Ya se sabe que es difícil resistirse a esta envolvente atmósfera de tanto fasto militar que nos arrebata la mirada y nos lleva a que solo veamos tanques, aviones, submarinos, misiles, fusiles y subfusiles, pero habrá que sustraerse a los encantos de esta cumbre de la OTAN –de entrada, no, sobre todo para Podemos, ministros de día, pancarteros de noche, qué amplios márgenes encubren nuestra moralidad- que ha paralizado a medio Madrid, para recordar que nuestras miserias se van a quedar con nosotros cuando nos dejen los ilustres visitantes, recibamos todos con alegría al presidente Biden. Citaremos solo una de ellas, que tiempo habrá de encarar otros gigantescos desastres de tantos como nos acechan por tierra, mar y aire. Ya hablaremos de las medidas anticrisis, muy útiles algunas y estúpidas otras como la bajada del IVA al recibo de la luz. Hay más días que longanizas.
¿Qué retorcido sistema ha creado Estados Unidos -la cuna de la democracia- por el que seis personas, algunas de ellas elegidas a dedo por un presidente, en algún caso loco y felón, pueden decidir sobre la vida de millones de mujeres, pasando incluso por encima de los representantes políticos elegidos por el pueblo? ¿Cómo es posible que los 330 millones de estadounidenses den por buena esta aberración estructural, tan cercana al poder omnímodo que tenían los brujos de las tribus más primitivas? Éste ha sido, el decreto que acababa con el aborto libre, el singular éxito que han lucido unos togados buscados con lupa entre los más reaccionarios del país -méritos profesionales más que discutibles- por el presidente más reaccionario que nunca ha tenido la Casa Blanca, el malhadado Donald Trump, ese tipo salvaje que hasta promovió el asalto al Congreso en venganza por haber perdido unas elecciones democráticas.
Una vergüenza, desde luego, pero convendría que añadiéramos de inmediato que el sindios no afecta únicamente al país de las pistolas libres. Este domingo, sin ir más lejos, hemos visto en la plaza de Colón madrileña, qué desgracia la del almirante, verse rodeado tantas veces de ultraderechistas vociferantes, a miles de manifestantes integrantes de unas 200 asociaciones pro-vida y en contra del aborto. Al frente de la muchachada, Jaime Mayor Oreja y María San Gil, pero también por los alrededores Santiago Abascal o Espinosa de los Monteros. Y había curas y monjas, muchos curas y monjas, que la autoridad católica dio su bendición a esta benemérita iniciativa. Esto es, PP y Vox bien representados. Los que quieren gobernarnos en coalición –ya lo hacen en Castilla y León- que a grandes voces pedían que el Tribunal Constitucional echara atrás la ley del aborto. La española. La de aquí. No olvidemos que el PP, el pimpollo Casado primero, y el dizque moderado Feijóo después, han blindado a cal y canto ese Constitucional para seguir teniendo mayoría conservadora, porque pronto, toquemos madera, los magistrados tienen que decidir sobre la Ley de Salud Sexual y Reproductiva, y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo, aprobada en 2010 por el gobierno de Zapatero y que el PP de Rajoy llevó al Constitucional aunque luego, cuando gobernó de 2011 a 2018, no movió un músculo para cambiarla. Doce años han tenido sus señorías para pensárselo y ahí siguen, mareando la perdiz. Estresados, están estresados.
Conviene también recordar que los dineros para Vox han llegado, lo cuenta con abundancia de datos Miguel González en su espléndido libro sobre el partido de la ultraderecha, desde las muy ricas y poderosas organizaciones antiabortistas como Hazte Oír, grandes contactos con organizaciones norteamericanas y europeas a las que les sobra el dinero, listo para pagar propaganda a espuertas, con medios de comunicación simplemente a sueldo. Decimos de Vox, pero constatemos que la cabeza visible de este tinglado mundial –Estados Unidos ha sido su gran victoria, pero no echemos en saco roto a Polonia o Hungría- es nuestro conocidísimo Jaime Mayor Oreja, ministro del Interior con José María Aznar y máximo dirigente de Neos, una organización que cuenta con el apoyo de One of Us, una federación europea en cuya fundación participó el exministro, “conformada por 40 organizaciones internacionales antiabortistas y que maneja grandes cantidades de dinero (…) según la investigación realizada por el Foro Parlamentario Europeo sobre Derechos Sexuales y Reproductivos”, como nos contaba Laura Galaup en este diario. Y Mayor Oreja no es Vox, es PP, como miles de los manifestantes. O sea, Alberto Núñez Feijóo. Para que no nos olvidemos.
Y es que la mezcla de togas sectarias, sean del Opus Dei o de legionarios de Cristo junto a fanáticos ultracatólicos, unidos a la clerigalla tan mandona en este país, son siempre un peligro aterrador para la democracia. Llevan aquí por sus venas los Tribunales de más alto rango, el Supremo y el Constitucional, como en otros muchos países, demasiadas bacterias en su seno para infectar todo lo que tocan. Actúan a la vista de todos y sin ningún pudor, incluido en ocasiones su lenguaje impertinente, siempre por encima, como los obispos, de los simples mortales. El juez José Antonio Martín Pallín, listo por viejo, pero aún más por sabio, los conoce muy bien: “En España se ha producido una intervención judicial en asuntos netamente políticos”. Y la falta de decoro de muchos magistrados ante el filibusterismo rampante de la derecha -¿por qué no dimiten de sus prebendas, tiempo caducado hace años?- es una de esas acciones negativas. Fea y clamorosa. ¿Hay alguien que lo dude?
Adenda. Despreciar la muerte de 21 personas, o vaya usted a saber cuántas, es una decisión atroz. Y lo hizo el presidente de un gobierno democrático y que se considera de izquierdas como Pedro Sánchez en comparecencia pública. Una vergüenza esa frase de “Quiero agradecer también el trabajo del Gobierno marroquí”. ¿De verdad hay que agradecer esa salvaje represión, esa actuación despreciable –por cruel o por incompetente- que dejó ese panorama de “sangre, piel desgarrada, pies rotos, manos rotas” que describían los periódicos?
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