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Tras la angustia llegó la emoción: Rosa se queda en casa después de suspender Kutxabank su desahucio

Rosa se abraza a un miembro de la PAH tras conocer que su desahucio se suspendía

Óscar F. Civieta

Zaragoza —

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Había perdido la esperanza. Lo reconoció varias veces en las interminables horas de espera. Lo decía en el salón, en la cocina o en el dormitorio de la que, creía, iba a dejar de ser su casa. “Quiero que vengan ya, que se acabe cuanto antes”, afirmaba nerviosa. Quizá por eso la explosión de júbilo fue estruendosa. Gritos, saltos, puños… alegría sin medida cuando Begoña Leza, de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), anunciaba, con la voz entrecortada, que Kutxabank suspendía el desahucio. Se lo había dicho el temido secretario judicial. El que tanto se hizo esperar.

Y llantos, muchas lágrimas. De alegría. Por fin. Rosa salió de su casa sin miedo, nadie le iba a impedir regresar. Lo hizo para agradecer a los asistentes (entre 150 y 200, dependiendo del momento) su lucha y su perseverancia. Sus ánimos, abrazos y gritos. Tomó el micrófono como ya había hecho antes en un par de ocasiones. El mensaje fue el mismo, el tono antagónico: “Gracias”. Poco más fue capaz de decir: “No me lo puedo creer. Estoy muy emocionada. No tengo palabras”.

Fina feliz (o prórroga, al menos), que desde la PAH interpretan como una gran oportunidad para alcanzar un acuerdo. Confían en que la entidad se avenga a negociar y se pueda llegar a una entente: “Rosa quiere la dación en pago, quizás tengamos que ceder algo”, reconocía Leza.

Horas de angustia

La mañana se hizo eterna en casa de Rosa. Desde las 6:00, personas de la PAH y del movimiento 8M Zaragoza (era el primer desahucio en el que se implicaba de esta manera y ya han anunciado que será tónica habitual a partir de ahora) arropaban a Rosa en su casa y en la calle. Había dormido sola. Un colchón en el suelo del desangelado y frío salón fue su soporte en la que, barruntaba, sería la última noche en ese piso. El siguiente amanecer lo vería en una habitación de la casa de su cuñada, donde pensaba quedarse hasta poder alquilar algo. Allí había dormido la noche anterior su hija, a la que Rosa quiso alejar de tan desagradable momento.

Aunque lo de dormir es un decir, reconocía Rosa, “estaba muy nerviosa, oía ruidos todo el rato. Y cuando cogí el sueño hasta soñé que venía el director del banco”. Ya en pie, con su chaleco verde de la PAH, iba de un lado a otro. Seria, nerviosa. Pero aún le quedaban fuerzas para sonreír (después llorar) cada vez que una nueva amiga subía a darle otro abrazo.

Unos minutos después de las 8:00 llegó la Policía Nacional, primer momento de alerta. Solo querían controlar que no se interrumpiera el tráfico en la calle, muy concurrida por la existencia de un colegio justo enfrente de la casa de Rosa. Las horas pasaban entre gritos de “casa entregada, deuda pagada, dación en pago para Rosa”, “la vivienda es un derecho, no un privilegio” o, el más habitual, “Kutxa, escucha, Rosa se queda”.

Pasadas las 10:00, Leza anunció que se preveía la aparición de la comitiva judicial a las 11:30: “Nos ponemos todos delante de la puerta y, como siempre, de manera pacífica, defendemos a nuestra vecina”. La hora se acercaba. La desesperación y la congoja crecían.

Entonces llegó. De lejos, hablando con la Policía Nacional, estaba el secretario judicial. Leza fue a hablar con él. El resto es conocido.

10 años negociando con Kutxabank

Es el capítulo, de momento, final, de esta historia que comenzó en 2005, cuando Rosa pidió una hipoteca con su hermano (su marido, a pesar de vivir con ella, su hija –de 23 años– y su hijo –de 21–, no quiso entrar en la compra). El piso, tal y como relataron a este medio representantes de la PAH, costaba 135.000 euros, pero la hipoteca fue de más de 170.000, “el desfase era en concepto de gastos de compra”. Además, no le aplicaron el Euribor, como suele ser habitual, sino el Índice de Referencia de Préstamos Hiptecarios (IRPH), “que supone un encarecimiento del pago de alrededor de 300 euros mensuales”.

En 2008, Rosa se separó y se quedó sola con sus hijos, una nómina de alrededor de 1.200 euros y una hipoteca de 960. Entonces, siempre según lo contado por ella y por la PAH, acudió a la entidad y solicitó la dación en pago. Sin embargo, Kutxabank le ofreció lo que llaman “alivio hipoteca”, que, en realidad, sostienen en la Plataforma, “es un préstamo personal que, después, hay que pagar, o sea que lo que hace es endeudar más al cliente”.

Durante tres años, recuerdan, pagó 300 euros de su bolsillo y el resto, hasta llegar a los 960 mensuales, salía de ese “alivio hipoteca”.

Recurre a la PAH

En 2011, Rosa deja de pagar y pide ayuda. “Cuando empiezan a cobrarle también ese préstamo que llaman alivio, se da cuenta de que no puede, así que acude a nosotros”, indicaron. “Al llegar aquí llevaba seis años pagando 960 euros al mes, o sea que ya había abonado unos 70.000 euros, pero la deuda seguía siendo de casi el total (170.000). Solo había pagado intereses”. Tras estudiar la situación, volvieron a pedir la dación en pago: “Consideramos que Rosa ha pagado de sobra”.

Cada mes, a partir de ese momento, explicó Rosa, “me quitaban más de 200 euros de la nómina para pagar el alivio”; la metieron en juicio y se negaron a negociar, dijeron en la PAH. En 2014, tras una huelga de hambre de 13 días con otras personas en situaciones similares, las partes se volvieron a sentar en la mesa. Sin frutos.

Desahucio

La última oferta que le plantearon consistía en irse de la casa y abonar 30.000 euros: “No puedo aceptarlo, lo pagaría en un préstamo a 30 años, pero necesito ese dinero para pagar un alquiler”, afirmaba ella.

Reconocía que estos días estaban siendo muy duros: “Soy muy fuerte, pero estoy muy nerviosa y cada vez que me pongo a hacer cajas con mi hija (con una minusvalía de un 10 % tras sufrir un derrame cerebral en 2015) me echo a llorar”. Quiere alquilar un piso, “pero no puede hacerlo porque le consta una deuda en el Banco de España”, explicaron en la PAH, y tampoco el Gobierno de Aragón le ofrece una solución habitacional porque tiene una nómina, apuntaron las mismas fuentes.

Para más inri, Rosa (que no ha dejado de trabajar en ningún momento), teme quedarse sin empleo, “ejerzo como operaria de logística, pero estoy de baja por problemas físicos. Tengo mucho miedo de perderlo también”.

Puede que el miedo no se haya ido del todo. Es posible que Rosa siga sin creérselo. Sus problemas no han terminado, ha ganado aire. Un alivio. Pero este es de verdad. Deberá seguir luchando. Quizás también cediendo. Solo una cosa está clara: después de lo vivido esta mañana, Rosa mira hacia adelante con un poco más de esperanza.

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