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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Dos semanas de confinamiento

António Costa calificó de "repugnante" las declaraciones del ministro de Finanzas holandés, Wopke Hoekstra, cuando planteó la posibilidad de que se investigue a España por su gestión de la pandemia.

Enrique Tordesillas

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Llevamos dos semanas de confinamiento y nos quedan por lo menos otras dos. Digo por lo menos porque realmente no sabemos cuánto va a durar -si nos guiamos por el aislamiento de Wuhan, alrededor de dos meses y medio-, cómo quedará el sistema sanitario, qué magnitud tendrá la crisis económica a la que estamos abocados; qué cambios se producirán en el sistema productivo, en las relaciones sociales, en las prioridades de la ciudadanía…, realmente no sabemos casi nada de los que nos deparará el futuro.

No sabemos casi nada porque nos enfrentamos a una situación totalmente nueva, no prevista en ninguno de los escenarios, sobre los posibles retos futuros, en los que suelen trabajar los diferentes gobiernos. Por eso nos ha cogido a todos por sorpresa y por eso se siguen produciendo debates en el ámbito científico sobre cuál es la mejor manera de enfrentarnos a la pandemia. Los gobiernos han optado por un procedimiento u otro en función de las recomendaciones científicas, de su experiencia, del contexto social y cultural del país en cuestión (hay una gran diferencia de disciplina social entre las ciudadanías de Corea y España)… y tienen que ir ajustando sus medidas según las experiencias, propias y ajenas, que van teniendo.

No es de extrañar que las respuestas no hayan sido siempre lo rápidas y acertadas que la situación requería, pero es bastante oportunista criticar a toro pasado lo que ha hecho el Gobierno cuando, en su momento, no se planteó ninguna alternativa. Tampoco es muy “patriótico” fomentar la desconfianza y crear inquietud social exigiendo precisiones y certezas que son imposibles. Esta crisis nos va a proporcionar abundante material para reflexionar y muchas experiencias de las que aprender. Ojalá seamos capaces.

Las personas, especialmente en situaciones de crisis que nos desbordan, tendemos a buscar refugio en quienes nos ofrecen soluciones precisas y eficaces a nuestros problemas, ya sean estos económicos, políticos o sanitarios. Pero una buena parte de las cuestiones a las que nos enfrentamos -como la actual pandemia- son procesos complejos y aleatorios -los virus pueden mutar y comportarse de diferente manera-, no podemos saber con precisión en qué situación están en cada momento ni que trayectoria van a seguir en el futuro. Una primera lección que podemos sacar de esta crisis es que, aunque nos desasosiegue, tenemos que olvidarnos de la certeza total y acostumbrarnos a vivir con cierto grado de incertidumbre. No existen soluciones simples a problemas complejos, y debemos desconfiar de quienes pretenden simplificar las cosas y dicen tener recetas para todo.

La necesidad de seguridad, ante una globalización supeditada a los intereses del capital y no de las personas, ha empujado a mucha gente a buscar refugio en lo más conocido y lo más próximo. Esta tendencia ha impulsado a formaciones políticas ultraconservadoras y xenófobas en las que la solidaridad no tiene cabida más que, en el mejor de los casos, “entre los nuestros”. Pero, ¿quiénes son “los nuestros”? Los que se envuelven en la bandera y se dicen patriotas dirán que los españoles, pero cuando se ceden parte de los escasos recursos sanitarios de un Comunidad Autónoma a otra, aparecen resistencias en la comunidad cedente, “los nuestros” han cambiado. Seguro que lo mismo sucede dentro de cada Comunidad, cada ciudad… Con estas premisas, “los nuestros” terminamos por ser cada persona, sálvese quien pueda.

El rechazo de lo distinto no es solución, no han sido “los otros”, ni los chinos ni los inmigrantes pobres o que huyen de las guerras, los que han traído el COVID-19, han sido españoles que venían de otros países o turistas, de los que tan necesitada está la economía española. Además, no hay fronteras, ni banderas, ni patriotismo barato que puedan parar a los virus, las únicas defensas son la inversión sanitaria, el desarrollo científico y la colaboración entre países.

El responsable del contingente sanitario cubano en Italia decía el sábado 28, en una entrevista en la SER, que estaban el Lombardía porque para ellos “solidaridad no es dar lo que nos sobra, sino repartir lo que tenemos”. Ya sé que este criterio está muy lejos del universo político de personajes como el presidente Trump o el ministro holandés de finanzas, Wopke Hoekstra, -por no hablar de algunos políticos españoles- pero si no son capaces de colaborar pensando en los demás, al menos que lo hagan por egoísmo, ya que cada país que supera la crisis beneficia al resto como mínimo en dos niveles: el sanitario, al eliminar focos de contagio, y el económico, al comenzar la reactivación económica, lo que facilitará la futura reactivación de otros países.

La solidaridad y la colaboración, tan necesarias y tan difíciles de alcanzar, y no el sálvese quien pueda -en este escenario solo se salvan, y no siempre, los muy pudientes- son las bases sobre las que la humanidad puede afrontar las grandes crisis, sean estas sanitarias, políticas, económicas o ecológicas. Y para que funcionen bien cuando se necesitan, es necesario tener suficientemente engrasadas las estructuras cooperativas.

La globalización también han llevado a anular los stocks de material y a una distribución de la producción -deslocalización- por áreas geográficas, derivando hacia Asia aquellos procesos de menor valor añadido, como el textil en general y las mascarillas en particular. Así, sin reservas de material y con una concentración de la producción por zonas, cuando se produce una crisis en un eslabón de la cadena de distribución -como el coronavirus en China- todos los países se resienten. ¿Seremos capaces en el futuro, de considerar la sanidad como una cuestión estratégica y mantener una estructura industrial que permita eliminar o disminuir la dependencia del exterior? Otro reto pendiente.

En un contexto en el que el mundo del trabajo había desaparecido prácticamente de la agenda política, esta crisis también está poniendo de relieve la importancia del factor trabajo. La tecnología y las infraestructuras son necesarias, pero la pandemia que sufrimos ha demostrado la calidad humana y profesional de los cientos de miles de personas que, a pesar de las deficiencias, están haciendo todo lo posible por garantizar la seguridad de la ciudadanía. Muchas de estas personas pertenecen a colectivos (cadena alimentaria, limpieza, residencias de ancianos…) de los que rara vez se habla, que resultan casi invisibles para el resto. Está bien que sean merecedores de nuestros aplausos cotidianos pero, cuando termine la crisis, deberemos valorar su trabajo y compensarlo tanto social como laboralmente.

Buen confinamiento y hagamos lo posible para que esta crisis se convierta en oportunidad.

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