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Ara Malikian: el violín como arma de paz masiva

Ara Malikian

Óscar Senar Canalís

“No soy de ningún lugar”, afirmaba hasta hace poco Ara Malikian (Beirut, 1968). El que probablemente sea uno de los violinistas más populares tiene motivos para declararse apátrida: de origen armenio (el pueblo que sufrió el primer genocidio del siglo XX), nació en la capital del Líbano, donde vivió en sus propias carnes la crueldad de la guerra civil; de allí, gracias a una beca, se trasladó siendo adolescente a Alemania, y luego a Reino Unido, Francia... Hasta que hace casi 20 años recaló en España y, aunque reside habitualmente en Madrid, convirtió a Zaragoza en su epicentro profesional y personal.

“España me cambió la vida”, asegura el músico en una conversación telefónica desde Los Ángeles. Tras años viviendo en el norte de Europa, aterrizar en la península le reconectó con sus “raíces mediterráneas”. 

La música ha llevado al violinista por medio mundo, y eso le permite comparar: “Cuando llegué con 15 años a Europa, una de las cosas que más noté fueron las miradas que recibía por ser una persona diferente. Sentí muchos prejuicios y rechazo, y más en el entorno en el que movía, el de la música clásica, que es muy conservador. En España, esto cambió. Sé que aquí se mira con un poco de envidia afuera, pero como extranjero, es en este país donde menos rechazo he sentido y donde mejor me han acogido”. 

Desde el otro lado del Atlántico, Malikian tiene presente el contexto internacional, y lamenta que cada vez más cunda el discurso del odio al migrante, tanto en los Estados Unidos de Trump como en otras naciones. “Nos acercamos a una catástrofe planetaria”, advierte. 

Malikian esgrime el violín como arma de paz, capaz de unir tradiciones musicales tan diversas como la clásica, la armenia, la judía, la árabe, la gitana... “Creo en la cultura como instrumento masivo para unir a los pueblos. En mi música está el idioma común del universo: es mi manera de volver a la gente más sensible y concienciada, de contribuir a mejorar la sociedad”. Sabe de lo que habla, porque no olvida: “A mí el violín me salvó la vida”. 

El artista, que rechaza todo nacionalismo tras padecer sus estragos en el Líbano, siempre ha dicho que no se siente de ningún lugar. Por eso ríe cuando se le recuerda que en las pasadas Fiestas del Pilar fue nombrado hijo adoptivo de la ciudad del Ebro: “Es verdad, es verdad... Me he equivocado. Ahora soy de Zaragoza, y estoy encantado”. 

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