Algunas preguntas para el PSOE: ¿escuchan a sus feministas?, ¿por qué callan los hombres?
¿Qué pasa en el PSOE? La respuesta sencilla podría ser que las mujeres hablan. Otra respuesta podría ser que del discurso a la práctica hay siempre un trecho y que, en el caso del PSOE, ese trecho ha resultado enorme, inasumible. Si optáramos por una réplica más compleja nos tenemos que remontar a julio, cuando varias mujeres hacen públicos sus testimonios de comportamientos machistas y de acoso por parte de Paco Salazar.
Si en ese momento el PSOE se enfrenta a un escándalo, lo que ha pasado cinco meses después es un terremoto: descubrimos que el partido que sostiene al Gobierno y que enarbola la bandera feminista ha actuado, cuanto menos, con silencio y dejación, de espaldas a las víctimas. Al caso Salazar se suma la renuncia de Javier Izquierdo de todos sus cargos en el PSOE después de que saltara la sospecha de que varias mujeres le señalaban también a él.
Porque las mujeres hablan, aunque no siempre, de hecho, hablamos mucho menos de lo que podríamos hacerlo. El caso Salazar demuestra por qué: la consigna de que no nos callemos, de que denunciemos, es efectista, pero absolutamente ajena al contexto de culpa, vergüenza, complicidades, encubrimientos e inacción que solemos encontrar. Y, aun así, muchas veces, hablamos. Cuando unas se lanzan animan a otras que, espoleadas por el ejemplo y también por la rabia o el enfado, deciden dar el paso. Eso es lo que posiblemente está sucediendo en el PSOE.
La secretaria de Organización socialista, Rebeca Torró, daba este viernes explicaciones y contaba las conclusiones del informe con el que cierran el caso Salazar. Empezaba pidiendo perdón, y eso es mucho más de lo que hemos visto en otros casos. Todo lo que venía después era un relato rodeado de buenas intenciones pero lleno de incoherencias y lagunas. El informe del PSOE considera las denuncias verosímiles y trascendentes, hasta el punto de encuadrarlas en una falta grave que implica que Salazar no podrá volver a darse de alta como militante automáticamente.
Sin embargo, aseguran que no han podido acreditar la totalidad de los hechos cuando, durante cinco meses, no se han puesto en contacto con las denunciantes para conocer detalles y explorar la posibilidad de que existieran testigos. No sabemos si el PSOE ha entrevistado a personal cercano a esas mujeres o a Salazar, un procedimiento contemplado en cualquier protocolo contra el acoso. Sí sabemos que no consiguieron hablar con el señalado porque durante cinco meses no les dio cita, estaba de viaje o caía en festivo.
Si a comienzos de diciembre, a preguntas de este medio, el PSOE reconocía primero su inacción, después que no, luego que sí, ahora aseguran que intentaron entrevistar a Salazar durante meses. Si a comienzos de diciembre el argumento llegó a ser que las denuncias eran anónimas y no podían darles curso, ahora Rebeca Torró anunciaba la apertura de un expediente informativo de oficio a Javier Izquierdo: no existe una queja formal contra él, pero los rumores y las sospechas han llevado a la secretaria de Organización a tomar la iniciativa.
El anuncio de Torró demuestra que una organización puede actuar de oficio y no esperar a que existan denuncias con nombres y apellidos recogidas a través de un canal específico. Por último, Torró mostraba su apoyo a las víctimas, también en el caso de que acudan a la justicia, pero, al mismo tiempo, su partido renuncia a elevar el caso a la Fiscalía.
Mientras, el silencio de los hombres del PSOE es abrumador. Faltan condenas, faltan palabras de repulsa, falta solidaridad con las mujeres que han interpuesto las quejas, falta autocrítica —masculina y con el partido—. Es indudable que el PSOE es una formación en el que militan muchas feministas, y muchas han llegado a su estructura. Entonces, ¿escuchan en el PSOE a sus feministas, o solo presumen de ello?, ¿hacen caso a las que dan la batalla interna para que no sucedan cosas así, a las que sacan las peleas incómodas y hacen la autocrítica que nadie quiere oír o solo presumen de feminismo?
Porque si, como decía al principio, del discurso a la práctica hay un trecho es porque las palabras quedan bonitas y pueden, incluso, traer réditos, pero ponerlas en marcha implica una mirada hacia dentro y un esfuerzo que, seamos honestas, pocas veces se está dispuesto a aplicar con todas las consecuencias cuando hablamos de políticas y medidas feministas. Esa es también la desventaja de quien quiere ser coherente con los principios que defiende: la exigencia estará alta, pero la comparación con otros cuyas ideas no compartes nunca puede ser la vara de medir.
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