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A propósito de las emociones

Fiona Bertrán

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Es lunes por la mañana y me espera una ardua semana de trabajo: sesiones, formaciones, reuniones, propuestas, entregas y más sesiones. Mi inconsciente me lleva avisando del vértigo de esta semana con una repulsiva y constante señal de alerta en el estómago, desde el mismo momento en que apagué el ordenador el viernes por la noche. ¡Ja! Ahora, no sólo la semana es complicada, sino que también tengo que arrastrar este irritante síntoma, que encima limita mi capacidad de pensamiento. ¡Un chollo!

Aunque me había comprometido en adelantar parte del trabajo durante el fin de semana, he huido de mi ordenador como si fuera un ser maldito y me he visto arrastrada por todos los placeres que ofrece la gran ciudad: restaurantes, amigos, exposiciones, salidas, cine… ¿Necesidad de subir la dosis de dopamina que circula por las neuronas de mi cerebro? ¡¡¡Pues sí!!!

Y todo este sistema interno, que me arrastra como un ser poseído y sin control, me alerta de peligros que mi mente más racional jamás identificaría como tales. Este sistema que me hace huir cuando no debo, bloquearme cuando quiero responder y enamorarme de quien no me conviene, realmente, ¿es bueno o malo? Estas emociones, que son como un animal inagotable que vive en mi interior, ¿tienen alguna función más allá de la de no darme tregua en su eterno diálogo?

¡Pues me temo que sí! Y, aunque a veces odiemos las reacciones y los comportamientos de los que somos víctimas, deberíamos tener un constante y profundo reconocimiento hacia él. Gracias a esas emociones, hemos sobrevivido a todas las adversidades y hemos aprendido a elegir lo que era mejor para nosotros, por muy absurdas que esas elecciones le parecieran a nuestra mente cognitiva.

Según Leslie Greenberg, autor de “Emociones, una guía interna”, es importante distinguir entre dos tipos de emociones: las adaptativas y las des-adaptivas.

Las primeras son funcionales ya que son una respuesta directa a un estímulo del entorno. Las segundas son disfuncionales, ya que nuestro sistema nervioso sigue reaccionando en referencia a una impronta que nos marcó en algún momento de nuestro pasado.

El punto clave es aprender a ser conscientes de las primeras y usarlas como una brújula que nos permite entender quiénes somos, qué nos motiva, y distinguir qué es bueno o malo para nosotros, como seres únicos que somos. Desarrollar la escucha a ese diálogo incesante que nos informa sobre nuestra relación con el entorno es una de las claves de una vida plena y feliz.

Por otro lado, es importante aprender a discernir, y sobre todo a limpiar, esas otras emociones, las “gripadas”, que se han quedado estancadas en algún lugar de nuestra experiencia y nos hacen revivir el mismo trauma una y otra vez.

Hay una buena y una mala noticia. La buena es que toda impronta emocional tiene solución y se puede limpiar. La mala: ¡la misma! Así que, a partir de ahora, no podemos acusar al entorno, la familia, el jefe, la política, la sociedad o la crisis de amargarnos la vida.

Somos lo que sentimos y somos los únicos responsables de limpiar nuestro sistema emocional para generar, poco a poco, las emociones que realmente queremos, y ser, no sólo inteligentes, sino también libres emocionales.

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