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Gustavo García: “Algunas residencias no han conseguido llevar a un solo paciente al hospital durante dos semanas”

Gustavo García, coordinador de Estudios de la Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales.

Ana Sánchez Borroy

Zaragoza —

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Todavía habla desde el dolor. Es un dolor provocado por los efectos devastadores del coronavirus en las residencias de ancianos, pero también por el trato injusto de la sociedad hacia esos centros. Aunque ahora mismo Gustavo García (Abejar, Soria, 1953) no está al frente de ninguna residencia, estas semanas ha estado en contacto a diario con numerosos directores que sí estaban en primera línea. Es Coordinador de Estudios de la Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales.

¿Cómo ha sido gestionar una residencia de mayores en estas últimas semanas?

Ha sido una situación durísima, inimaginable. No es lo mismo una residencia donde han tenido una incidencia importante de la COVID-19 que otra donde no la han tenido. Ni es lo mismo las residencias que han tenido el apoyo del entorno a otras residencias que no sólo no lo han tenido, sino que incluso que han sufrido un auténtico acoso por parte de grupos de familiares o hasta de algunos medios de comunicación. Algunas residencias han pasado dos o tres semanas de una angustia inimaginable: días sin ir a sus casas, alguna trabajadora caída sobre una mesa durmiendo a las tantas de la mañana... Incluso en residencias con todos los medios disponibles y que no estaban mal gestionadas -públicas, de oenegés o privadas-.

Además de la preocupación por los residentes, ¿qué más provocaba angustia en esos momentos?

Cuando entraba la COVID-19 en alguna residencia, uno siente angustia de pensar qué he hecho mal. Sin embargo, por mucho que repase, las residencias lo han hecho igual de bien o de mal. No es que las residencias donde han tenido más fallecidos necesariamente hayan trabajado peor. Tampoco es verdad que donde no ha entrado el virus ha sido porque lo han hecho extraordinariamente bien. Pero claro, los medios de comunicación ponen a unas como ejemplo y a las otras les dicen de todo. Donde lo han pasado peor, la situación era auténticamente dramática y se ha transmitido a la opinión pública con una crueldad inaudita. En el momento más duro de la epidemia, varios directores me llamaban a casa por la tarde para decirme que tenían dos o tres fallecidos, que llevaban todo el día esperando a la funeraria, nadie iba, se hacía ya de noche… Era angustioso para los trabajadores, para otros residentes. Me pedían si conocía a alguien en la comunidad autónoma o en el Ministerio que hiciera gestiones para que acudieran a retirar los cadáveres. Cuando al día siguiente, conseguimos que fuera la UME a retirarlos, la noticia que salió en algunos medios fue que la UME encontraba cadáveres en residencias. Como si la UME hubiera ido de visita y se los hubiera encontrado. Otro titular hablaba de residencias con ancianos fallecidos junto a los demás. Imagínate ser director, directora o trabajador de ese centro, vivir esa angustia de tener ahí los cadáveres, ver después ese titular y las reacciones, lógicamente, viscerales, amenazantes, insultantes, de familiares, de vecinos, del ayuntamiento... ¡Qué duro es eso! Además, hemos visto que allí donde las residencias han tenido el apoyo del entorno, les ha ido mucho mejor. Estoy pensando en una residencia de una localidad relativamente pequeña que superó uno de los contagios más fuertes que conozco.

¿Les van a pasar factura estas situaciones a los trabajadores de residencias?

Les está pasando ya. Siempre en la historia de la humanidad se han buscado culpables de las epidemias. Se ha echado la culpa a los judíos, las brujas... Lo que nunca habría imaginado es que los malos y los culpables hayan sido precisamente los más débiles, las residencias. Son los lugares que tienen todas las condiciones para que esta pandemia sea demoledora. Por un lado, tienen la población más débil, los más envejecidos. En las residencias no hay gente de 65 o 70 años; suelen tener 80 años y más porque todos queremos seguir viviendo en nuestras casas el mayor tiempo posible. Por otra parte, están en un entorno colectivo y necesitan cuidados que reciben de personas que viven fuera, con lo que trabajadores asintomáticos lo estaban llevando allí. Además, los cuidados que necesita una persona mayor no se pueden hacer a distancia: levantar, asear, vestir, dar de comer... Necesitan el contacto físico. Era el caldo de cultivo para que la pandemia mostrase sus efectos más devastadores: el mayor contagio y la mayor mortalidad. Ha pasado en España, en Europa y en todo el mundo. Entonces, la saña de decir que las residencias no estaban preparadas... No. Ni la prensa, ni la industria, ni el turismo, ni el transporte. Nadie estábamos preparados.

También se ha dicho que se reaccionó tarde o que no había medios…

Se reaccionó cuando la sociedad y las autoridades dijeron que había que reaccionar. Y medios sanitarios, ni tenían ni tienen por qué tener, porque no son hospitales. Los residentes son ciudadanos que tienen derecho a la asistencia sanitaria pública, vivan en su casa, en un hotel o en una residencia. Culpabilizar a las residencias hablando de un modelo que habrá que revisar no tiene sentido, no tiene nada que ver con lo que está pasando: que si hay grandes grupos, que si son grandes empresas… Si algún día hay que abrir ese debate, se abre, pero no en este momento. Por otra parte, en la historia de la democracia no sé si la Fiscalía ha abierto una causa general contra alguien. Es algo a lo que no se ha dado la importancia que tiene, pero la Fiscalía abrió una causa general contra las residencias. La directora de un centro me llamó angustiada porque no había tenido ningún caso de coronavirus en su centro, había muerto un residente por otras causas y la Guardia Civil le decía que tenía que informar por orden de la Fiscalía. Eso es una causa general, un linchamiento. No es democrático. Democrático sería que la Fiscalía actúe si en una residencia tiene indicios de algo, pero no como causa general.

¿Por qué cree que se ha culpabilizado a estas residencias, que en realidad eran las víctimas?

Porque es donde más fallecidos ha habido. Y, aunque esté mal decirlo y jamás he criticado a los medios, creo que algunos han cizañado. No se pueden publicar esos titulares demoledores. O destacar el testimonio de una familiar que decía que había traído a su madre al peor lugar del mundo. Eso crea un ambiente tremendo. Hubo programas de televisión de ámbito estatal que calificaban las residencias de “pudridero de ancianos”, literalmente. O “negocios de la muerte”. Pero ¿de qué hablan? Y telediarios de todas las cadenas buscando el coche fúnebre saliendo de residencias, en aquellos días más duros. La presión mediática ha sido totalmente inadecuada. Las declaraciones de la Ministra de Defensa fueron la puntilla, es lo más cruel que he visto en años.

¿Os habéis sentido apoyados por las administraciones públicas?

No, no. Ha habido un problema tremendo. No me gusta culpabilizar a nadie, de verdad, pero ha habido semanas enteras, donde a residencias que tenían una situación durísima no les admitían a los mayores en los hospitales por ninguna causa. Conozco casos de llevarlos en ambulancia y devolverlos a la residencia sin entrar al hospital. Ha habido residencias de más de 200 personas que no han conseguido llevar a un solo residente al hospital durante dos semanas. Cualquier ciudadano, aunque tenga 80 o 90 años, tiene derecho a una asistencia sanitaria. Si no se la han proporcionado, se ha quedado en su domicilio, que es la residencia, con cuidados, pero sin atención hospitalaria. Eso ha hecho, además, que aumente la carga vírica en los centros. De hecho, se ve claramente que en cuanto empiezan a admitir pacientes de residencias en los hospitales, la situación mejora. Los hospitales estaban saturados, sí, pero no eches encima la culpa al centro por no tener unos medios que no tenía por qué tener. Ahora ya, con cuentagotas, algunos lo van reconociendo. Si se hubiera actuado con diligencia desde el sistema de sanidad... Porque cuando se ha dicho que se han intervenido residencias, lo que se ha hecho es que se ha puesto a un funcionario a controlar lo que pasa, pero una intervención en el sentido de ofertar medios para actuar, no se ha hecho. Lo mismo ha pasado con los equipos de protección individual (EPI). Nadie podía comprar. Pero mientras para otros nos lamentábamos y decíamos que no había, a las residencias se nos culpabilizaba por no tenerlos.

Otro problema añadido eran las bajas laborales del personal de la residencia...

Sí, ha habido plantillas con más de la mitad de los trabajadores de baja. En plena pandemia, no es fácil contratar gente para una residencia. Primero, porque no hay. Y segundo, porque una vez que los contratas, necesitas formarlos. Si se te da de baja de golpe la mitad de la plantilla, en circunstancias como las que estábamos viviendo, es un problema extraordinariamente grave.

¿Qué le parecen los 'Centros COVID' que se han creado en Aragón para atender a mayores que salían del hospital, pero todavía no podían volver a sus casas o residencias?

Eso ha sido brillante. Han evitado fallecimientos y sufrimiento a niveles destacables. Las personas que salían de los centros por haber sufrido un contagio o que salían del hospital y todavía no podían volver a su centro, estaban en sitios específicamente preparados, con personal, medicalizados, con aislamientos radicales extremos... con lo que estaban mejor atendidos de lo que hubieran estado en sus residencias de origen, seguro. Se han recuperado más que si hubieran estado en sus residencias. Y, en segundo lugar, a las residencias de origen les han liberado de una carga extraordinaria porque no han tenido que atender a esas personas, que necesitaban más cuidados específicos. Al mismo tiempo, han conseguido algo muy importante: reducir la carga vírica, que es uno de los mayores problemas que ha habido en las residencias donde ha habido más fallecidos.

Más allá del modelo de residencia, ¿se puede aprender alguna lección de cara a futuras pandemias que pudieran llegar?

Sí, por supuesto, todos hemos aprendido. En todas las pandemias, siempre ha habido culpables, pero también sabemos que después la sociedad siempre ha cambiado, a veces de forma radical. Por ejemplo, todos los historiadores coinciden en que la peste negra fue determinante para el Renacimiento. Seguro que esta pandemia también transforma a la sociedad en la que estamos viviendo. Las residencias, también, porque responden al modelo de sociedad. Las residencias que conocí en los años 70, cuando empecé mi actividad profesional, eran asilos para ancianos desamparados. Seguramente, ahora viviremos otra transformación.

¿Cómo podría ser esa transformación?

Por un lado, quizá es un deseo, espero que continúe un proceso que ya estaba en marcha antes de la pandemia: transformar el modelo institucionalizador, masificador, con grandes comedores, salas de estar, una vida institucionalizada de que te levantas a esta hora, ahora todos al comedor, todos a la sala de terapia, a dibujar, a hacer gimnasia… Eso se rompe hacia modelos menos masificadores, con unidades de convivencia reducidas, hogareños, donde cada persona puede tomar sus decisiones hasta allí donde es posible: elegir menú, no estar obligado a hacer actividades infantilizadoras. Ese modelo va a seguir avanzando, a pesar de los pesares. La otra enseñanza que la pandemia nos va a dejar es que tenemos que estar prevenidos.

¿De qué manera?

En tres líneas. La primera es que debemos tener protocolos para actuar en casos como estos, de la misma manera que tenemos sobre cómo actuar en casos de incendios o de gripe. Ya existen, conozco muchas residencias que ya están trabajando o han elaborado sus propios protocolos a raíz de esto: cómo hacer zonas calientes, zonas de aislamiento preventivo, cómo usar los EPI, cómo aislar del exterior un centro… Todo eso que no sabíamos y hemos tenido que aprender en dos meses se va a incorporar. Además, el protocolo no es sólo un papel escrito, sino que se mantienen vivos. Por ejemplo, lo normal es que todos los años se hagan simulacros de actuación ante incendios, para comprobar que los trabajadores saben usar los extintores, que las mangueras funcionan, que las zonas por donde se tiene que desalojar la gente están libres y se puede pasar, que funcionan las puertas que sectorizan el centro... De paso, se hace una formación de los trabajadores. Pues habrá que hacer simulacros de activar un protocolo COVID.

¿Cuáles serían las otras dos líneas?

Deberemos tener reservas de EPI para una temporada larga, de meses. Y, del mismo modo que tenemos los extintores y se revisan, habrá que revisar que hay mascarillas, batas, guantes, gafas, que están en uso... Y la tercera, la más importante, es que hay que revisar todos los protocolos de coordinación con el sistema sanitario. Antes de empezar esto, yo estaba hablando con autoridades y con gente de los centros de experiencias que son muy exitosas de atención hospitalaria en residencias. Porque para las personas mayores, ese estrés de ir a un hospital les destroza. Si tienen algo de demencia, vuelven desorientadísimos y esto aumenta la mortalidad. Aparte de que los hospitales no están preparados para cuidar, sino para curar, con lo que vuelven con más llagas, por ejemplo, y los familiares tienen que estar pendientes de ellos. Hay experiencias interesantísimas de convenios entre hospitales y centros residenciales para que cuando se puede prestar atención hospitalaria en la residencia, se le ofrece al residente y a su familia. De esta manera, la persona mayor se queda en la residencia, pero allí recibe atención de un equipo sanitario del hospital, que se desplaza una o dos veces al día. Eso supone una mejor atención sanitaria al mayor, menos estrés, más facilidad para las familias que no tienen que estar obligatoriamente pasando noches por estar pendiente de su ser querido. Van a verlo por afecto, por cariño y para estar con él, pero no por obligación. Esto también son medidas de conciliación.

¿Este modelo habría sido muy útil en esta pandemia?

Si esos convenios de colaboración hubieran estado funcionando de forma generalizada, esta temporada que no había plazas en los hospitales, habría habido una menor presión sobre los hospitales y habrían tenido una mejor atención los residentes en su propia residencia. No se trata de medicalizar los centros, porque la atención sanitaria la tiene que dar el centro de salud. Sólo hace falta que funcionen bien los protocolos de colaboración con el sistema de salud porque no hay que olvidar nunca que los residentes son personas que no pierden el derecho a recibir atención sanitaria del sistema público, vivan donde vivan, en un hotel en Benidorm, en su casa del pueblo o en una residencia pública o privada.

¿Qué más podrían plantearse las residencias de mayores en el futuro?

Cuando se habla de la nueva normalidad, una cosa es que tengamos que seguir toda la sociedad, también las residencias, en una situación excepcional que puede durar meses y otra cosa es que esto sea el futuro. Este virus a los mayores les está afectando en lo que más necesitan, que es el abrazo, la caricia, el beso. Es cruel. Ese no puede ser el futuro de las residencias porque las personas mayores también pueden morir de pena. De hecho, ahora, la ansiedad y el aislamiento les afecta de manera demoledora y aumenta la mortalidad. No hay mayor estrés que tenerles en su habitación sin poder salir, sin ver a sus familiares. No quiero que ese sea el futuro, ni de la sociedad ni de las residencias. Tendrán que volver a ser lugares para vivir y convivir, donde los mayores disfruten de la vida, disfruten con las comidas, aunque no sean las más sanas. Con 90 años, es más importante vivir feliz que estar pendiente de si te sube o te baja un poquito esto o aquello en la analítica. Como haríamos en nuestras casas, ni más ni menos, con los cuidados lógicos, pero no organizar la vida de las personas privándoles de la capacidad de decidir y que decida por ellos un facultativo, un especialista en medicina o en cuidados. Siempre pongo el ejemplo de que mi mujer y yo tenemos la ilusión de tomarnos una cervecita juntos a última hora de la tarde. Si estamos en una residencia juntos, ¿me van a decir a mí que no puedo hacerlo porque las normas del centro dicen tal cosa? Ese centro es mi casa. Salvo que yo moleste a otros, porque me coja una borrachera, la cerveza me la tomaré. Y si dice el médico que no es bueno para mí por mi colesterol, yo tomaré mi decisión de si me arriesgo o no, lo mismo que si viviera en mi casa. No quiero que nadie decida por mí. A los mayores no se les puede privar de decidir.

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