En este mundo inmerso en las nuevas tecnologías y en las redes sociales donde se debaten los temas más complejos a base de tuits y videos virales es urgente apelar a la necesidad de que volvamos a la reflexión de que se deje de lado la rapidez a la que nos condenan las redes sociales, al menos en algunos asuntos que requieren un mayor esfuerzo de compresión y análisis. Simplificar realidades complejas puede ser tremendamente peligroso e irresponsable y, lamentablemente, nos encontramos en un momento en el cuál nuestros políticos entran en este arriesgado juego.
A los días siguientes de las últimas elecciones andaluzas, me percaté de que los contactos de mis redes sociales echaban espuma por la boca con los resultados. Venían a decir algo así: “Si has votado a X ya me puedes quitar de tus contactos, no quiero saber nada más de ti”. Precisamente, de estas reacciones se nutren las redes sociales, de los calentones del momento, de nuestras respuestas más viscerales ante declaraciones bárbaras que buscan justamente eso: sacarnos de nuestras casillas.
Ante este tipo de respuestas, totalmente legítimas y entendibles propiciadas por las barbaridades y mentiras que en muchos casos nuestros políticos sueltan en sus mítines y que hacen que se nos revuelvan las tripas a la vez que provocan impotencia de no saber cómo reaccionar, una se pregunta si realmente la estrategia más efectiva es la de darle la espalda y caminar por otro lado como si no existieran.
Desde luego que es la más cómoda. Relacionarte solo con ese entorno social que refuerza tus valores y te hace sentir cómodo/a hasta el punto de creer que defendemos siempre la verdad absoluta. Durante esos días reflexioné sobre el papel que debía desempeñar como ciudadana que quiere vivir en un mundo más justo. Un mundo que no se construye solo, que cada acción por muy ínfima que sea, cuenta. Por lo tanto, me pregunté ¿y si los afrontamos de cara? ¿Y si hacemos un trabajo de hormiguitas y vamos abriendo grietas en algunas personas por donde puedan fluir ideas o datos que rompan esquemas e incluso mentes?. Pensar que una sola persona puede cambiar el mundo es utópico e incluso ridículo, pero ¿y si este trabajo lo hacen otras muchas más?
Es verdad que con algunos determinados ciudadanos puede ser muy complicado porque son auténticos muros impenetrables, pero estoy convencida de que todas y todos tenemos vecinos/as con las que mantenemos una pequeña conversación de vez en cuando y encontramos alguna de esas grietas por donde colar una nueva idea. Al menos, hacerlos dudar, replantearse sus posturas. No hay que ponerse objetivos imposibles que solo consiguen frustrarnos pero cuando se logra calar en alguien, una se siente totalmente satisfecha y es cuando sabes que merece la pena el esfuerzo. Yo tuve varias experiencias de este tipo.
Técnicas para hacer frente a los rumores
La primera y más significativa fue mi paso profesional en el proyecto de Stop Rumores. Durante un año aprendí técnicas para hacer frente a los rumores que circulan por nuestros canales de comunicación (ya sean medios o redes sociales) e impartía talleres donde descubrí un vídeo que me hizo cambiar mi forma de relacionarme con los demás. Salir de mi zona de confort y hacer frente a todo tipo de opiniones. Se trata de una campaña que hizo Injuve (Instituto de la Juventud) dando un giro de 180 grados a las campañas de sensibilización tradicionales en defensa de la igualdad de derechos situando al intolerante como la persona que tiene el problema bajo el mensaje: “el intolerante necesita tu ayuda. No le discrimines”. De ahí mi reflexión con los mensajes que saltaban en mis redes sociales insistiendo en quitar a contactos “molestos”. ¿Y si le damos ese giro de 180 grados a ese “calentón”?
La segunda experiencia la tuve en un pueblo muy pequeño de unos 200 habitantes en el norte de Aragón donde solía veranear de pequeña. Acababa de irrumpir Podemos en el panorama mediático en España y en el único bar del pueblo no podía haber otro tema de conversación. Dos mesas ocupadas por abuelos jugando a las cartas mientras las abuelas estaban en misa. Yo sentada en la mesa de al lado con amigas. En una de esas conversaciones uno de ellos dijo: “pues Podemos no debe ser tan malo si atrae a buenas personas como Esther”. Esa fue mi oportunidad para introducirme en la conversación, esa es la grieta de la que hablaba antes.
La última experiencia tiene que ver con uno de los piropos más bonitos que me han dicho nunca. En una conversación con mi pareja sobre feminismo planteamos dos puntos de vista distintos pero no muy alejados. Finalmente sus palabras fueron: “Contigo he aprendido mucho sobre feminismo y me he planteado cosas que hace tiempo ni hubiera caído con respecto a este tema. Como yo hay mucha gente que no tiene las ideas tan claras y quizá es bueno conversar con ellas, en vez de atacarlas”. No sólo aprende él, sino que yo también porque es una oportunidad para mejorar todo lo que trabajé en mi etapa con el proyecto Stop Rumores en relación a tratar con diversos tipos de personas.
No voy a decir que yo no he sido la primera en muchas ocasiones en querer dar el portazo a este tipo de situaciones, pero de vez en cuando, aunque sea muy de vez en cuando, he trabajado la conversación y he conseguido pequeños logros. No se trata de hacer frente a situaciones imposibles con personas con las que no vamos a conseguir que se replanteen algo, pero sí hacer un pequeño esfuerzo por nuestra parte con aquellas otras con las que compartimos espacios, charlas, momentos, y dejan encubierta esa grieta. Un trabajo responsable que construya convivencia y no abra trincheras. Un trabajo que demuestre, una vez más, que la ciudadanía tiene altura de miras frente a políticos irresponsables. Al fin y al cabo, si muchas personas pequeñas en muchos lugares pequeños hacen muchas cosas pequeñas, podrían cambiar la escena actual del mundo entero. Merece la pena implicarnos en hacer un mundo mejor.
Esther Sanz, periodista y agente antirumor
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