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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Un paseo por Zaira

Plaza Mariano de Cavia

Paco Sanz

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“El primer caso conocido y documentado de un edifico fantasma en Zaragoza se produjo el once de enero del año mil novecientos ochenta y tres. Eran las tres y media de la noche, cuando una fachada de cuatro pisos de altura y una manzana de largo surgió de la nada, sobre el asfalto”. Así comienza uno de los cuentos de José Luis Tamparillas en el que narra la aparición del bloque de viviendas que hasta 1977 separaba las calles Cerdán y Escuelas Pías, hoy Avenida de César Augusto.

La precisión de fecha y hora certifica la veracidad del fenómeno. Descartada por tanto la alucinación, sólo cabe pensar que tales prodigios sucedan cada cierto tiempo. Los sismólogos, sin embargo no son capaces aún de predecir futuras manifestaciones, y eso que Zaragoza transcurre sobre una gruesa capa tectónica de historia con más de 2.000 años que hará inevitable un día u otro semejante portento. Mientras seguimos a la espera, podemos ir trazando por precaución un callejero con las zonas movedizas de la ciudad.

Dice Italo Calvino en “Las ciudades invisibles” que “una descripción de Zaira tal como es hoy debería contener todo el pasado de Zaira. Pero la ciudad no cuenta su pasado, lo contiene como las líneas de una mano, escrito en las esquinas de las calles.” Nuestra Zaira-Zaragoza, siendo invisible no es imaginaria. Al contrario, de puro real se muestra terca, pues tal es su carácter, y le cuesta desplegar su palma para leer entre líneas. Sin embargo, testifican a favor de un pasado esplendoroso quienes en su día la conocieran.

Así, el holandés Henrique Cock, que acompañó al séquito de Felipe II en 1585 para celebrar en Zaragoza las nupcias del monarca con la hija del duque de Saboya, deja testimonio de su paso por la capital aragonesa y exclama: “los palacios de los caballeros y muchos ciudadanos son de tal grandeza y gala que entre todas las ciudades de España tiene Zaragoza ventaja”.

Apenas unas décadas después, Mateo Alemán se refería de este modo a Zaragoza en su “Vida del pícaro Guzmán de Alfarache”: “Tan hermosos y fuertes edificios, tan buen gobierno, tan de buen precio todo, que casi daba de sí un olor de Italia.” (Segunda parte, Libro III, Capítulo I). Y, en fin, más de medio siglo después las crónicas del viaje de Cosme de Médicis por España y Portugal nos legaron esta imagen de la ciudad: “La ciudad de Zaragoza (…) aunque ni por su grande (sic) ni por el número de sus habitantes iguale a Barcelona. La supera bien por la categoría de sus edificios, por la alegría y limpieza de las calles y la cantidad de sus plazas”.

Es cierto que poco queda ya de esa ciudad. Las modas, la especulación y los desastres de la guerra han condicionado y acondicionado la imagen y el trazo presente de la ciudad. Tras cada mudanza hay una lógica, muchas veces disparatada, que puede llegar a descifrarse. Y resulta importante que lo hagamos, pues en ella se encuentran las razones de su propia esencia. Mirar la ciudad es meditar sobre su biografía y, de paso, perder algo de nuestra inocencia. Esto es lo que me mueve a pasear por esta urbe zarandeada: captar realidades empeñadas en seguir escapando.

Porque a Zaragoza hay que acecharla con ojos de ausencia, de estar pensando siempre en otra cosa. Basta sostenerle la mirada para descubrir que en ella hay destierro suficiente como para reconstruir otra ciudad. Solares sin edificar, casas que sólo conservan su antigua fachada, estatuas que han mudado de sitio, Iglesias que son bloques de oficinas, manzanas retranqueadas para abrir más cauce a los vehículos... Quizá el símbolo que mejor expresa todo este corrimiento sea la placa que recuerda la casa natal del periodista Mariano de Cavia: “En la casa que ocupaba anteriormente el solar de este edificio, nació…” Como en un juego de muñecas rusas, hay que ir destapando la realidad para encontrarle su valor recóndito. Hay memoria desde luego, pero falta espacio para contenerla. Por eso, a veces, para dar holgura a este disco duro urbano recurrimos a viejas fotografías o antiguas crónicas que nos muestran una dimensión distinta, fugazmente recuperada.

Les invito a que compartan conmigo este viaje por la Zaragoza escondida de cuyo testimonio iré dejando constancia en estas páginas. Deambularemos por su fisonomía extraviada, a través la literatura, el cine o el arte, esos salvoconductos que permiten por un momento explorar el pasado y recuperar paisajes y paisanos, a veces conocidos, otras anónimos. Y les aliento asimismo a compartir sus vivencias, sus imágenes y recuerdos; porque la construcción de la memoria será colectiva o no será.

Como decía el periodista José Valenzuela La Rosa en “El embellecimiento de Zaragoza”, un amplio reportaje de 1922: “nuestra Zaragoza no es la de ayer ni la de hoy; es la que pudiera y debiera ser y la que ignoramos si algún día será.” Para que no se escape de nuestras manos el futuro, recuperemos su pasado.

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