nada”

La mayoría no apreciaba a la reina por sus muy británicas recetas, sino por sus cualidades como monarca. “Creo que siempre fue tan fiel al sentido del deber que ha cumplido todo lo que prometió cuando asumió el reinado”, comenta Bruce McIntyre, excónsul británico en Málaga y hoy presidente del Patronato de la Fundación del Cementerio Inglés. “Para un personaje de esa índole es algo casi desconocido: siempre fallan, pero ella nunca ha fallado en nada. Como decimos los británicos: ”Nunca ha puesto el pie equivocado“.

“La gente la quería porque demostraba ser muy capaz de introducirse en la muchedumbre, a pesar de las restricciones de seguridad. Y siempre que había una recepción intentaba hablar con todos, aunque fuera un momento”, añade. Otro rasgo: a la vez que reina, tenía la capacidad, dicen los británicos, de mostrarse madre y abuela. “Siempre ha demostrado que sabe lo que es una familia”, dice Margery Taylor, que durante años vivió en Windsor y desde hace dos décadas reside en la Costa del Sol. La Royal British Legion, a la que pertenece (son 3.000 en Andalucía), guardará un minuto de silencio en su reunión de este viernes en Mijas. El consulado en Málaga abrirá un libro de condolencias (Edificio Eurocom, Calle Mauricio Moro Pareto, 2, 2º).

Isabel II tenía también un sutil sentido del humor. De ella se recuerda su aparición en Paddington (2014) o el pretendido descenso del helicóptero acompañada de James Bond en la ceremonia inaugural de los juegos olímpicos de Londres 2012. McIntyre, que en su día trabajó en el servicio diplomático, tiene una anécdota propia. Recepción en Puerto Lázaro Cárdenas (México). En primera fila, las autoridades mexicanas. La reina, siguiendo el protocolo, es saludada primero por cada dignatario y luego por su acompañante (casi siempre la esposa), recorriendo la fila de izquierda a derecha. En segunda fila esperan los británicos, colocados para saludar en idéntico orden, pero en sentido inverso: de derecha a izquierda. Sin embargo, una vez terminada la primera fila, la Reina decide volver sobre sus pasos para empezar de nuevo por la izquierda, mientras sonríe entre pícara y maliciosa. Y aquello se convierte en un disloque colosal, en un estresado baile de pareja, porque para cumplir el protocolo todos tienen que intercambiar posición: “¡Estoy seguro de que lo hizo a propósito!”, recuerda el excónsul.

La flema británica le permitió también cabalgar con elegancia sobre su obligada neutralidad, como recuerda Liz Parry: “Cuando salió al Parlamento en los días del Brexit, se vistió con un sombrero azul con estrellas doradas”. Un probable guiño a la bandera europea.

“No tenía ningún dinero en Arabia Saudí”

Tanto tiempo reinó Isabel II que hay que pasar de los setenta para haber conocido otra cosa. Parece que se diera por descontada su presencia, y el shock ha sido mayor porque hace apenas dos días recibió a la nueva primera ministra Liz Truss, sin signos aparentes que hicieran presagiar su fallecimiento casi inmediato. Reinó hasta el último día. “Una vez se puso la corona dijo que nunca renunciaría hasta morir. No nos dejó nunca, y por eso la gente la quiere”, opina Bowles.

Sobre el nuevo rey, todos coinciden en que no le será fácil. Para empezar, Carlos III deberá adaptar su personalidad a su nueva condición. “Es más controvertido y parece que le gusta estar en las noticias. Cuando solo era príncipe podía hacer ciertas cosas, pero como Jefe de Estado tiene que tener a todo el mundo contento”, advierte Ann Bowles. John Shackleton cree que a partir de ahora a la Familia Real no se le pasarán por alto aspectos que la popularidad de la reina disimulaba. Por ejemplo, los escándalos (“el príncipe Andrés -vinculado a la trama de abusos sexuales orquestada por Jeffrey Epstein- va a pasar por un pelotón de fusilamiento”) o el propio coste económico: “¿Si no representan bien al país, para qué les vamos a pagar vuelos privados?”.

Con Isabel II se va, también, la última gran protagonista del siglo XX y el paradigma de un modelo monárquico de éxito. “Es el fin de una época. Aunque tenía tantos años, pensábamos que viviría para siempre”, comenta el excónsul. “La hemos querido mucho durante mucho tiempo”, resume Bowles, que hace setenta años la vio pasar en una carroza. También la querían porque siempre estuvo allí.

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