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Espacio de opinión de Canarias Ahora

Todos somos Suleimán

Felipe García Landín

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La pandemia desatada por la COVID-19 no impide que miles de personas intenten salir del continente africano huyendo de otras epidemias. Buscan sobrevivir aunque, en el intento, muchas vidas se queden para siempre en las profundidades del océano o encalladas en algunas de nuestras playas. Son nuestros vecinos, aunque hayamos olvidado que los canarios somos africanos y que estas islas están en África. Fueron pobladas por gentes que provenían del continente y nos legaron una cultura que todavía podemos apreciar y sentir, aunque decir que somos blancos y africanos parezca una paradoja. Canarias, tan cerca y tan lejos de África.

A Alejandro Dumas se le atribuye la frase, despectiva, de “África empieza en los Pirineos”. Todo lo que entendemos por civilización — progreso material, social, cultural y político— es Norte, sin embargo el infierno está en el sur. España, el sur de Europa, tan cerca y tan lejos de África. Desde esta orilla atlántica Europa es una ilusión óptica, puro espejismo, provocada por el buen clima, el clima ideal y económico “que eterniza la siesta intelectual” como cantara burlonamente nuestro Alonso Quesada. Somos Sur, nos sitúan en el sur y nos ven como Sur. Pero el continente africano es el Sur al sur del sur. Porque el Sur es subdesarrollo, hambre, es guerra, es miseria y es muerte a pesar de las enormes riquezas culturales y económicas que encierra este continente tan próximo, al que vemos con recelo porque es negro y es moro. África vive en un silencio impuesto y espera un progreso que no le llega porque los derechos humanos padecen una sequía que se hace eterna. Es tierra seca y yerma, el agua es amarga y las enfermedades amenazan epidemias. África, tan cerca y tan ausente, salvo para hacer negocios que siempre son ventajosos para los del norte.

El coronavirus ha clausurado temporalmente las agencias de viaje, pero en todas quedaron congelados los mensajes publicitarios que invitan a “experimentar con los cinco sentidos” para hacer realidad los sueños pues África es “una experiencia única y auténtica”. Eslóganes que podrían ser válidos para cualquier destino turístico aunque aquí añadiríamos “sol y playa”. Al continente africano, ciertamente, no se viaja para ponerse tostado, aunque África signifique lugar de sol y sin frío. El continente es sinónimo de aventura y safaris fotográficos y carnívoros. Fuera de las agencias de viaje, África es sinónimo de pobreza, hambrunas, epidemias, sequía, guerras, esclavitud, emigración, sida, infancia desnutrida, mujeres explotadas y pequeñas embarcaciones que se hunden al intentar llegar a las costas europeas.

Hay quienes piensan que sufrimos una invasión de africanos, pero el 80% migra a otros países de la misma África, según la Organización Internacional para las Migraciones. Realidades que conviven con los tópicos del África negra y salvaje, aunque según la UNESCO la primera universidad, fundada en el año 859 por Fatima al-Fihri, fue la de Qarawiyyin en Fez, Marruecos. No debiéramos sorprendernos pues, al fin y al cabo, África fue el primer continente poblado del planeta. Muchas ideas preconcebidas que ocultan que es el segundo continente más poblado —con alrededor de 1.300 millones de habitantes, casi el doble que Europa — formado por 54 estados soberanos más la República Árabe Saharaui Democrática. Naderías que ocultan una realidad que es diversa y multicultural. Aquí al lado, abajo en el sur, hay 10 países que son los más pobres del mundo y el continente sufre más de 12 conflictos que han matado, que se sepa, a ocho millones de niños entre 1995 y 2015. A veces alguna agencia de noticias, de refilón, informa de que la maldición de África son el tribalismo y la violencia inherentes al continente. Obvian que el 30% de los recursos minerales de la tierra están en África (petróleo, gas, diamantes, coltán, cobalto, platino, oro…) y que la avaricia y el negocio atraen a muchos actores con intereses muy civilizados.

Ahora mismo continúan llegando migrantes africanos, entre ellos madres embarazadas y niños, que buscan amparo como hasta no hace tanto hicieran nuestros antepasados y más recientemente nuestros jóvenes que salieron al encuentro de una vida mejor en otras latitudes. Nos seguirán recordando que existen dos mundos próximos pero distantes. Pedro Lezcano vio ese antagonismo en nuestro archipiélago antes de la llegada masiva del turismo y lo simbolizó en dos islas: “Mi tierra verde, / tu tierra parda. / Mi tierra erguida, / tu tierra echada. / Mi tierra grita, / tu tierra calla. / Mi tierra vive, / la tuya aguarda”. Tenerife y Fuerteventura: “Mi agua es dulce, / la tuya amarga; / mía la rosa, / tuya la aulaga. ”. A veces de la vecina y entrañable África, cantaba el poeta, nos llega “una nube voladora ” que cubre el archipiélago de “rojo polen” que nos sitúa en la realidad geográfica y humana pues su tierra es la nuestra; “la llevamos / en el pelo, en las uñas, en el alma…”. Ni somos islas afortunadas ni la isla Utopía pero no podemos olvidar que somos un pueblo de paz y de naturaleza solidaria. Antonio Lozano noveló el drama y la tragedia de los emigrantes subsaharianos. El protagonista es el joven Suleimán que significa paz y es bueno recordar que en estas islas siempre se le abrieron las puertas a la paz, la única bandera que nos identifica como humanos.

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