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Tracción 4x4 bajo el Tajo de Ronda

En buggy bajo el Tajo de Ronda

Alejandro Ávila

Una pátina de tierra los cubre. Nos ajustamos las gafas protectoras y cubrimos parte del rostro con un pañuelo. Es la única manera de no morder el polvo cuando nos aventuremos por las pistas polvorientas. Aquello parece un cochecito de golf, pero con un look algo más macarra. En cuanto nos acomodamos en el asiento, giramos la llave y colocamos la palanca del piloto automático en la H, el vehículo nos saca de duda: estamos en buggy que derrocha potencia.

Su motor de 900 cc y 4 tiempos nos impulsan a toda velocidad por la Sierra de Málaga en cuanto acariciamos el pedal derecho. Las sensaciones van a caballo entre una moto y un coche: las cuatro ruedas de un automóvil y la propulsión de una motocicleta de gran cilindrada.

Mi compañero de fatigas se pone el cinturón de seguridad a toda velocidad, agarra fuerte al reposabrazos y me recuerda que es padre de tres adorables niños. Tranquilo, no voy a correr, le respondo. La promesa dura poco: en cuanto cojo confianza, piso a fondo el pedal derecho y una risa malévola se pierde entre los crujidos del chasis, el ruido infernal del motor y las gomas derrapando sobre la tierra.

Sergio Carrillo, el líder de este bautismo con tracción a las cuatro ruedas, nos guía desde el cuartel general de TopBuggy, en la ribera del Río Chico, hasta la cima del Tajo de Ronda. Por el camino, serpenteamos por el asfalto y los adoquines de la goyesca ciudad. Al parar junto a la famosa plaza de toros, los ocho ocupantes de los cuatro buggys nos convertimos en una atracción turística más de una Ronda atestada de visitantes de todas las nacionalidades. Una nube de turistas saca sus móviles y dispara más rápido que el intrépido Lucky Luke.

Apenas un puñado de centenares de metros nos separan del Balcón del Coño (sic). Basta asomarse al abismo infernal (por profundo) para entender el exabrupto. Una caída libre de centenares de metros se abre a nuestros pies, mostrándonos el espectáculo geológico que el río Guadalevín ha horadado con paciencia durante una auténtica eternidad. Un bellísimo halcón peregrino sobrevolando nuestras cabezas nos recuerda la prodigiosa altura a la que nos

Se acabó la visita cultura. Ahora toca probar nuestros nuevos juguetitos hasta exprimirles la última gota de diversión. La civilización asfaltada queda atrás y una risa malévola se escapa de nuestra garganta cuando el vehículo se precipita cuesta abajo por unos pedregales mordidos por la erosión de otros aventureros. Mi pie derecho parece soltarse y mis ligamentos pierden el miedo: ¡piso a fondo mientras caemos cuesta abajo! Puede que sean imaginaciones mías, pero, de reojo, creo que mi compañero de viaje se agarra con fuerza al reposabrazos y con la mano libre se santigua. Quién sabe, puede que simplemente se estuviera quitando la polvareda que vamos levantando a nuestro paso. Gracias al gran recorrido de suspensión de nuestros coches no tenemos miedo a volcar.

Entre olivos y viñedos

Las rocas salen disparadas, mientras avanzamos y cuando la adrenalina está por las nubes, nuestro guía hace un alto en el camino y nos lleva hasta el Albergue Los Molinos, un lugar donde nos asegura, cobijarse durante las frías noches de invierno es un placer de otro mundo. No nos cabe duda: estamos viendo otra perspectiva del famoso tajo: a sus pies resulta más majestuoso, más alto, más espectacular. Mientras tomamos un refresco en la terraza del albergue, Sergio Carrillo nos asegura que cuando llueve y los caminos están enfangandos, la experiencia es totalmente diferente. “Al rato ya no ves ni el color del buggy”, explica. Cuenta Carrillo también que el invierno pasado, nevó en Ronda, y que ponerse al volante de aquellos cacharros mientras derrapaban sobre el paisaje helado fue un momento único. Sus clientes disfrutaron como niños.

Aprovechamos el receso para charlar con él, nos cuenta que las dehesas que nos rodean son perfectas para escuchar en otoño la famosa berrea: cuando la serranía malagueña es testigo de la llamada al apareamiento de estos bellísimos ungulados. La pregunta es de rigor: ¿por dónde se pueden conducir estos vehículos? “Por carretera y, por supuesto, por pistas de tierra. Está prohibido, por supuesto, conducirlos por los cortafuegos y por la Sierra de las Nieves, que es espacio protegido”, señala Carrillo.

Regresamos a nuestros vehículos y serpenteamos un rato más entre olivos y viñedos, dejando atrás una de las bodegas que exprimen el famoso vino de Ronda. Con la adrenalina por las nubes, aparcamos nuestros vehículos y guardamos en nuestra retina un viaje único a los pies del gigante goyesco.

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