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Pampaneira y Capileira, dos pueblos vecinos para enamorarse de La Alpujarra

Capileira y Sierra Nevada.

Nacho S. Corbacho

Hace más de treinta años, Julio y Pura abrieron un pequeño restaurante en Pampaneira. Lo ubicaron en la ladera de la carretera que asciende hasta el corazón de La Alpujarra y lo llamaron Casa Julio. Poco a poco, la cocina de Pura fue ganándose un hueco en el corazón de vecinos y viajeros, lo que hizo que el proyecto creciera y que, poco a poco, todos sus hijos fueran incorporándose al negocio. Hoy, el restaurante tiene una preciosa terraza que mira al Barranco del Poqueira y dos amplios salones donde el olor que procede de la cocina alimenta por sí mismo.

Su carta es tan sencilla como sabrosa. Desde cocidos locales a carnes con una riquísima salsa de almendras, pasando por estupendas ensaladas y un clásico del lugar: el plato alpujarreño, que incluye patatas a lo pobre con pimiento frito, longaniza, morcilla, huevo frito, lomo de cerdo y jamón de Trevélez.

Los miembros de esta familia son algunos de los apenas 300 habitantes que residen en este precioso municipio de la Alpujarra granadina. Una localidad que se debe recorrer a pie (los coches no tienen permitido entrar en prácticamente todo el casco urbano) y que, pese a sus pequeñas dimensiones, esconde numerosos rincones de gran belleza.

La Fuente del Cerrillo es uno de ellos, con un nacimiento de agua permanente que ha sido históricamente utilizada por las gentes del lugar. A su lado, los antiguos lavaderos árabes dan buena cuenta de una vieja tradición, mientras que más abajo otro caño, el de San Antonio, ubicado junto a la parroquia del mismo nombre, cuenta con aguas de tal magnitud, que “Soltero que la bebe con intención de casarse, ¡No falla! Pues al instante novia tiene. ¡Ya lo ves!”, según reza la inscripción.

Numerosos carteles de madera con coloridas letras sitúan por todo el pueblo los muchos negocios existentes. En la misma plaza existe una tienda de dulces donde encontrar numerosos productos artesanales, entre los que destaca el pan recién hecho en horno de leña.

También hay varios restaurantes, como Casa Diego o la taberna El Pilón, que igualmente ofrecen el tradicional plato alpujarreño y diversas propuestas gastronómicas con sabor casero. A su lado, existen varios establecimientos repletos de artesanías, con las coloridas jarapas como protagonistas indiscutibles. De hecho, en el pueblo existen aún dos telares tradicionales donde elaboran estas piezas a base de deshechos de algodón, una oportunidad única para ver en acción a algunas de las pocas artesanas que mantienen viva esta profesión.

El barrio bajo se pierde entre estrechas calles que antiguamente eran simplemente caminos que delimitaban casas y huertas. Merece la pena lanzarse a investigar por una de ellas, la denominada calle Verónica, donde una acequia recorre la parte central de la vía con aguas de la lluvia y el deshielo. Allí se encuentra La Moralea, bodega con tres décadas de historia y centenares de productos artesanales. Visitar este establecimiento supone un acontecimiento para los amantes de la gastronomía: vinos de bodegas alpujarreñas, patés, embutidos, mermeladas, quesos, aceites, licores como la Hidromiel elaborada con miel y agua de Sierra Nevada, hierbas aromáticas, cervezas artesanales y un sinfín de productos granadinos y andaluces, con presencia también de algunos procedentes de varias regiones de España.

“Si está rico y es de calidad, queremos tenerlo”, cuentan en este negocio donde, además de adquirir auténticas delicatesen, también se pueden tomar en una preciosa y pequeña terraza donde tres grandes troncos hacen de mesas.

Un poco más adelante, la calle Silencio se estrecha aún más mientras atraviesa un tinao, uno de los elementos más típicos de la arquitectura tradicional alpujarreña. Se trata de una especie de soportal que cubre la entrada de algunas viviendas y que tiene varias funciones, entre las que destacan la protección frente a las inclemencias del tiempo, pero también el original aspecto defensivo: los defensores podían arrojar objetos a los invasores desde la parte de alta de las casas, que también quedaban comunicadas por estas estructuras. Precisamente, el urbanismo sin trazado previsto también ayudaba a defender la localidad, ya que los atacantes se podían perder por la maraña de callejuelas.

En el número 2 de esta vía se encuentra la bodega El Lagar, uno de los restaurantes más típicos de Pampaneira. Además de una bonita terraza, cuenta con un salón atestado de elementos típicos de la comarca donde poder degustar sus sugerencias, basadas principalmente en platos de cuchara y carnes asadas. Las proporciones de las raciones invitan a compartir y, si es imposible acabarlas, allí están acostumbrados a preparar las sobras para llevar.

Unos metros más arriba la taberna El Barranco permite otra parada para degustar numerosos embutidos y productos artesanales alpujarreños, en una ruta que puede seguir por El Tinao de Chicho o La Corrala de Ricardo, ambos en el barrio alto.

En la parte alta de Pampaneira, donde se asentaban tradicionalmente los pastores, también hay diversos restaurantes, como El Mesón Alberto o la pizzería El Castaño, donde -a pesar de su nombre- también cuentan con una carta de carnes y otras propuestas. Entre casas encaladas, macetas coloridas y los tradicionales terraos (típicos tejados alpujarreños planos y que se han utilizado tanto para secar los productos de huerta, como para tender la ropa, entre otros usos) Pampaneira se deja descubrir con esfuerzo a lo largo de sus numerosas y empinadas cuestas. Cerca de una de ellas se ubica la tienda El Jardín, donde fabrican más de 150 tipos de mermeladas, una veintena de variedades de miel y casi un centenar de chocolates, además de licores artesanales, caramelos o pan de higo, entre otros muchos productos. El Secreto del Jamón, también en plena cuesta, permite además degustar los ricos jamones procedentes de los secaderos de Trevélez.

Más abajo, de vuelta a la iglesia y a la entrada del pueblo, destaca la fábrica de chocolate de la Abuela ili, empresa familiar revitalizada en 2007 donde los amantes de este dulce tienen prácticamente todo lo que busquen: chocolate de frambuesa, de caramelo, con sal, dulce de leche, plátano, jengibre, ron y pasas... y hasta cerveza con cacao. Variedades que también se pueden probar en Capileira, donde existe otro despacho de la empresa.

La asociación de Los Pueblos más bonitos de España incluyó a Capileira en la última remesa de localidades que forman parte del selecto club que, por ahora, apenas forman unas 60 localidades de España, ocho de ellas andaluces (Mojácar, Pampaneira, Lucainena de las Torrse, Vejer de la Frontera, Frigiliana, Zuheros, Grazalema y Capileira). Su casco urbano está también protagonizado por tinaos y terraos fabricados con launa, una característica arcilla de color gris usada en la comarca que da una tonalidad especial a estos municipios y que forma parte de los materiales autóctonos que se usan para las construcciones: piedras, madera de castaño y nogal o lajas de pizarra, entre otros. Todo ello ha hecho que el Consejo de Europa destaque a lugar como modelo de arquitectura popular y que su casco urbano sea declarado Conjunto Histórico Artístico y Paraje Pintoresco.

A Capileira se puede llegar ascendiendo por una encantadora ruta que recorre de manera circular los tres municipios del Barranco del Poqueira, pero también en coche. Lo mejor es aparcarlo a la entrada y adentrarse por la calle del Dr. Castilla. Artesanías, jarapas y bodegas conforman una calle que revela el céntrico laberinto de Capileira, cuyo eje principal es la Plaza del Calvario.

Allí, restaurantes como El Tilo ofrecen menús a 10 euros con sopa de ajo y plato alpujarreño entre las especialidades, además de sugerencias como chuletón de ternera o unas chuletillas de cordero. A su lado, El Fogón de Raquel cuenta con unas migas de sémola tradicionales que justifican su visita; y, más allá, El Corral del Castaño ha modernizado la cocina tradicional sin olvidarse de la identidad: sopa de almendras, codillo braseado, cebollitas rellenas, praliné de morcilla con manzana, huevos rotos con habitas y jamón o una brocheta de pollo con cítricos y jengibre forman parte de una carta donde también hay ensaladas, pizzas y focaccias.

Las calles Horno, Mentidero o Cerezo ayudan a entender por qué Capileira atrae a tantos viajeros, mientras que la calle Cerecillo ofrece una bonita panorámica del Barranco del Poqueira por el que desciende siempre con agua el río del mismo nombre. Por la calle Castillo se puede ascender hacia la parte alta del pueblo, más tranquila y desde donde nace uno de los senderos más atractivos y accesibles de la zona: el que lleva hasta La Cebadilla, un antiguo poblado en el que residían los trabajadores de la antigua Central Eléctrica del Poqueira que hoy se encuentra totalmente abandonado.

El camino recorre el barranco entre preciosas casitas de piedra, viejos cortijos de pastores y las tradicionales eras que aquí y allá se encuentran por toda la comarca. En algunos momentos, además, la senda transcurre junto a acequias, auténticos caminos para el agua que desciende desde Sierra Nevada. Los árabes fueron sus creadores, que pudieron así aprovechar el líquido elemento para regar pequeños bancales de cultivo, así como ayudar a que se filtrase por toda la montaña facilitando así al crecimiento del pasto para el ganado.

De vuelta a la carretera principal se pueden encontrar, de nuevo, establecimientos de chocolates, artesanías, recuerdos, productos típicos y diversos restaurantes, así como la tetería Magick, que al atardecer se convierte en un lugar especial para reposar la jornada junto a un buen té. Un estupendo lugar para disfrutar del sol mientras se esconde tras las montañas y la nieve refleja la luz rojiza desde lo más alto del Veleta, el pico que acompaña desde las alturas a estos dos pueblos singulares.

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