Nos duele el cuello. Y eso es porque tenemos tortícolis. Y tenemos tortícolis porque no paramos de mirar a la derecha. Claro que hay razones para esta fijación que nos causa esa dolorosa contracción. Nos enfrentamos a una fuerza agresiva, belicosa, tramposa, siempre con dineros y apoyo de los grandes dueños de tierras y haciendas. Ha sido así de antiguo, pero ahora tenemos enfrente a una derecha, además, que no respeta la más mínima norma de decencia y que no duda en destrozar cualquier valor institucional de la democracia. Se trata de recuperar el poder, ese que un día se lo prometió dios a perpetuidad, y que ahora unos matados de mala muerte, unos izquierdosos desharrapados lo han ocupado de manera indigna. Un gobierno usurpador, un Gobierno ilegal. Eso es lo que tenemos en La Moncloa.
Así que está bien que vigilemos la tromba que nos llega desde ese lado por tierra, mar y aire. Pero precisamente para que podamos hacer frente con alguna garantía a ese vendaval implacable, les sirve hasta la navaja de carraca, tenemos que prepararnos como es debido y protegernos por todos los flancos. Y hoy vamos a ir de eso, que desde hace demasiado tiempo estábamos tan preocupados por lo que nos venía por babor que no hemos advertido con suficiente celeridad la vía de agua que nos amenazaba por estribor. ¿Llegamos tarde? Quizá no, pero no lo demoremos más. Manos a la obra y vayamos todos a una a tapar esa grieta, que bobos estaríamos si no quisiéramos verla.
Digamos en primer lugar que vamos a intentar hablar de las fuerzas a la izquierda del PSOE y ahí, en ese conglomerado, caben todos. Arranquemos pues con la fea ruptura de Sumar y Podemos, que de una naranja pequeña sólo salen gajos diminutos. Mal aquella ruptura que trae consecuencias nefastas, no ya en números electorales, que también, y es éste un aspecto importantísimo de la batalla, por supuesto, sino también por lo que significa de desgarro en un bloque que alberga demasiados tintes cainitas, lo que a su vez se traduce en un abandono ciudadano, harto de tanta pelea interna. Españoles de segunda desde siempre, no les abandonemos precisamente ahora, cuando tantas cosas se pueden hacer, en el desánimo y desapego a las urnas. Decíamos de efectos electorales y ahí está Galicia, un desastre, y nada hace presagiar una recuperación, más bien lo contrario, en las elecciones vascas y catalanas.
Precisamente de Cataluña han venido los avisos más graves de que había un problema de grandes magnitudes. La ruptura en el Gobierno catalán, con el consiguiente adelanto electoral, ha supuesto una debacle a nivel nacional que ha echado por tierra los planes del gobierno de coalición en Madrid, incluida la aprobación de los Presupuestos. Claro que Sánchez, la política de Tom Hanks en Náufragos, de la necesidad, virtud, ha dado la vuelta a la chaqueta ya inservible y mejor tirar para adelante sin las cuentas públicas, que a menos líos y menos concesiones, más claridad. Añadan el enfrentamiento descarnado del socialista Collboni y Ada Colau en el Ayuntamiento de Barcelona y, como guinda, el voto del consejero de RTVE alineándose con el PP, y ahí tenemos el dibujo de un gran desencuentro entre PSOE y Sumar, que los gestos agrios de sus dirigentes en el Pleno del Congreso sólo sirvieron para confirmar que hubo momentos mejores en nuestro apasionado romance.
Convendría que nos fijáramos en los números, que siempre aportan razones de peso para cualquier aproximación a los acontecimientos. En las elecciones de 2015, el PSOE obtuvo 90 diputados, Podemos, 42, y con otras fuerzas regionales asociadas llegaron a 69; un año después, y en el mismo orden, 85 y 45 (71 con sus asociados); en abril de 2019, atentos, 120, PSOE, y 33 Podemos (43 con sus aliados); en noviembre de ese mismo año, 120 y 26 (39 en total). Y por fin, en 2023, 121 y Sumar, la nueva fuerza, 31, Hablamos de casi 8 millones de votos en el caso del PSOE, en torno a los 3 millones a su izquierda. Para mayor comprensión de los números, digamos que en 2023 el PP obtuvo 137 escaños y más de 300.000 votos que el PSOE, y Vox se llevó 33, con otros 3 millones de votos. (Espero que no haya ningún error en los datos. Disculpas de antemano si existe alguno).
La conclusión, así a vuelapluma y sin grandes alardes demoscópicos, es que o conseguimos entre todos que la izquierda en su conjunto supere cuando menos esos escaños y ese número de votos, o habrá que reeditar de nuevo los gobiernos a varias bandas, ardua y agotadora tarea. Por supuesto que el PSOE, desgaste por la amnistía y el caso Koldo, está obligado a mantener sus votos, pero es que si esa pata de la izquierda a la izquierda flaquea, por ejemplo si baja de 30 diputados, démonos por enterrados, qué bueno fue mientras duró, suenen las campanas de misa de difuntos, que alguien dirá el responso. Y ahora mismo las expectativas de esa zona son más bien magras, para qué engañarnos.
Es urgente, y lo necesitan las gentes de izquierdas de este país, que Sumar, Podemos o como quieran denominar a lo ya existente o a lo nuevo por venir, siga empujando al gobierno del PSOE para que se haga una política social más justa y más distributiva. Lo exige el mundo del feminismo, de la igualdad entre todos los ciudadanos, más allá del sexo, la raza o la religión, de todos aquellos que necesitan una pensión digna, una sanidad y una educación públicas. Pero también, seamos prácticos, tenemos que lograr que sus dirigentes entiendan que se necesita unidad para revertir esa caída que todos auguran y poner en la bandeja un número importante de escaños para mantener el poder e impedir el paso al gobierno de esa terrible alianza PP-Vox a la que ya vemos gobernar -y destrozar derechos y libertades- allá donde manda su intransigencia ideológica y su capitalismo libertario.
Demos por cerradas las elecciones vascas y las catalanas, y trabajemos para ver qué se puede hacer de cara a las europeas de junio. Recuperen perfil, recuperen personalidad, recuperen liderazgo, exploren el cierre de viejas y personalistas heridas. Cualquier cosa menos esta llanura sin brillo, este encefalograma plano que a nadie ilusiona, que a nadie motiva ni enardece. ¿O acaso ustedes vibran con lo que tienen delante y los grandes líderes y grandes proyectos que les anuncian sus dirigentes para el futuro más cercano, cabezas de lista y secretarios o secretarias generales en marcha? Hay mucho que hacer, mucho que trabajar y mucho que corregir.
Lo primero, recoser la coherencia interna del Gobierno. Unos y otros. Sánchez y Yolanda. Llevar las riendas del país, y demostrárselo a los ciudadanos, implica rigor en las medidas que se toman, pero también en la credibilidad y fuerza de cohesión que se transmite al respetable. Las guerras de guerrillas, para Vietnam. Hace sesenta años. Y si alguien presume de buen negociador, aquello del culo de hierro, que lo demuestre, primero, con sus compañeros de gabinete. Pelearse, pero de puertas adentro. Y luego, venga jaleo, a animar el baile del pueblo, caras risueñas, gritos de ánimo, arengas vibrantes, oé, oé, oé, vamos a ganar. Pero después. Nos jugamos mucho, nos lo jugamos todo. Las miserias personales, en la puerta.
(Hasta Naciones Unidas y el Papa, para quien le interesen sus alocuciones, han pedido un alto el fuego urgente y que llegue la ayuda humanitaria a Gaza para frenar la muerte por hambre de niños y adultos. ¿Dejarán algún día los cómplices de Netanhayu, léase los Estadios Unidos de América, de apoyar al genocida?)
Adenda. Miguel Ángel Rodríguez ha encontrado en El Mundo, ese periódico infame con Pedro J. y sin Pedro J., un altavoz cómplice para volver a insultar y agredir a los periodistas de elDiario.es y de El País. En la impunidad que le han ofrecido sus zalameros plumillas, de nombre Martín Mucha y Jaime Rodríguez, el gran hombre ha vuelto a mentir y degradar aún más la ciénaga política de este país, amparado y protegido por la vesania de Isabel Díaz Ayuso y la inanidad de Núñez Feijóo. Incluso osa hablar el muy desvergonzado de las residencias de ancianos. Puaf. Por su parte, El Mundo ya se encarga, junto a otros muchos, de engordar la putrefacta charca mediática.
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