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Dar clase a niños sordos en tiempos de pandemia: “la patología auditiva no es visible a los ojos”

Las mascarillas, que deben ser adquiridas por los propios docentes, no garantizan la seguridad en el aula

Elisa Navarro

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Los mensajes preventivos han sido el leitmotiv durante estos meses de pandemia que, como un bombardeo, han colapsado todos los medios de difusión existentes. Resulta ya casi imposible olvidar estas medidas y acatarlas, cueste lo que cueste, aunque implique reinventar casi todos los sectores del mundo hasta ahora conocido. Sin embargo, lo que puede resultar más o menos factible para el común de la población, para otros, se traduce en un reto sin precedentes. El Colegio La Purísima para niños sordos de Zaragoza es un ejemplo de ese esfuerzo diario por parte de profesores y alumnos por sobrellevar una situación que viene a afectar a la mayor parte de sus dinámicas habituales. 

Y es que la ventilación –el ruido de la calle–, la distancia de seguridad –pues con cada metro, hay seis decibelios de pérdida– y, sobre todo, la mascarilla, que distorsiona la sonoridad e inteligibilidad del habla, obligan a las docentes a vocalizar y a utilizar todo su cuerpo para hacerse comprender entre unos alumnos que, ahora, además, tampoco pueden leer sus labios.

Las mascarillas transparentes, que se presentaban como una solución integradora para las personas con discapacidad auditiva, han resultado ser poco seguras ante la falta de homologación. Por esta razón, los docentes del colegio utilizan mascarillas convencionales. “En la escuela tenemos entre 8 y 9 tipos de mascarillas especiales. Sin embargo, nos indicaron que, si las utilizábamos, teníamos que sumarle otra protección que era la pantalla, pero, además, la distancia de seguridad y utilizar dicha mascarilla para momentos puntuales de explicación. Vamos a seguir insistiendo en que encuentren una mascarilla homologada, pero estamos un poco escépticos porque los materiales son los que son”, explica la directora del colegio, Mariví Calvo.

“De hecho, no se homologan porque cada material por separado es homologable, pero no todo junto formando una mascarilla. No hay manera de asegurar que las especiales protejan de los aerosoles como lo hacen las convencionales”, apunta la terapeuta ocupacional del centro, Sara Vela.

La sordera, una patología invisible a los ojos

Aunque las medidas preventivas ante la pandemia han venido a dificultar el día a día de las personas con discapacidad auditiva, la problemática, de cara a la sociedad, existe desde siempre. Y es que, como asegura la directora del centro, “la patología auditiva no es visible a los ojos”.

Además, es tan invisible como aleatoria. Es decir, los implantes o audífonos de última generación válidos para ciertas personas, son inservibles para otros. En el Colegio la Purísima, tienen de todo. “Hay niños que se asemejan a una persona con audición normalizada gracias a las ayudas técnicas y, hay otros, que, a pesar de estas ayudas, tienen una ausencia total de sonido”, explica Mariví Calvo.

Y, por injusto que parezca en muchos casos, la patología auditiva de estos niños es la menos incapacitante, pues a la sordera hay que sumarle la ceguera, el síndrome de Down, la parálisis cerebral o los problemas del lenguaje, con los que los niños, a pesar de oír perfectamente, no codifican la señal. “Aquí, ser sordo no te libra de otros muchos problemas”, asegura.

Ante esta diversidad en el aula, las profesoras del centro tienen que hacer verdaderos malabares para lograr la comunicación llegando a sus alumnos a través de todas las vías y metodologías posibles. Debiéndose reinventar con cada clase y estudiante. Y a esto súmale las medidas de prevención ante la COVID–19. 

Para lograr este reto titánico, las docentes se sirven, ahora más que nunca, de unos recursos digitales que, sobre todo, después del confinamiento han llegado a las aulas para quedarse. Sin embargo, no hay que dejar de usar la lengua oral y no solo el lenguaje de signos como mucha gente puede llegar a pensar.  

“En nuestro compromiso por educar, no nos podemos olvidar de la comunicación total y de lo que aporta el cuerpo como recurso, sumado a la lengua de signos, a los pictogramas que decoran todas las paredes de nuestro colegio o a todas las metodologías que puedan servir de aprendizaje para nuestros alumnos”, explica Mariví.

Contrarias al victimismo

Es evidente que Marivi y Sara no aceptan la palabra “imposible” en su vocabulario. Una premisa que demuestran cuando hablan de sus alumnos, pero sobre todo de sí mismas.  

A base de mucho esfuerzo, logran ver en cada uno de los obstáculos una oportunidad para seguir enseñando, creciendo y rehabilitando. La música, el ritmo o, incluso, las pausas servirán como un medio de transporte a la hora de educar. Y es que cada letra, vibra de una manera concreta y el cuerpo no va a ser el mismo al pronunciar la “a”, abierta y majestuosa, que la “u”, cerrada y tímida. Técnicas que lograrán equilibrar barreras de sonido que, debido a las nuevas medidas impuestas por el coronavirus, deben combatir en el aula. “Tenemos un trabajo muy grande por delante: rehabilitar en todos los sentidos, a la vez que se cumple un currículo –igual que en el resto de colegios–, pero adaptado. Un esfuerzo por parte del profesorado para quitarse el sombrero”, asegura la directora.

Un “imposible” que tampoco tiene cabida entre los alumnos a los que, por otra parte, se tiende a compadecer constantemente. Las profesionales insisten en cambiar el victimismo por el “esfuérzate”. “Siendo sinceros, la sociedad se va a esforzar relativamente poco”, afirman. “Hay que ser comprensivo, pero no tan condescendiente. No nos podemos quedar en el ”pobrecitos“. Nosotros, como centro, les facilitamos los recursos y ellos son los que tienen que esforzarse. Y solo esa conjunción permite hablar de una verdadera integración e inclusión social”, indica Mariví Calvo.

Muchos motivos por los que estar orgullosas

“Nuestros niños aprenden, comprenden y se están rehabilitando. Además, la comunicación fluye. La gente se tiene que quedar con que estamos comunicando todo el día. Eso que parecía tan difícil, ya no lo es tanto en nuestro colegio”, asegura Calvo.

Marivi Calvo y Sara Vela son tan solo dos ejemplos de las muchas piezas esenciales con las que cuenta nuestra sociedad. Cada día, con su espíritu inquebrantable, hacen fácil lo difícil y, es que esa profesión que escogieron por vocación, las ha convertido hoy en muchas otras cosas: psicólogas, malabaristas, magas, artistas…Solo ellas serán capaces, muchas veces, de comprender las necesidades de unos niños que, si bien tienen dificultad para escuchar, necesitan ser constantemente escuchados.    

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