Veloz tranvía 'preto'
Elevarse dentro del veloz tranvía denso de humanidades, roces, apreturas, toses, ¡virus! Elevarse en los planos astrales en entornos ásperos. A veces no sabes en qué parada estás. El tranvía (en Zaragoza) es un éxito total, quizá el mayor éxito aparte de la plataforma logística (Plaza), que se pierde en el infinito.
El éxito trae aglomeraciones y densidades nunca vistas. Y velocidad asombrosa: en cinco minutos o dos minutos llegas a tu destino, ¡no da tiempo a disfrutar el viaje! En los buses se va alto, despejado, se ve la ciudad pasar... pero paran demasiado, el tiempo se estanca en rumor de barredoras. El tranvía va bajo, a ras de asfalto, al tranvía se sube y se baja a pie llano... va tan bajo porque le gustaría ser un metro, pero deja ver las avenidas, las plazas, las tiendas, el gentío que se vuelve cinta de Moebius.
El tranvía va casi siempre 'preto': sobra la “i”. Veloz tranvía, 'preto' de sombra y sueño: cuando subes ya tienes que bajar. Lo ideal sería que el trenecito plateado llegara hasta Huesca y se fuera a Francia por Canfranc o aprovechando los eriales de autovías sin acabar.
Hay una proporción entre velocidad y densidad de viajeros: cuanto más apretados van los viajeros más corre el tranvía. Será porque la materia, cuanto más densa, mejor penetra en el aire de la ciudad, que está formado por suspiros y anhelos y prisas y miradas y un poco de co2. Lo que más espesa son las miradas, que van llenas de fotones.
Cuanto más apretados van los viajeros más corre. Si van hacinados circula casi a match dos o tres. Quizá chupa la electricidad de los propios viajeros y las catenarias, cuando las iza, son de adorno, para hacer ambiente.
El tranvía sube y baja y zigzaguea según la fórmula de Ángel Guinda que Trinidad Ruiz Marcellán, editora de Olifante, mandó imprimir en un mechero amarillo: Qué laberinto la luz.
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