Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

El último lleno de Robe

Este cartel improvisado presidió el homenaje a Robe
15 de diciembre de 2025 07:21 h

0

Miles de personas —más de 30.000 a lo largo del día— están pasando aún por el homenaje a Roberto Iniesta, Robe, para llenar de silencio, de canciones tarareadas en voz baja y de recuerdos compartidos el espacio que hoy se convirtió en su último escenario.

No hubo focos ni amplificadores, solo los justos para que los suyos le rindieran tributo, de manera solemne y sentida. No hacía falta más, solo ver a Alber Fuentes llorar sobre su batería nos hizo saber lo difícil que era para todos estar allí. Porque Robe siempre cantó incluso cuando callaba. Y hoy, tras su muerte, logró lo que tantas veces provocó en vida: reunir a gente distinta, de edades, barrios y heridas diferentes, en un mismo latido. Fue, quizá, su lleno más grande. El último. Y el más honesto.

En los pasillos del Palacio se cruzaban camisetas gastadas de Extremoduro, padres que trajeron a sus hijos para explicarles por qué aquellas canciones importaban tanto, parejas que se conocieron en un concierto y amigos que ya no están, pero parecían caminar al lado. “Hay días que me abrazo solo para no derrumbarme”, decía alguien, y sentíamos todos. Y Robe dejó palabras para muchas vidas.

Porque sus letras no fueron solo canciones: fueron refugio. En ellas aprendimos que “la libertad no es hacer lo que quieras, es no tener miedo a hacerlo”, que se puede caminar roto y seguir adelante, que la belleza también vive en el barro. Hoy esas frases flotaban en el aire, repetidas en murmullos, escritas en carteles improvisados o simplemente guardadas en el pecho.

Resulta paradójico —y profundamente robiano— que haya sido la muerte la que lograra este lleno total. Él, que tantas veces cantó desde el margen, que desconfiaba de los homenajes y los altares, consiguió reunir a más de 30.000 personas sin subirse a ningún escenario. Solo con lo que fue. Solo con lo que dijo. Solo con lo que nos hizo sentir.

En Plasencia, su ciudad, el duelo se transformó en algo parecido a una celebración íntima y colectiva. No hubo grandes discursos, pero sí una certeza compartida: Robe no se va del todo. Porque cuando alguien logra poner palabras al desorden interior de tanta gente, permanece. “Qué pena, qué pena, qué penita que te tengas que marchar, que no puedes llegar tarde a la cita, que tienes con la Estrella Polar”, parecía decir cada acorde recordado, cada lágrima contenida.

Este homenaje no fue un acto oficial. Fue una peregrinación. Gente entrando, saliendo, haciendo colas interminables para entrar. Miradas largas. Silencios que decían más que cualquier aplauso. Y, al fondo, la sensación de que estábamos asistiendo a algo irrepetible: el último lleno de un artista que nunca quiso ser ídolo, pero terminó siendo hogar.

Robe nos enseñó que se puede vivir sin pedir permiso, que se puede gritar con poesía y amar con rabia. Que hacerlo ensancha el alma. Hoy, sin micrófono, volvió a hacerlo. Reunió a una multitud para recordarnos que “el dolor también enseña, si sabes escucharlo”, pero que hay voces que nos dicen cómo hacerlo.

Cuando cae la noche y Plasencia va recuperando su pulso habitual, queda algo suspendido en el aire. Una certeza sencilla y enorme: Robe llenó estadios, sí. Pero hoy llenó algo más difícil. Llenó la memoria. Llenó la ciudad. Y, por última vez, lo llenó todo. Un último lleno sin bises, pero absoluto.

Muchos gritaríamos ahora un “otra, otra, otra…” no para una canción, sino para una vida nueva.

“Dejo las ventanas sin cerrar

Y la puerta abierta

Por si decidiera regresar“.

Etiquetas
stats