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La lista negra

Iñaki Ochoa de Olza

La primera salida del invierno para escalar en hielo nunca está exenta de una excitación especial y supone en realidad más el redescubrimiento de sensaciones casi olvidadas tras el verano que otra cosa. Ser escalador de hielo en el Pirineo puede parecer a veces que es algo así como ser torero en Noruega, pero lo cierto es que las oportunidades abundan si se sabe buscar, esperar y salir en el momento adecuado.

En esta primera salida del año, el pasado mes de diciembre, habíamos escogido las pequeñas cascadas del Anayet, en la Canal Roya del Pirineo Aragonés. No esperábamos nada nuevo porque esta es una zona que está cerca de casa y venimos a menudo a trepar por sus líneas sutiles y efímeras, con la ilusión de un principiante.

¿Nada nuevo? Bendita ingenuidad la nuestra. Conforme nos acercamos al aparcamiento, a un par de kilómetros de Francia,(de ese parque nacional de los Pirineos que parece ser parte de otro mundo), empezamos ver camiones y excavadoras, tierra removida y líneas de telesillas recién instaladas. Es un destrozo inmenso, y todo para inaugurar un par de pistas (de momento, supongo) que son una pura ponzoña incluso desde el punto de vista de un esquiador de pista, que también lo soy. Se nos abre la boca y los calificativos varían, pero tienen en común que son todo lo expletivos y terminantes que permite el castellano, que es un idioma bastante rico para esos menesteres. ¿Quién les ha dejado? ¿Hemos sido nosotros? 

Yo venía siguiendo con cierta preocupación el asunto, durante el verano y sin haber visitado el lugar. La verdad es que no me fío un pelo de los ecologistas, ni de nadie que me prohíba escalar en un sitio para luego llenarlo de turistas. Me pasa lo mismo con los pacifistas, los belenistas, las feministas, los economistas, y en general con cualquier asociación de individuos (o individuas) con fines varios. Y esta vez no es diferente. Pero la historia de Espelunciecha, que es el nombre de este maltrecho valle, merece la pena. Y simplemente por motivos sentimentales, no hay nada más detrás.

Los promotores de la idea no saben de sentimientos que no sean otros que el peso del oro en sus bolsillos. Así nunca remontarán el vuelo, pues pesan demasiado y de todas maneras nunca tendrán tiempo para gastarse lo que ganen.. Se llaman ARAMON. Se asocian políticos y hombres del dinero, se pasa por encima de cualquier barrera legislativa o de estudios de impacto, se vende el rollo como desarrollo sostenible, que suena de cine, y se invierte uno y se saca diez. Y no podremos hacer nada.

Bueno, algo si podremos hacer. Patalear. Y también podemos dejar de esquiar allí. Formigal, Panticosa, Cerler, y las demás forman ya una lista negra. O sea, ni tocarlas. Alguien tiene una página web donde se apunta la gente que no esquiará en las susodichas estaciones. Yo me apunto Y seremos uno hoy, y mañana cien, y quién sabe si después mil. Y ellos, los de ARAMON, comprenderán que todavía quedan idiotas, como yo, que harán las cosas según se lo dicte su conciencia, que es una cosa muy rara y muy difícil de explicar que algunos tíos tienen en la cabeza.

Columna publicada en el número 12 de Campobase (Febrero 2005).

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