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Cuando el pantano mata el valle: las presas vaciaron un centenar de pueblos

La torre de Mediano, icono de la muerte de pueblos anegados por pantanos en Aragón.

Eduardo Bayona

Zaragoza —

Jánovas naufragó junto a una presa que nunca existió, el “maldito pantano” al que le canta La Ronda de Boltaña; el viejo Nelson del ‘Cami de Sirga’ de Jesús Moncada se descubrió “navegante sin barco, exiliado sin esperanza de retorno”, unas horas antes de que el cierre de las compuertas de fondo de Ribarroja le obligaran a mudarse al nuevo Mequinensa, y el Viance que protagoniza el ‘Imán’ de Ramón J. Sénder nunca pudo regresar a su pueblo porque, cuando volvió al Somontano tras su epopeya africana, se lo había tragado un embalse que, por fecha y ubicación, podría a ser Barasona.

Ninguna de esas obras literarias dulcifica una de las crudas realidades del mundo rural aragonés: la construcción de pantanos provocó en la segunda mitad del siglo pasado desplazamientos masivos de personas en la comunidad, vació prósperos valles (por completo en algunos casos) y estranguló el desarrollo de comarcas enteras para beneficiar a otros territorios del propio Aragón y de autonomías vecinas como Navarra y Catalunya.

El desarrollismo franquista, y la despiadada ejecución de su vertiente hidráulica, se encuentran entre las causas principales del vaciado demográfico de varios valles de la montaña oscense, entre otras zonas, en la segunda mitad del año pasado. “Sobrabas país, solo querían agua, montañas y electricidad”, reza ‘País Perdido’, himno oficioso del Sobrarbe, una de las comarcas más afectadas por esos procesos.

Según los datos de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE), de Coagret (Coordinadora de Afectados por Grandes Embalses y Trasvases) y de estudios como los recopilados por la Asociación Río Ara a principios de la década pasada, la ejecución de las doce principales presas de las provincias de Huesca y Zaragoza, excluida La Sotonera e incluido el fallido proyecto de Jánovas, obligaron el siglo pasado a más de 12.500 personas a abandonar casi un centenar de pueblos en Aragón.

Exportar agua de riego y kilovatios

Ese sufrimiento ha tenido beneficiarios. Los principales han sido, durante décadas, los pueblos de Huesca, Zaragoza, Lleida y Navarra por los que se extienden casi 350.000 hectáreas de cultivos de regadío y las compañías eléctricas, con sede en Bilbao, Barcelona y Madrid, principalmente, que han venido explotando las centrales situadas a pie de la mayoría de esas presas.

Esas infraestructuras también han permitido minimizar daños ambientales al laminar avenidas en épocas de crecida y garantizar los caudales mínimos de dilución en los periodos de estiaje, aunque siguen pendientes grandes planes de desarrollo territorial vinculados a ellas, y su propia optimización energética.

La construcción de Escales, Canelles y Santa Anna en el Noguera Ribagorzana provocó el desplazamiento de 1.500 habitantes de ocho pueblos de la Litera Alta y la Baja Ribagorza, mientras la ejecución de Barasona, en el Ésera, obligó a emigrar a 435 vecinos de otros dos núcleos de esa última comarca.

Entre los cuatro, los tres primeros promovidos por la extinta empresa hidroeléctrica estatal Enher (hoy engullida por Endesa a través de Fecsa) y el último de titularidad estatal, abastecen a los canales de Aragón y Catalunya (104.000 hectáreas de regadío en Huesca y Lleida) y de Piñana y Algerri-Balaguer (11.000 y 12.000 en esa última provincia).

Los 70 pueblos vacíos del Cinca y el Gállego

En el centro de Huesca, la construcción de los pantanos desde los que se abastece el sistema de Riegos del Alto Aragón (135.000 hectáreas en la mitad sur de Huesca) obligó a emigrar a más de 1.600 habitantes de 21 localidades: 1.200 de 15 en el caso de Mediano y El Grado, en el Cinca, y 430 de seis en el Gállego, donde se levantaron las presas de Lanuza, Búbal y La Peña, distribuidas entre el Somontano, el Sobrarbe, La Hoya y el Alto Gállego.

A estas cifras hay que añadirles los efectos demográficos del disparatado proyecto de construir una presa en Jánovas, en el cauce del río Ara, uno de los últimos cauces vírgenes del país, para producir electricidad. Las violentas prácticas expropiatorias de Iberduero en pleno franquismo, que incluyeron la voladura de casas expropiadas con independencia de que las colindantes siguieran habitadas o el asalto a la escuela de ese pueblo, provocaron el desplazamiento de casi 2.000 personas de medio centenar de pueblos y condenaron a la agonía al valle de La Solana.

Y lo hicieron para nada: el proyecto fue desestimado en 2001 por su elevado impacto ambiental, lo que ha permitido que los últimos vecinos vivos y los descendientes de sus pobladores inicien la recuperación del pueblo que iba a dar nombre al pantano.

El gran éxodo del valle del Ebro

Al oeste, la ejecución del embalse de Yesa en el cauce del río Aragón para regar 80.000 hectáreas de cultivos en las Cinco Villas y Navarra obligó a 1.850 personas a abandonar diez pueblos de La Jacetania y el noroeste de Zaragoza, mientras la instalación de presas como la de Santolea, en el Guadalope, desplazaba a 150 vecinos en Teruel.

El principal éxodo de la cuenca y de la comunidad tendría lugar en la provincia de Zaragoza hace ahora 50 años: el cierre a finales de 1957 de las compuertas del pantano de Ribarroja, construido también por la estatal Enher, obligaba a abandonar sus casas, en su mayoría para instalarse en los nuevos núcleos ubicados fuera de la zona inundable, a 1.620 vecinos de Fayón y a más de 3.500 de Mequinenza.

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