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Casa Fardela: caminata en el tiempo hasta un antiguo cortijo de la sierra gaditana

Casa Fardela, en Benaocaz.

Mª Ángeles Robles

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Aunque el invierno todavía avanza lentamente, en el campo ya se intuye la primavera y las primeras flores, como las de los almendros, apuntan con sus brotes nuevos el cambio de estación. Es el momento propicio para disfrutar de algunas de las rutas que cruzan la sierra de Cádiz. El camino que une Benaocaz con el antiguo cortijo conocido como Casa Fardela es uno de los que mejor se adapta a esta estación del año en la que nos apetece disfrutar del sol de invierno porque, en su mayor parte, discurre por un terreno poco arbolado y no es aconsejable hacerlo cuando el calor aprieta mucho.

El paseo hasta Casa Fardela nos da la posibilidad de adentrarnos en el corazón de la sierra gaditana para acercarnos a modos de vida perdidos para siempre, en los que la naturaleza y el clima mandaban sobre el día a día de las personas. Además, esta época del año, en la que el campo empieza a despertar suavemente de su letargo invernal, es especialmente favorable para contemplar esta antigua construcción de dos cuerpos, una casa y un establo unidos por un patio cerrado, que albergó a varias laboriosas familias que se dedicaban a la agricultura y la ganadería.

Casa Fardela: la dureza de la vida en la sierra gaditana

El acceso a la casa es impracticable con cualquier tipo de vehículo. Por eso, hasta que fue abandonada definitivamente, la única forma que tenían sus habitantes para abastecerse era a pie o con animales de carga como burros o mulas. Aislada, sobre todo en lo más crudo del invierno, cuando las nevadas en la zona son frecuentes, este cortijo nos habla de la dureza de la vida en la sierra gaditana, pero también nos permite disfrutar de un enclave ideal para dejar de lado el estrés durante un rato.

Aunque nos encontramos dentro del Parque Natural Sierra de Grazalema, para hacer esta ruta no es necesario permiso. Se trata de un recorrido sencillo y apto para todos los públicos. Tiene 3,2 kilómetros y se puede hacer fácilmente ida y vuelta en el hueco de la mañana, aunque otra opción muy aconsejable es llevarse un tentempié y disfrutar un rato largo de la paz del valle en el que se encuentra la casa.

La ruta se inicia desde la zona alta del pueblo de Benaocaz, al final de la calle Nazaríes, en la zona conocida como Los Corrales. Como referencia podemos tomar la fuente del Tejar, que durante mucho tiempo se utilizó como lavadero y que hay quien asegura que está hecha con los restos de un sarcófago romano.

Junto a la fuente, una cancela da inicio a una suave subida por una cuesta empedrada desde la que observaremos, a la izquierda, una explotación ganadera y a los animales pastando tranquilamente. Una segunda cancela nos dará acceso al sendero propiamente dicho, que en este primer tramo discurre por terreno prácticamente llano. A la derecha, podremos ver un gran prado limitado por la Sierra del Caíllo, que no dejaremos de admirar en ningún momento del recorrido.

Ya a estas alturas, estaremos en plena naturaleza, solo escucharemos el sonido de los pájaros y el ruido que hacen las cabras y ovejas, que en ocasiones se alimentan en esta zona.

Seguimos adelante y, tras cruzar otra cancela, iniciaremos una suave subida entre árboles. Pronto nos encontraremos de nuevo en una zona abierta en la que podremos observar grande encinas y formaciones rocosas. Los más expertos podrán desviarse del sendero y entretenerse observando la flora autóctona de este paraje, con especies tan emblemáticas como la Paeonia broteri, conocida como abardela. Aún habrá que esperar a que la primavera avance definitivamente para contemplar sus grandes flores de un rosa intenso en todo su esplendor. Ahora cruzaremos una “angarilla” y nos tocará atravesar el arroyo Pajaruco, que en esta época del año no suele llevar mucha agua, así que el vado no ofrece complicación.

No muy lejos, tras atravesar una nueva portezuela, veremos una fuente de una sola pila que se usaba como abrevadero para los animales. Ya estaremos entonces muy cerca de la casa, a unos trescientos metros. Divisaremos primero dos altos chopos que nos señalan el lugar exacto en el que se encuentra el cortijo. Aunque está muy deteriorado, aún se mantiene en pie la casa y el establo.

También está en pie parte del murete que cerraba el patio y hasta podremos descansar en el banco adosado a una de las paredes del que fue hogar de labriegos. No es difícil imaginarlo encalado de blanco y lleno de vida. Tras el merecido descanso, que podemos alargar tanto como queramos para disfrutar del espléndido paisaje, toca desandar el camino y disfrutar de la buena gastronomía benaocaceña.

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