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¿Democracia digital?

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Si el periódico se publicase sólo una vez cada siglo, ¿cuál sería el titular de portada? Los nazis son derrotados, Aterrizamos en la luna o La esperanza de vida se duplica podrían colarse en la portada del siglo XX. En 1922 no hubiera sido sencillo adivinar el porvenir de la humanidad. Huxley (Brave New World) y Orwell (1984) probaron suerte. Hoy estos autores podrían imaginar distopías sobre el colapso ecológico, el desastre nuclear o la disrupción tecnológica. La digitalización ha presentado candidatura para conquistar un hueco en la portada de este siglo.

Datos. Ahora mismo están siendo recogidos desde la app o sitio web donde lees esta palabra. Se transmiten, cruzan fronteras, son procesados. Se crean perfiles digitales basados en nuestro comportamiento online. Luego se personalizan contenidos mediante algoritmos para aumentar el tiempo que pasamos frente a la pantalla (mientras consumimos anuncios). Bienvenidos a la economía de la atención. Y no olvidemos el auge de datos biométricos: frecuencia cardíaca, saturación de oxígeno, registro de sueño o medición de actividad (piense en un reloj inteligente). Revolución de la salud en marcha.

Apple, Microsoft, Amazon, Alphabet (Google), Meta, Tencent, Alibaba, Samsung… El poder tecnológico se concentra en Norteamérica y Asia. El área de Silicon Valley, en la costa este de Estados Unidos, y la ciudad de Shenzhen, en el suroeste de China, son las principales sedes de plataformas digitales globales. No importa que el usuario se encuentre en Nueva Delhi, París, Yakarta, Tokio o Lagos; sus datos se acaban almacenando y procesando en el lejano Oeste norteamericano y el extremo Oriente chino.

En la pugna por el liderazgo digital entre EE.UU. y China, cada potencia desarrolla su propio enfoque para dominar la economía de datos. Washington aboga por el libre flujo de estos, que a su vez conduce a un bucle de retroalimentación positiva: cuantos más datos recojan las tecnológicas estadounidenses, mejor será el desarrollo de sus productos y servicios digitales. En este sistema, bautizado como “capitalismo de vigilancia”, la digitalización se extiende y adentra en nuestras vidas íntimas o privadas, hasta ahora aisladas de la mercantilización.

Pekín promueve un enfoque de flujos de datos restringidos y controlados por el Estado para asegurar la estabilidad de su régimen político. La ciberseguridad nacional y el control sobre datos personales son fundamentales. Mediante el plan Made in China 2025 el gobierno ha impulsado la subvención de plataformas digitales emergentes y la inversión en tecnologías estratégicas. Sin embargo, EE.UU. utiliza las sanciones para impedir a China el acceso a ciertas tecnologías como la producción de chips informáticos.

Si se tratara de un partido de tenis, el comentarista diría que Washington aún lleva la iniciativa. El inquilino de la Casa Blanca eleva el brazo y suelta la pelota, saca la raqueta por encima de la cabeza y despide la esfera en un saque agresivo. La bola cruza la pista a gran velocidad, traspasa la red e impacta con fuerza en el campo contrario. Desde allí, el líder chino calcula la trayectoria de la pelota, mueve los pies, se posiciona y golpea la bola con idéntica potencia para devolver el servicio. El gobierno chino suele fijar políticas de reciprocidad sobre las medidas que considera perjudiciales para sus intereses.

Y, finalmente, el tercero en discordia: la Unión Europea. A pesar de la presencia anecdótica de plataformas digitales y la escasa inversión tecnológica, la UE tiene un punto fuerte. Bruselas aprovecha la dimensión de su mercado interno para implantar una exigente legislación en materia de protección de datos personales. Este marco legal tiene efectos reguladores en otros estados y organizaciones, donde se imita la protección europea de derechos individuales. A esto se le ha llamado “efecto Bruselas”.

¿Qué efectos tienen estos modelos de regulación digital? Por un lado, el poder centralizado sobre los flujos de datos conduce a distopías, como revela la represión china sobre opositores y minorías étnicas y religiosas. Por otro lado, el poder descentralizado sobre la economía de datos nos guía a la catástrofe: el modelo de negocio de San Francisco basado en la validación social y el refuerzo de nuestros sesgos cognitivos de confirmación aumenta los problemas de salud mental y polarización. Necesitamos una tercera vía.

A unos 180 kilómetros de la costa de la República Popular China se encuentra una isla en disputa donde se están produciendo experimentos de democracia digital. El uso de herramientas de Inteligencia Artificial (algoritmos como Pol.is) para aumentar la participación cívica y ampliar procesos de deliberación a gran escala en Taiwán podrían marcar el camino. La conexión entre digitalización y democracia requerirá la actualización de instituciones democráticas para mejorar los métodos de toma de decisiones orientados al bien común.

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