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Ayuso, la emancipación de los ricos y los conflictos territoriales

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. EFE/Ballesteros/Archivo

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“No queremos guerras con otras comunidades pero Madrid seguirá bajando impuestos”. Esto es lo que decía Isabel Díaz Ayuso tras ser investida presidenta de la Comunidad de Madrid en agosto de 2019. Toda una declaración de intenciones de lo que iba a venir en los años siguientes. En 2019 nadie esperábamos que una pandemia mundial con réplicas económicas y sociales iba a azotar los cimientos del sistema y, mucho menos, que iba a ser utilizada por Díaz Ayuso como caballo de Troya para desarrollar sus intenciones.

La frase de Ayuso, que en su momento pudo pasar desapercibida, parecer inocente o incluso bienintencionada para algunos, estaba cargada de contenido y recogía el principal de los propósitos de su acción política: servir a los ricos, generando conflictos territoriales si es preciso.

Eso es precisamente lo que hemos vivido desde agosto de 2019 y de forma más intensa desde el inicio de la pandemia. En este tiempo ha tratado de convertirse en una suerte de heroína del liberticidio frente a la agenda social y de protección de la salud pública que ha impulsado el gobierno de coalición. Para ello ha recurrido a todas las tretas posibles: desde la adjudicación de contratos a grandes empresas y multinacionales, hasta el maltrato de lo público para justificar y profundizar la gestión privada, pasando por continuos alegatos a la bajada de impuestos. Para los ricos, claro está.

Ayuso dijo que no quería entrar en guerras con otras comunidades, pero entra. Definió Madrid como “España dentro de España”, lanzando provocaciones y reflejando que para ella el resto de territorios no son más que parques temáticos que visitar en unas vacaciones. Las reducciones de impuestos a las rentas altas en la Comunidad de Madrid llevan años generando una competencia desleal hacia otros territorios. Este es el llamado dumping fiscal, bajar impuestos para competir con el resto de autonomías y llevar hacia Madrid empresas y grandes capitales, ahondando en los intensos desequilibrios territoriales que ya existen en nuestro país. 

Las políticas de Ayuso perjudican a la mayoría que vivimos en otros territorios: perdemos empresas y empleos, falta de inversión y deterioro de los servicios públicos. Lo peor es que tampoco ofrece beneficios para la mayoría de los y las madrileñas. Y es que cuando se reducen impuestos a los que más tienen y cuando se rompe la progresividad del sistema fiscal, es la gente corriente la que lo sufre a través de la debilitación de los servicios públicos.

Esta estrategia, que no es nueva, no propone otra cosa que la emancipación de los ricos en todos los sentidos. Lo propone desde una óptica de clase, siendo los que más tienen los que se benefician de esa bajada de impuestos, al tiempo que la gente corriente lo paga con el maltrato y la debilitación de unos servicios públicos claves para reducir las desigualdades y cohesionar las capas de la sociedad. Esto provoca que las clases pudientes puedan llevar a sus hijos e hijas a colegios de pago mientras el alumnado de Carabanchel no tiene maestra sustituta cuando su tutora se pone enferma o que mientras los más favorecidos van a la clínica privada, la vecina de Vallecas espera durante 3 meses su visita al especialista. Por si esto fuera poco, esta estrategia también implica la secesión de los ricos desde una óptica territorial, fomentado la insolidaridad entre Comunidades Autónomas, especialmente entre las más abundantes en recursos y las que menos, también entre las más pobladas y las más vacías, agudizando los conflictos territoriales a base de deslealtad hacia el resto de instituciones.

Ayuso no duda en recurrir a un regionalismo elitista como mecanismo de confrontación. Un regionalismo que no atiende las necesidades materiales de la gente corriente y que sirve de excusa para seguir favoreciendo a los ricos. También se sube a la ola trumpista y lo hace a la par que cultiva el nacionalismo centralista con soflamas como “Madrid, monarquía y España son lo mismo”. Frases que le sirven para desmenuzar y mostrarnos su proyecto de país: un país pequeño donde sólo caben unos pocos y donde se olvida de la España plurinacional y diversa. Un país en el que la monarquía sigue siendo clave de bóveda, sinónimo y garantía de desigualdades. Un país en el que se da la espalda a los territorios despoblados y en el que los ricos se emancipan en todos los sentidos: desde la gente más acomodada hasta los territorios más pudientes. Y todo ello en nombre de la libertad. Libertad para el que se la pueda pagar, claro está.

La pandemia ha sido y va a seguir siendo utilizada por Ayuso para imponer el liberticidio y para hacer política de clase. Para la clase alta, por supuesto. Para bajar impuestos a los que más tienen y para seguir poniendo lo público en sucias manos. Mientras la gente corriente, ansiosa por recuperar sus vidas prepandemia, aproveche el verano para evadirse, Ayuso hará de las suyas para servir a los poderosos. Todos los neoliberales han encontrado su shock para imponer su agenda y sus políticas. El de Ayuso es el coronavirus. 

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