No deja de sorprenderme el auge de las romerías en los tiempos de este viacrucis que recorre gasolineras, supermercados, bancos, seguridades sociales, etc. Admiro al personal, de verdad, sobrado de resiliencia, admiro a estos incansables romeros e incluso a ese moro del plantel de moros y cristianos de Barlovento que me dice que ya se cansó de perder siempre y que a este paso se hace talibán. Yo, por el contrario, aquejado de esa enfermedad que un amigo médico diagnosticó como sefuela, es decir, se fue la juventud, y más que nada para escandalizar al personal he pedido mi ingreso en el Partido Comunista chino, alegando como único mérito para ello la enorme cantidad de series épicas chinas que he devorado este verano mientras netflix no deja de acosarme. Mientras los turistas volcaneros cruzan las coladas haciendo fotitos, se van al Chipi-Chipi y a otra cosa mariposa, este que está aquí y que vivió dos años en Puerto Naos sigue sin asimilar cómo un lugar tan cosmopolita se ha convertido en una ciudad fantasma. Sin ir más lejos.