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'Paisajes del vino' es un proyecto de elDiario.es en colaboración con Alma Vinos Únicos que busca acercar a sus lectores, socias y socios a los rincones más especiales del mundo del vino, con el foco puesto en el respeto por la tierra y el medio ambiente, la recuperación de cepas, la producción responsable, las bodegas familiares, el valor de lo local y las historias y retos personales que se esconden detrás de la producción de una botella de vino.

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Los vinos de Madrid, origen y huella en la literatura: de 'La Celestina' a Miguel de Cervantes

La Celestina, por Pablo Picasso

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Hay documentación que demuestra que en el siglo XII los vinos de Madrid ya eran reconocidos como vinos de prestigio. Una disputa entre unos monjes y un señor feudal sobre la propiedad de algunas viñas en la zona de Pelayos de la Presa, al lado de San Martín de Valdeiglesias, alcanzó tal discrepancia que fue necesaria la intervención del rey. Desde entonces, son múltiples las referencias que encontramos en los escritos oficiales de la época y en la literatura de los siglos posteriores.

En el año 1150 Alfonso VII, rey de León, fundó el Monasterio de Santa María de Valdeiglesias, bajo la advocación de San Martín de Tours, ciudad del Loira de la que fue obispo y donde se alza la mayor basílica dedicada a su persona. Alfonso VII, llamado “el emperador” fue hijo de Urraca I de León y del conde Raimundo de Borgoña. Fue el primer rey leonés de la Casa de Borgoña, y haciendo honor a su procedencia fue gran impulsor del viñedo.

El duro trabajo de los viñaderos

El viñedo aumentó su importancia durante los siglos XIII y XIV. Es en esa época en la que aparece en Madrid la figura de los “viñaderos” o “viñateros”. Tan importante era el cultivo de cereales y viñas que los pueblos nombraban guardas para evitar que cereales y majuelos de viñedo sufrieran daño o esquilmo. A los guardas de los panes, de los cereales, se les llamaba mesegueros y a los de las viñas, viñateros o viñaderos. Se les otorgaba gran autoridad, y en algunos textos se puede leer que los viñaderos no debían dejar pasar a nadie entre las viñas, en algunos casos ni siquiera a su dueño, excepto que llevase un permiso firmado por el alcalde. Los castigos para los que se saltaban las normas eran severos: “Y si los hallaren de día en las viñas o en las mieses, los que guardaren los términos que tomen cuatro corderos de la manada, y si los hallaren de noche, que tomen ocho corderos”.

Los guardaviñas o chozos que todavía hoy encontramos en numerosos viñedos son los restos de los lugares que utilizaban los viñaderos para realizar su trabajo de vigilancia. Los viñaderos se nombraban a mediados o finales de abril y permanecían en su puesto hasta que finalizaba la vendimia. Su trabajo era duro. “E que tales viñaderos sean obligados de estar de continuo en los pabos o en las cabañas e hacer e tener cabañas enteras en que estén”. Si no respondían al tercer grito de llamada, eran sancionados. 

Los vinos de Madrid han estado presentes en la literatura clásica, aunque con el paso de los siglos hayan ido desapareciendo, los mismo que fueron desapareciendo las cepas plantadas.

Coplas y comedias regadas con buenos vinos

En La Celestina de Fernando de Rojas la vieja alcahueta dice: “Pues, vino, ¿no me sobraba de lo mejor que se bebía en la ciudad? Venido de diversas partes, de Monviedro, de Luque, de Toro, de Madrigal, de San Martín y de otros muchos lugares; y tantos, que, aunque tengo la diferencia de los gustos y sabor en la boca, no tengo la diversidad de sus tierras en la memoria, que harto es que una vieja como yo, en oliendo cualquiera vino, diga de dónde es”.

Vino de San Martín pide también la beoda a quién Jorge Manrique dedica unas coplas. En ellas la beoda afirma:

“Está como un serafín

diziendo ya: “Oxalá

estuviese San Martín

adonde mi casa esta“.

En 1561 el rey Felipe II decide fijar la Corte en Madrid, lo que genera un gran desarrollo de la ciudad. A las mesas de los ricos llegan los mejores vinos de todas las zonas de España.

Gabriel Téllez, el fraile mercedario que firma con el seudónimo de Tirso de Molina en su comedia La villana de la Sagra menciona algunos de ellos: 

“Ni se vende aquí mal vino;

que a falta de Ribadavia,

Alaejos, Coca y Pinto,

en Yepes y Ciudad Real,

San Martín y Madrigal,

hay buen blanco y mejor tinto.“

Miguel de Cervantes fue Comisario de Abastos y posiblemente eso influyó en su amor por el vino de Madrid. Su vino preferido era el de Esquivias, localidad de donde procedía su mujer, Catalina de Salazar y Palacios, y en el que vivió tres años antes de trasladarse a Madrid. Pero también amaba los vinos de la capital y en varias ocasiones cita los vinos de San Martín de Valdeiglesias en sus obras. En El Coloquio de los Perros se juntan otra vez con los de Esquivias y se comparan con otras zonas destacadas “Pues salta por el bachiller Pasillas, que se firma licenciado sin tener grado alguno. ¡Oh, perezoso estás! ¿Por qué no saltas? Pero ya entiendo y alcanzo tus marrullerías: ahora salta por el licor de Esquivias, famoso al par del de Ciudad Real, San Martín y Ribadavia''. Bajó la varilla y salté yo, y noté sus malicias y malas entrañas”.

En El Vizcaíno Fingido, uno de los personajes, Solórzano, afirma: “Dice que, con lo dulce, también bebe vino como agua y que este vino es de San Martín y que bebería otra vez”.

Lope de Vega se une a los amantes de los vinos madrileños y en La Inocente sangre, la desdichada Estefanía lamenta haber ido a Tetuán y afirma:

“¿No era mejor ir a Coca

A San Martín y Alaejos?“.

Pero no es sólo en la literatura donde aparecen mencionados los vinos de San Martín. Juan Sorapán de Rieras, médico del siglo XVII y autor del libro Medicina Española contenida en proverbios vulgares de nuestra lengua considera el blanco de San Martín como “el mejor remedio contra la melancolía”.

Del declive a la denominación de origen

Cuando comienza el siglo XX en Madrid hay más de 60.000 hectáreas de viñedo situadas en San Martín, Navalcarnero y Arganda pero también, aunque hoy nos cueste mucho imaginarlo, en Carabanchel, Villaverde, Hortaleza, Fuencarral o Barajas. 

En 1914 la filoxera, el terrible insecto que seca las raíces de la cepa, aparece por primera vez en San Martín de Valdeiglesias. La plaga se extiende rápidamente, arruinando el viñedo madrileño y provocando un cambio sustancial en sus vinos. En 1935 la superficie de viñedo se redujo a poco más de la mitad, 33.448 hectáreas, que al final del golpe de Estado de Franco se redujeron hasta 30.652. 

El declive continuó de forma imparable hasta que en 1984 se crea la Denominación Específica Vinos de Madrid, que se convierte en Denominación de Origen en 1990. Actualmente hay 8.528 hectáreas de viñedo inscrito, repartidas en 12.387 parcelas y con 3.038 viticultores que las cultivan. 

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