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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

La Unión Europea se diluye

Bandera de la Unión Europea

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Al empezar la crisis múltiple provocada por el coronavirus, parecía que la Unión Europea iba a responder de manera más eficiente y solidaria que en la crisis económica del 2008. Se aceptó la mutualización de las ayudas para pagar los costes de la pandemia -aunque con muchas dudas, con un importe bastante escaso comparado con las necesidades y con las ayudas en otros países como EEUU, y con procesos de puesta en práctica demasiado lentos- y se negoció la compra de vacunas para toda la Unión. La cosa apuntaba bien, la UE podía salir de esta crisis fortalecida.

Pero pronto empezaron a aparecer los problemas: las ayudas económicas se retrasan indefinidamente; la negociación con las farmacéuticas productoras de las vacunas -especialmente con AstraZeneca- dirigida por Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ha sido manifiestamente mejorable y han empezado a intervenir fuerzas centrífugas bastante preocupantes.

Inicialmente fue el gobierno de Viktor Orbán -otra vez Hungría dando la nota- el que, al margen de la UE, decidió negociar con Rusia la compra de vacunas Sputnik V; después fue Markus Söder, ministro presidente del estado alemán de Baviera, el que negoció la compra de la vacuna rusa, en este caso previa aprobación de su uso por la Agencia Europea del Medicamento y finalmente, el gobierno alemán -siguiendo el ejemplo de Söder, aspirante a la Cancillería alemana- ha decidido hacer uso de la Sputnik V cuando la AEM le dé el visto bueno. Se acabó la compra común de vacunas, comienza el “sálvese quien pueda”.

El último episodio -para mí de gran importancia- del errático funcionamiento de la UE, ha sido el viaje a Turquía de dos de sus más importantes representantes. La foto de Ursula von der Leyen, en su encuentro con el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, es demoledora. Ya sé que la diplomacia internacional es muy complicada, que los intereses de parte son muy fuertes -en este caso está en juego el papel de Turquía con los refugiados- y que Erdogan no es un interlocutor fácil, pero esto también lo saben las instituciones europeas, que tenían que haber sido más previsoras y evitar la lamentable imagen que se dio. 

El problema de la reunión en Ankara no es solo que la delegación de la Unión haya aceptado el machismo del presidente turco -del que participó Charles Michel, presidente del Consejo Europeo -, el ninguneo de Erdogan a von der Leyen es el ninguneo a una mujer y a la presidenta de la Comisión Europea. Si se aceptan estos desplantes, ¿con qué autoridad se puede presentar la UE en el escenario internacional? ¿Qué respeto va a infundir von der Leyen en futuras negociaciones?

Creo que los representantes europeos se tenían que haber plantado, las explicaciones de Michel y von der Leyen, que en esto coinciden, de por qué aceptaron el escenario tan desequilibrado diseñado por Erdogan: “lo importante era tratar las cuestiones que habían motivado la reunión,” no me parecen suficientes, cualquier acuerdo debe partir del reconocimiento de la dignidad de los interlocutores y esto no sucedió en Ankara.

Si la UE quiere jugar un papel relevante en el concierto internacional defendiendo el modelo social europeo, no se pueden admitir ofensas como la que sufrió doblemente, como mujer y como presidenta de la Comisión, von der Leyen. Mirar para otro lado cuando no te respetan no es la mejor manera de tratar con personajes que han emprendido la senda autoritaria y de vulneración de derechos, la historia está llena de ejemplos.

Claro que el compromiso de la UE con la defensa de los derechos humanos, la lucha contra las desigualdades y la protección de los más necesitados -y si no es así de poco nos sirve a la mayoría de la ciudadanía- debería empezar por la propia casa y el ejemplo de los países del Grupo de Visegrado, especialmente Hungría y Polonia, no nos deja en muy buen lugar.

La Unión Europea se está diluyendo, las tendencias nacionalistas imperantes reforzadas por la incertidumbre creada por la pandemia, y una arquitectura política excesivamente compleja, con diferentes centros de decisión, y lenta en la toma de decisiones, está poniendo en peligro su futuro. Europa necesita mayor cohesión interna, más capacidad de desarrollar proyectos comunes y avanzar hacia el objetivo de intervenir en el concierto internacional con una sola voz.

Probablemente no sea este el mejor momento para emprender un catálogo de reformas de calado, pero los partidos con vocación europeísta tendrían que ponerlo en su agenda. Entre ellas deberían estar la obligación de cumplir con determinados principios democráticos y la manera de evitar los vetos de determinados Estados a políticas acordadas por la mayoría. Europa debe avanzar en su unión, aunque esto implique una Europa a distintas velocidades, algo que, por otra parte, ya existe con el euro.

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