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Luis Antonio Sáez: “Contra la despoblación se necesitan políticas horizontales, lealtad y confianza”

Luis Antonio Sáez.

María Bosque Senero

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Luis Antonio Sáez es profesor titular de la Universidad de Zaragoza y director del CEDDAR (Centro de Estudios sobre Despoblación y Desarrollo de Áreas Rurales): “En el medio rural hay lugar para más profesiones además de la agricultura y la ganadería, y su modelo social tiende hacia una mezcla entre lo urbano y lo rural”

La despoblación del mundo rural es un hecho vinculado directamente a la emigración, pero también debemos incluir la inmigración. Desde finales del siglo XX hasta la actualidad, las causas y los perfiles de esos movimientos poblacionales han ido cambiando. Para contextualizar y, a grandes rasgos, ¿cómo han evolucionado esos movimientos? 

Partimos de la idea de que el interior de España nunca he estado muy poblado, como sí ha sucedido en otros países como Francia, donde la riqueza de la tierra ofrecía más oportunidades a sus habitantes. En nuestro país, el cambio estructural sucede principalmente, entre finales de los años 50 y principios de los 70, cuando familias enteras vivían su éxodo particular del pueblo a las ciudades en busca de servicios y oportunidades laborales. Sin embargo, en los años 80 el nuevo modelo migratorio comienza a evolucionar haciéndose más selectivo y son los jóvenes, que han invertido en educación, los que emigran a las urbes, buscando la promoción profesional. Esto tiene un sesgo femenino en el que son también las mujeres las que salen hacia la ciudad.

La inmigración es un fenómeno que ha dibujado un nuevo mapa de población en el territorio, especialmente en el mundo rural, y, por lo tanto, está muy vinculado a la despoblación.

España ha pasado de ser un país de salida; más recientemente al centro de Europa y anteriormente a los países más dinámicos de Latinoamérica, a convertirse, a partir del año 2000, en un país receptor de personas procedentes de Latinoamérica, África y el este de Europa, alcanzando una intensidad solo comparable a la de Estados Unidos. La relevancia de ese fenómeno es significativa en el mundo rural aragonés en términos económicos, sociales, pero también culturales. Estas personas inmigrantes, independientemente de su cualificación; algunas de ellas con baja cualificación y otros sobre cualificados o con títulos profesionales no convalidados para su ejercicio en nuestro país, terminan trabajando en puestos de escasa remuneración y duros como lo son el campo, el cuidado de personas mayores, el servicio doméstico, los mataderos y las granjas. La mayor parte de estos trabajos se encuentran en el rural, donde ellos, además, han tenido la capacidad de adaptarse a condiciones, servicios y viviendas que pueden ser consideradas insuficientes para la población autóctona.

La despoblación tiene muchos prismas desde donde mirarla y abordarla, desde el punto de vista político. ¿Se están diseñando las medidas adecuadas? 

La mayoría de las políticas serían manifiestamente mejorables. No se basan en evidencias y tienen un alto grado de improvisación e interés electoral, además de estar contagiadas del exhibicionismo de la sociedad actual. En el caso concreto de la lucha contra la despoblación faltan; diálogo y un debate de fondo en el que participen investigadores, gestores y la propia ciudadanía con sus vivencias. Sin incurrir en un enfoque excesivamente tecnocrático, sería deseable que quienes aplican e interpretan estas medidas tuvieran cierta autonomía garantizando así la continuidad en los proyectos, y evitando que algunas estrategias complejas, como las que atañen a la despoblación, no quedarán supeditadas al cortoplacismo político.

Por otra parte, existe un desconocimiento general entre la población de las medias, la legislación e incluso las ayudas que existen en este sentido. ¿No se publicitan de la manera adecuada?

Hay buenas estrategias ya aprobadas como Ley, pero que no han sido aplicadas porque no siempre están lideradas por las personas idóneas en cuanto a su conocimiento, compromiso y el apoyo del resto de las áreas de gobierno. Por otra parte, desempeños tan cruciales como los de los asesores políticos no se corresponden, en ocasiones, con la preparación y experiencia adecuadas en este tema. Siendo cuantiosos en las instituciones, su cargo actualmente ha quedado desdibujado, dejando de aportar creatividad y rigor a la política, que sería su principal función. El fallo por omisión, por tanto, sería uno de los problemas. Otro es el diseño de las propias políticas, de las que no es tan importante su extensión o cantidad sino su calidad. Además, necesitamos personas y arquitectura institucional que las implemente con sentido y sensibilidad, incorporando la cultura de la evaluación, tanto para mejorar su eficacia como para un mejor aprendizaje hacia el futuro.

España y por extensión Aragón, tienen un exceso de burocracia. Esto se hace especialmente evidente cuando alguien en el mundo rural intenta poner en marcha una iniciativa, de hecho, es una de las quejas recurrentes de los grupos de acción local, los encargados de trabajar con los Fondos LEADER procedentes de Europa.

Los LEADER necesitan una estrategia con más apoyo institucional, y como sucede en el mundo anglosajón, tener menos burocracia y ser más flexibles. Estos grupos se encuentran encajados en reglamentaciones y procedimientos muy rígidos, sin margen suficiente para interpretar los proyectos y adaptarlos según el contexto del territorio y las peculiaridades del promotor. En España somos demasiado garantistas, invertimos mucho tiempo en cumplimentar formularios, y así perdemos oportunidades de emprendimiento económico y social. La administración pública debería confiar más en los proyectos y en las personas, no jugar tanto al cero a cero, y buscar más el juego de ataque para un rural que lo necesita.

Las medidas para frenar o mitigar los efectos de la despoblación están incluidas en los paquetes de medidas de la Política Agraria Común -PAC-, concretamente en el segundo pilar ¿sería más efectivo y beneficioso para la lucha contra la despoblación hacer una política propia, desvinculada de la agricultura y la ganadería?

La agricultura y la ganadería son muy importantes, porque están integradas en la naturaleza, construyen el paisaje y conservan gran parte del patrimonio y la cultura rural. Aunque España es una potencia agraria mundial, este sector solo supone el 4% de la actividad, en Aragón es un poco más y en algunas comarcas como las Cinco Villas y el Bajo Cinca supera el 25% de la actividad. Sin embargo, al igual que en resto de los territorios, hoy en día, la mayor parte del empleo se genera en el sector servicios. En lugar de políticas sectoriales, para el desarrollo rural serían más decisivas políticas horizontales que relacionan áreas de gobierno complementarias e incidieran en factores estratégicos como el capital humano, la innovación, el capital social, las redes y vínculos, en su mayoría intangibles, pero fundamentales para una mayor productividad.

Entonces, es posible abrir el rural a nuevas profesiones, pero ¿cómo hacerlo?

Hay que recuperar la diversificación de actividades que tuvo en tiempos el mundo rural, no volviendo hacia atrás sino adoptando nuevas tendencias. Por ejemplo, en la industria, la producción está segmentada en cadenas de valor en las que pymes innovadoras del rural pueden integrarse. Por otro lado, algo más de un tercio de la población activa española, según el Banco de España, podría teletrabajar, si esto se materializara, el atractivo residencial de las zonas rurales, bien para toda la semana o bien para parte de ella, sería mayor. Las administraciones públicas podrían liderar este cambio de modelo, facilitando el teletrabajo a sus funcionarios y, por lo tanto, su residencia en los pueblos. Hasta donde yo sé, solo la Diputación de Almería ha movido ficha en este sentido.

Hay foros en los que se considera que la tendencia actual de vida es hacia una mentalidad urbana y cuestionan la viabilidad y la necesidad real de destinar fondos a recuperar o mantener servicios en el rural.

Hay que ser eficiente con el gasto público, sin renunciar a la equidad. Es vital no tomar decisiones irreversibles como dejar de invertir en pueblos y acabar con su identidad municipal. Puede que haya personas que no estén de acuerdo con la inversión en el rural, pero debemos tener presente que estamos corriendo una carrera de relevos, es decir, tenemos que pasar el testigo en las mejores condiciones a la siguiente generación. Impedir que los pueblos sobrevivieran por criterios actuales con un enfoque muy pragmático sería miope. Estamos en este mundo como usufructuarios y no como propietarios.

¿Fusionar municipios será una opción para frenar la despoblación, ganar en eficiencia y ahorrar recursos?

Fusionar municipios no es un modelo que funcione desde el punto de vista social y político. Además, el alcalde de un pequeño pueblo es un todoterreno que resuelve muchas cosas y ayuda a sus vecinos. Si se diera la fusión, los servicios serían los mismos porque los núcleos no desaparecen, sin embargo, con este tipo de acciones lo que se consigue es diluir su identidad e historia. En todo caso, hay alternativas para una gestión más eficiente en los pequeños municipios como son las mancomunidades y las comarcas. También, hoy en día, las nuevas tecnologías facilitan muchas gestiones a pequeña escala, lo que supone un ahorro. Por otro lado, la gestión de proximidad con el ciudadano, la participación y la vecindad son valores en riesgo de desaparición en el mundo urbano, que persisten y son una ventaja comparativa de los pequeños pueblos.

Convertir a pequeños núcleos rurales en satélites urbanos donde los habitantes pernoctan, pero no hacen vida ¿se puede considerar lucha contra la despoblación o repoblación?

Tener más población no significa que haya más dinamismo, ya que esto depende del grado de implicación que los vecinos tengan con su comunidad. Los modelos de vida han cambiado, la movilidad que una persona tiene hoy no existía hace unas décadas: trabajo en un lugar, vivió en otro y mi ocio está en un tercero distinto. Por otro lado, la vida de estos pueblos dormitorio ha sido vampirizada por el área metropolitana, su calendario de celebraciones, sus lugares de ocio y de consumo. Estas comunidades aumentan su población en número, pero tienden hacia una sociedad cada vez más líquida en la que se pierden las relaciones sociales, careciendo de vínculos consistentes y de compromisos. Lo deseable sería que se dieran simultáneamente dinámicas de integración y de acogida entre los nuevos y los antiguos vecinos, algo que apenas sucede. En contraposición a estos pueblos satélite, hay pueblos en el rural más periférico, como Urriés que con 38 vecinos (censo de 2018), es mucho más vibrante, porque su gente es protagonista de su propia vida.

¿Hacia qué modelo de población rural tendemos?

Vamos hacia un modelo mixto de multi-localidad o ciudad-región. Somos seres híbridos, nos hemos urbanizado porque el mercado es muy potente y los gobiernos también, aunque ambos en clave individualista. Antes cada uno barría su parte de la acera y ahora hay quien lo barre todo por nosotros. Sin duda vamos hacia una sociedad más eficiente e indolora, pero también menos auténtica, en la que la parte comunitaria y de empatía se pierde. Podemos tener más renta y servicios públicos, pero no esto hace que aumente la felicidad, así lo demuestran la mayoría de los estudios dentro de un debate analítico y empírico muy vivo. Hay que intentar que las personas vivan donde lo deseen, teniendo en cuenta sus expectativas e ilusiones y también las de la comunidad en la que conviven. Como decía Nietzsche: “quien tiene un porqué encuentra un cómo” y la cuestión es encontrar en el rural nuevos significados, especialmente para los más jóvenes.

La visión del rural llega a las ciudades a través de los medios de comunicación. ¿Cómo se puede ayudar desde el periodismo a luchar contra la despoblación?

A veces, echo en falta que ciertos planteamientos muy enfáticos sobre la despoblación a penas sean radiografiados sobre sus fundamentos, es decir, preguntar ¿en qué se basa usted para proponer esa medida? Sobre todo, en la televisión, más que invitar a reflexionar, gana el divertimento en clave de espectáculo sin tener en cuenta que las buenas ideas también pueden ser divertidas. Nos hemos quedado atascados en los estereotipos que rozan el esperpento; entrevistar al lugareño como si hiciera algo raro, que el pueblo solo destaque por ser bonito, o querer ver al pastor o la pastora como si estuviera sacada del Portal de Belén. Por otro lado, la información se sintetiza en exceso, no pasamos del titular, falta narrativa, y el periodismo, cada vez más precarizado, adolece de tiempo para hacer análisis críticos. También se dan otros sesgos como identificar pesimismo con rigor, y el victimismo actúa como reclamo, trasmitiendo una imagen excesivamente negativa del mundo rural. Aunque esto último, no debería tampoco tratar de ser corregido con una idealización de la vida en los pueblos que sería perversa, y en la que han incurrido muchos neorrurales.

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