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Cerveza fría

Iñaki Ochoa de Olza

Resulta a veces interesante echar una ojeada atrás, a nuestro propio pensamiento y circunstancias de hace algún tiempo. A veces se sorprende uno de la evolución personal y de la cantidad de cosas que cambian en el transcurso de unos pocos años. No es mi intención ejercer de abuelo batallitas, pero organizando papeles por casa, en medio del desbarajuste en el que se transforma la vida de los asiduos del Himalaya, encuentro una vieja entrevista en la que sin pudor y con bastante candor juvenil declaro que “me gustó la montaña desde el principio por su ausencia de reglas”.

Valiente pichón. ¿Ausencia de reglas? Ahora creo más bien que hay tantas y que el jaleo y la distorsión es tal que por fuerza ha de semejar inescrutable para cualquiera que lo contemple, desde dentro o desde fuera. Ninguna de las disciplinas de la montaña son lo que parecen aunque me gusten todas y cada una de ellas sin distinción. Permítanme ejercer por un rato de abogado del diablo. La escalada deportiva, que según dijo el gran Bridwell ni es escalada ni es deportiva, tiene tal berenjenal montado que como te descuides das positivo en el control antidoping. Punto rojo no es igual que punto rosa, flash no es lo mismo que a vista, hay 117 escalas diferentes de graduación, aunque la misma escala se aplica diferente según y dónde. Y un niño de 12 años hace 8c, pero el nivel máximo mundial posible sigue siendo el 9a desde hace 15 años. Me lo expliquen. Los deportivos ya no escalan rocas, escalan grados. Apaga y vámonos a hacer Big-wall. Aquí, más de lo mismo. Te vas bien lejos, pero a tomar por saco de lejos me refiero, y te subes como sea a una tapia nueva. El porcentaje de fracasos en esta actividad ronda el uno por ciento, más o menos, y no se muere nadie ni de aburrimiento. Se cose a cuerdas fijas de abajo a arriba, y como nadie va a venir a repetir la vía porque es mejor y más fácil abrir otra pues se meten los taladros que se quieran. Si tiene pasos de 6a, entonces es A3, y si el libre sale de 6c entonces es A4. La regla más importante en no repetir los artificiales de Monserrat, que allí te ven.

El alpinismo... ¿qué es eso? Ahora se dice draitulin, que no te enteras. Ya puedes subir por el diedro amarillo del Vignemale solo y en invierno, que como no digas que lo que has hecho es M algo no te comes un rosco. Te pones espuelas, jinete, destrozas la roca tallando agujeros con la punta de un piolet que afortunadamente paga un sponsor, y ¡hala¡ a disfrutar de la aventura. Uy, perdón, retiro lo de las espuelas, que ahora hay una regla nueva que dice que no se pueden poner. En esquí-alpinismo la primera y única regla es que tienes que ser rico, con organizadores que cobran a 60 euros carreras que duran una hora y un par de botas que cuestan 600. Eso sí, te dan un plato de espaguetis, los primeros, y una magnífica caja de cartón para que te las lleves a casa, los segundos.

En el Himalaya, ¿por dónde empiezo? Messner quiere que nadie use teléfono. House que nadie toque una cuerda fija, y los rusos dicen que está bueno el vodka, gracias, mientras himalayistas héroes profesionales siguen escalando provistos de porteadores de altura... y todos mirando. ¿Ausencia de reglas? Aunque yo soy más de colacao, tendremos que volver sin remedio a los clásicos: “Anarquía y... cerveza fría”.

Columna publicada en el número 25 de Campobase (Marzo 2006).

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