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Los carteles del futuro de Doñana y otros parques nacionales

Ilustración del Parque Nacional de Doñana

Guillermo Prudencio

8 de septiembre de 2022 22:21 h

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La laguna de Santa Olalla era hasta hace unos días la última permanente que quedaba con agua en el Parque Nacional de Doñana. Hasta que se ha secado. “Ha quedado reducida a un pequeño charco en el centro, donde ya no acuden las aves acuáticas”, alertó el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Los científicos lo achacan a la sequía y a la continua explotación del acuífero para la agricultura intensiva.

Sin embargo, este no es el único espacio natural emblemático amenazado. ¿Cómo van a cambiar otros parques nacionales como Ordesa, Guadarrama o Cabañeros? De la mano de científicos, nos hemos inspirado en los famosos pósters de los parques nacionales de Estados Unidos para analizar cómo van a quedar estos algunos espacios emblemáticos de España en el futuro con los impactos que ya se observan por el cambio climático o la falta de agua por el exceso de regadíos.

Parque Nacional de Doñana

La bióloga Carmen Díaz Paniagua llegó a Doñana a principios de los años 80 para estudiar uno de sus grandes tesoros, la constelación de lagunas que brillaban entre las dunas del Parque Nacional de Doñana. Algunas eran charcas temporales que solo se llenaban en otoño e invierno, con las lluvias; otras eran grandes lagunas, como la de Santa Olalla que vemos en esta ilustración.

La diversidad de esos puntos de agua mantenía una riqueza y una abundancia de vida deslumbrante, con plantas acuáticas, libélulas, galápagos y anfibios. “Muchas especies que están aquí no aparecen en muchos kilómetros a la redonda, son puntos aislados que protegen a pequeñas poblaciones”, cuenta Paniagua.

Ahora, esta investigadora de la Estación Biológica del CSIC, que empezó su carrera registrando la riqueza de la biodiversidad, se dedica a algo muy distinto: medir cómo se desvanece. “Estoy contando la cantidad de hábitat que se ha perdido, se ha secado ya un 60% de las lagunas”, explica.

Paniagua dice que ha tirado la toalla. Está cansada de recorrer el parque nacional con periodistas, y con quien quiera escucharla, para mostrar la “dramática” situación y señalar al responsable: la extracción excesiva de agua, sobre todo para el cultivo intensivo de frutos rojos como las fresas o los arándanos, que esquilma el acuífero que da vida a las lagunas y a las marismas.

A esa presión se suman las altas temperaturas y una sequía cronificada desde hace una década. “El cambio climático está rematando Doñana”, asegura la bióloga. Este año, el censo de aves acuáticas que realizan los científicos de la estación biológica ha sido uno de los peores de las últimas cinco décadas, con apenas 87.500 individuos censados frente a los 470.000 de 2021. La bióloga teme que muchos puntos de agua críticos para la biodiversidad se pierdan para siempre. “Voy a enseñar a la gente lagunas y me asusto cuando las veo. Porque no existen, te encuentras encima de una mancha de matorral”, cuenta. La colonización de las plantas es lenta pero implacable: primero la hierba, los juncales, después llegan arbustos más resistentes al agua, y por último los árboles, como pinos y tarajes. “En 50 años no tienes Santa Olalla, y en menos, tampoco”, sentencia.

Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido

Cuando se declaró parque nacional en 1918, el valle de Ordesa, en Aragón, tenía un habitante más: el bucardo pirenaico, una cabra montés única de la cordillera, que fue cazada hasta su desaparición definitiva en el año 2000. En las próximas décadas, este rincón de los Pirineos sufrirá otra extinción, hoy ya inevitable: la del glaciar de Monte Perdido, que en el último siglo ha perdido el hielo acumulado en los últimos 600 años.

Junto al del Monte Perdido se irá el resto de los glaciares del Pirineo, los más meridionales de Europa. “Son centinelas del cambio climático”, dice Juan Terradez, del Observatorio Pirenaico de Cambio Climático (OPCC). Desde 1984 hasta 2016 se ha desvanecido más de la mitad de los glaciares de la cordillera. Hoy apenas son ruinas de la era glacial y, según los científicos, a mediados de siglo serán solo un recuerdo.

Este año, la nieve que cubre el glaciar del Aneto ha desaparecido a principios de julio, dejando el hielo desnudo mucho antes de lo habitual. Así es más peligrosa la ascensión; tanto, que la Guardia Civil ha tenido que emitir una alerta para quienes tratan de alcanzar la cumbre. Aunque es la muestra más icónica del cambio climático en los Pirineos, la desaparición de los glaciares no tendrá grandes impactos sobre el agua o la biodiversidad. Mucho más preocupante es el futuro de la nieve. “El Pirineo es una torre de agua”, apunta Terradez. Según este observatorio, en el Pirineo Central y a 1.800 metros de altitud, el espesor medio de la nieve podría disminuir a la mitad en 2050 respecto a la actualidad, y las montañas estarán nevadas cada vez menos días al año.

Pero hay otros muchos cambios que ya se están observando. Por ejemplo, se resiente la salud de los bosques más propios de ambientes frescos, como los abetales, por las sequías y olas de calor cada vez más frecuentes. Y la línea del bosque está subiendo ladera arriba, arrinconando a las especies de la alta montaña. Según un estudio de la Comisión Europea, si el aumento de temperatura se mantiene en 1,5 ºC, desaparecerá un 74% de los ecosistemas alpinos del Pirineo, pero la pérdida será del 99% si el aumento de temperatura alcanza los tres grados.

Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama

El Pinar de los Belgas es un manto verde que tapiza el Valle Alto del Lozoya, en Madrid, bajo los picos más altos del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. Aunque todavía no forma parte del espacio protegido, desde el año 2021 es propiedad del Estado. Es un paraíso para el buitre negro, una especie protegida, y uno de los mejores pinares que se conservan en la sierra, una fuente de agua vital para Madrid.

En el Organismo Autónomo de Parques Nacionales, que ahora gestiona el Pinar de los Belgas, hay personas trabajando para entender hacia dónde van estos tesoros naturales, e imaginar maneras de prepararlos ante un mundo cada vez más caliente.

En Guadarrama han observado la lenta escalada, montaña arriba, de los pinos, y también han visto que plagas como la procesionaria sobreviven y causan estragos cada vez a mayor altura. “Una herramienta clarísima de adaptación es adelantarnos a los cambios que vienen”, cuenta Jesús Serrada Hierro, jefe de los programas de seguimiento de la Red de Parques Nacionales.

En la parte baja del pinar de Valsaín, en la vertiente segoviana de la sierra, se están plantando encinas, en principio mejor adaptadas al calor y la sequía. Y en la vertiente sur, en zonas como La Pedriza, se están eliminando pinos para dejar crecer con más fuerza rebollos, serbales, abedules y encinas. Según explica Serrada, con más diversidad los bosques serán más capaces de resistir lo que venga. Adornar el Pinar de los Belgas con el naranja de los robles podría ser su salvación.

Parque Nacional de Cabañeros

Los científicos y gestores a los que hemos pedido que imaginen cómo será Cabañeros dentro de unas décadas coinciden en la palabra incertidumbre. Porque la gravedad de los impactos de la crisis climática sobre los ecosistemas se multiplica exponencialmente, como asegura el biólogo José Antonio Atauri, de Europarc-España. “Si la temperatura aumenta de 2 ºC a 4 ºC, el impacto no será el doble sino mucho más. Se supera un umbral en el cual, según nos dice la ciencia, la respuesta de los ecosistemas es mucho más imprevisible y mucho más drástica”, incide.

Un estudio del Centro Común de Investigación de la Comisión Europea ha puesto cifras a la pérdida de ecosistemas mediterráneos, como el Parque Nacional de Cabañeros, a finales de siglo. En un escenario en el que las emisiones siguen aumentando como hasta ahora, se prevé que las zonas áridas crezcan más del doble de su área actual (un 111%). Si se frenan las emisiones, ese avance de las zonas áridas se quedaría en un 17%. Lo más probable es que la braña de Cabañeros, el famoso paisaje cuajado de encinas por el que se conoce el parque como 'el Serengueti español', sea cada vez más Serengueti. “Es previsible una sustitución por especies de condiciones más secas, más norteafricanas o del sur”, explica Jesús Serrada, del Organismo Autónomo de Parques Nacionales. En Cabañeros también están desarrollando pruebas piloto de adaptación, cortando pinos de repoblación y plantando especies como alcornoques o quejigos. El destino de esos esfuerzos, y de tantos otros para preparar estos tesoros naturales frente a la crisis climática, dependerá de cuánto tardemos los humanos en desengancharnos de los combustibles fósiles.

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