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Sobre este blog

El Grupo de Trabajo Desmemoriados está compuesto por personas comprometidas con la construcción y la preservación de la Memoria Colectiva de Cantabria. Desmemoriados trabaja de forma abierta y plural en proyectos que ayuden a difundir el legado común de la lucha por una sociedad digna, y aporta herramientas metodológicas y tecnológicas para  la conservación y divulgación de las voces y los elementos documentales que conforman la memoria colectiva de Cantabria.

Desmemoriados aborda así proyectos concretos de recuperación, conservación y difusión de esa memoria así como alimenta y comparte una base de datos de acceso público con fotografías, documentos, testimonios, pegatinas, carteles… que documentan, siempre de forma incompleta, la trayectoria social y política desde la II República hasta los años 90 del siglo XX.

Página web: www.desmemoriados.org

Patrimonio recuperable: el nombre de las calles

Postal de la calle la Ribera de Santander en los años 20.

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Los espacios urbanos requieren sus propias señales de orientación, frente a los espacios naturales en que las señas vienen dadas de oficio: un árbol, una roca, un desnivel, cubierto o no de hierba… El nombre de las calles es una señal de primer orden para la orientación urbana. Las viejas ciudades de Europa han ido acumulando, y es parte de su patrimonio, un nomenclátor de su red viaria que identifique cada una de sus vías. Que las individualice. Que no permita orientaciones erróneas. Frente al modelo americano, muy numérico, basado en la mayoritaria disposición hipodámica de su red viaria y en la necesidad de orientar a las crecientes oleadas de inmigrantes que tenían entre las dificultades primeras la ignorancia de la lengua… El modelo de Manhattan, para entendernos, es difícilmente exportable.

En España, la mayor superficie ordenada de esa forma ortogonal es el Ensanche, l’Eixample barcelonés, pero los nombres de las calles no son números. Hay zonas con predominio de etiquetas geográficas, muchas veces relacionadas con la vieja Corona de Aragón: Aragón, Valencia, Mallorca, Provenza, Rosellón, Córcega, paralelas, correlativas y sentido Llobregat-Besós. En otra zona y con recorrido mar-montaña, pero también correlativas: Nápoles, Sicilia y Cerdeña. El damero del plano original de Ildefons Cerdá se extendió más tarde y en barrios de crecimiento más tardío, encontramos Cantabria, Guipúzcoa, Huelva, Murcia… Perú, Bolivia…

Hay una tendencia en Alemania, cuando las calles llevan el nombre de otras ciudades, a usar los gentilicios. Sería más difícil encontrar una calle Santander que una calle de los santanderinos… Santander no ofrece un modelo coherente. En el entorno de Cuatro Caminos podemos encontrar Argentina, Montevideo, La Habana, México, Isla de Cuba. Montevideo y no Uruguay, ¿alguien sabrá la razón dentro de un siglo? ¿La conocemos ahora mismo? La calle de La Habana tenía dos partes diferenciadas y partidas por la Plaza de Toros. Cuando se dejó el nombre para la parte oriental, a la otra, la más cercana al Hospital, no se le dejó en Cuba, a secas. Se le añadió “Isla de”… Bastante lejos de la zona encontramos una calle espléndida, ancha, con el nombre de una república centroamericana, Honduras. Panamá también figura en el callejero, con su memoria de ocio nocturno. Guatemala, El Salvador o Costa Rica han tenido menos suerte. Nuestro Google Maps no las encuentra en nuestro callejero.

Pero ese desorden, y esas ausencias, también configuran nuestras señales para la orientación en el espacio urbano. ¿La presencia en la ciudad de un alto dignatario de alguno de esos países llevó a las autoridades del momento al agasajo en forma de nombre de calle? En alguna ocasión. O la petición de un embajador…

Otro rasgo no menos curioso es la categoría de la calle con la que se quiere honrar alguna memoria personal. La calle Magallanes, por poner un ejemplo, figura en el callejero de Santander desde hace más de siglo y medio. Es reconocible en el viario y tiene su importancia articulando La Florida, el barrio del primer crecimiento urbano hacia el oeste. Llegando el quinto centenario de la primera circunnavegación de la Tierra, alguien debió reparar en que Elcano, el socio que logró terminar la aventura, no figuraba en dicho callejero. El olvido ha sido enmendado. Pero, ¿se corresponde la importancia de la calle asignada con la del personaje histórico? Ese capítulo podría resultar inabarcable.

Con pocas dudas hay dos reyes, con varios siglos de distancia entre ellos, que favorecieron con su acción de gobierno dos saltos espectaculares en la importancia de Santander en la red urbana española y europea. En 1187, Alfonso VIII de Castilla concede fuero a la villa de San Emeterio. Es el precedente a dos siglos de crecimiento urbano y económico que solo frenó la epidemia de peste del siglo XIV. A mitad del siglo XVIII, Fernando VI concede a la villa el título de ciudad; eleva su abadía al rango de catedral, y sede episcopal… Algo más tarde el puerto es de los primeros habilitados para el comercio con las colonias una vez roto el monopolio de Cádiz que lo había heredado de Sevilla.

El crecimiento urbano de Santander se plasma en el primer ensanche de España, un siglo antes de las leyes que favorecen ese crecimiento urbano en otras ciudades. ¿Sabemos dónde están las calles que recuerdan a estos dos reyes? En la del rey de Castilla no vive nadie. Solo la trasera del edificio de Correos se abre a esa calle. A la del Borbón, corta, estrecha y próxima a la antigua prisión provincial, no es fácil acceder. Son temas relacionados de muy difícil, o imposible, solución. En sentido contrario es legítimo preguntarse si un rey como Alfonso XIII, que favoreció un golpe de estado, y con una vida personal muy poco ejemplar, es merecedor de ocupar en el callejero oficial el lugar de honor que se le concedió. Es uno de los déficits de primer orden que queremos apuntar.

La antigua plaza de Farolas, resultado del relleno de la vieja dársena en la última década del siglo XIX, es uno de los hitos urbanos que no vamos a legar al futuro. Los mayores todavía reconocen el nombre pero, sin las farolas originales, diseminadas por otros puntos de la ciudad, y con un nombre oficial que tampoco es popular, pero que tiene su peso, ¿qué legamos al futuro? La memoria, individual y colectiva, se puede disolver como las calizas de nuestro paisaje natural predominante.

Alguna racionalidad se impuso a la hora de nombrar crecimientos urbanos más recientes: Marinos y pintores en Cazoña; árboles en El Alisal… más diversidad en Valdenoja y Nueva Montaña. Se requeriría, lo tienen en muchas ciudades, un mínimo descriptor de quién es el personaje que ostenta el nombre de la calle. Un buen trozo de la vía principal de la ciudad se denomina San Fernando. ¿Es por su calidad de santo o por la del rey de Castilla que incorporó buena parte de la Andalucía musulmana al reino, con la participación de las naves de estos puertos del Cantábrico? Convendría añadir a la placa “rey de Castilla, 1217-1252”. Algo así podría dar salida a un debate que debe evitar cualquier partidismo porque lo importante es recuperar patrimonio.

Otro trozo de esa misma vía principal, la vieja Ribera, conocida así desde el siglo XVI,  se denomina desde 1937 Calvo Sotelo, y antes y durante unos pocos meses, avenida de Rusia. Podría ser un monumento reconciliador. La placa con el nombre histórico y debajo, entre paréntesis, “Av. de Rusia, 1936-37 y Calvo Sotelo, 1937-2023” Porque, dependiendo del grosor del papel de fumar que decidamos emplear, resulta que la denominación actual, a juicio de algún, suponemos, experto, no estaría cubierta por las leyes de memoria. La estatal de 2007, la regional de 2021 y la nueva estatal de octubre pasado, recurrida por diputados de extrema derecha ante el Tribunal Constitucional.

Como nos acercamos al núcleo fundamental de este artículo, vamos a recordar que desde que se suprimió el recurso previo de constitucionalidad –monumento al filibusterismo parlamentario–, el recurso hace años que no paraliza la aplicación de la ley. Y son muchas las denominaciones de calles que en todos o casi todos los municipios de Cantabria ensalzan personajes que desde cualquier óptica democrática no son merecedores de tal privilegio.

Cuando Desmemoriados registró una demanda oficial en el Ayuntamiento de Santander, en noviembre pasado, quisimos concretar en dos viales, entre la docena larga que esperan que se aplique la ley desde hace más de 15 años: Camilo Alonso Vega y General Dávila. Iguales y muy distintos. El primero de ellos no usurpó un nombre anterior porque el vial se abrió en la década de los años 50. La relación del general franquista con la ciudad es muy escasa o inexistente. Hay que concluir que el nombre de esa calle se otorgó por el poder que el personaje detentaba en aquel momento.

El otro sí que se relaciona con la ciudad de Santander. Desde una óptica democrática, con la memoria negativa de la ciudad, y que la denominación oficial siga ahí después de haberse cumplido el 85 aniversario de la llegada de sus tropas, sigue siendo un homenaje al horror de aquellos días y de los años siguientes. A la feroz represión desatada… Al lenguaje equívoco que durante lustros fue el oficial: La rebelión había sido protagonizada no por los rebeldes sino por los leales… Y además, caso contrario al anterior, el Paseo del Alta, o la Alameda Alta, eran denominaciones seculares en la ciudad.

Ha habido recientemente un dato esperanzador, incluso contando con las desavenencias que en muchos terrenos han mostrado los dos grupos del equipo de gobierno. En la documentación oficial de Hábitat Futuro, una propuesta para el Santander de 2055 en adelante, que podría ser la base de un nuevo Plan General de Ordenación Urbana, se definen 32 áreas, 32 barrios. Uno de ellos, el 12, incorpora el nombre del Alta. En los trabajos previos, en algunas sesiones de debate en el Colegio de Arquitectos, se instaló esa discusión. El previo venía con el nombre oficial del general y allí se les hizo ver a los técnicos que había otra denominación popular, a punto de perderse, y que era el Alta y que, aunque solo fuera desde el punto de vista de la pérdida patrimonial que supone, merecía la pena rescatar la denominación popular y antigua. Y lo han hecho.

El barrio 12 de la propuesta se denomina Alta-Conservatorio-Altamira. Puede parecer una gota en todo un mar pero es un primer reconocimiento oficial de que esa calle, una de las más largas de la ciudad, necesita cambiar de nombre rápidamente y no debería haber duda. El nuevo nombre debe ser el anterior, obviando incluso alguna denominación oficial anterior a 1937 con nula raigambre popular. Nos parece buen momento para citar a J. Simón Cabarga en 'Santander en la Historia de sus calles. Institución Cultural de Cantabria, Santander 1980': “Hasta que en 1937 se cambió por el de 'General Dávila'. Pese a su intención histórica, se sospecha que seguirá siendo 'El Alta' para los futuros santanderinos”. De momento, el vaticinio del prócer local ha quedado en el alero.

¿Cuánto puede durar la memoria si se le restan señales fundamentales? Ya es milagroso que una parte de la población conserve denominaciones anteriores en sus citas cotidianas. Ya hemos comentado el caso de la plaza de Farolas. Hemos podido escuchar a nuestros mayores nombres de calles hace tiempo desaparecidos. Hoy ya no sería fácil que los santanderinos, ni los muy mayores, supieran situar la calle de la Concordia: un trozo de la actual Cisneros que en 1949 se quedó como única denominación de la vía. Una denominación que bien podría recuperarse. No es fácil encontrar apelativos tan fáciles de apreciar aunque el nombre original, en Santander, tuviera otras razones más materiales.

En órbita diferente a la Geografía y la Historia, al costumbrismo y las tradiciones, está la ley. Desde 2007 muchas administraciones locales incumplen la ley y algunos particulares, muy especialmente la Iglesia católica que mantiene lápidas en recuerdo de una parte de las víctimas de la Guerra Civil. También en Cantabria. También en Santander. Es cierto que cada vez son menos, pero todavía son. Más de 15 años después de publicada la ley. En un artículo de prensa reciente nos preguntábamos si había leyes que nacían para no ser cumplidas. Estamos en un punto de difícil parangón: Ciudadanos organizados, lo que habitualmente denominamos sociedad civil, reclamando el cumplimiento de la ley. No una ordenanza sobre ruidos, por poner un ejemplo y sin desmerecer la importancia que tiene para quienes lo sufren. Una ley de las Cortes Generales. Que, debido a su incumplimiento bastante generalizado, ha necesitado otra, la de octubre de 2022.

No parece que resulte fácil encontrar muchos ejemplos en los que las administraciones más cercanas se parapeten en excusas infantiles para no cumplir una ley: “Vamos poco a poco, para no causar muchos problemas a los vecinos”. “Se requiere consenso absoluto entre los miembros de la Comisión”. Pero, ¿quién y de qué manera nombra algunas comisiones? Algunas de las calles que ya han cambiado su nombre guerracivilista no tenían ni un solo portal con vecinos. Algún local comercial como mucho. No parece mucha molestia si se trata de quitar un nombre ofensivo para la memoria democrática. Se le apunta al conde de Romanones –puntal del sistema de la Restauración– aquello de “hagan ustedes las leyes y déjenme a mí los reglamentos”. Pero de eso ha pasado más de un siglo y la calidad democrática en España es sustancialmente distinta.

Tras la insatisfactoria respuesta municipal a nuestra petición oficial del pasado noviembre, hemos tenido encuentros con los portavoces municipales de los grupos Socialista, Unidas por Santander y Ciudadanos. Con el grupo Regionalista no ha sido posible hasta este mismo mes de marzo. Hubo un momento, en los días navideños, en que se pudo vislumbrar una mayoría alternativa que aprobase en el último Pleno municipal de esta legislatura los nombres de las calles afectadas por la ley. En este momento no se puede confiar en que eso vaya a ocurrir, aunque Desmemoriados acaba de dirigirse a esos grupos municipales después de las declaraciones de la alcaldesa en la Cadena SER, el pasado 24 de marzo, en las que se reitera partidaria de cumplir la ley pero “poco a poco”. No creemos que eso ocurra con muchas leyes. Se aprueban, entran en vigor y se cumplen. O se entra en el terreno de las sanciones por incumplirlas. La ley de octubre de 2022 contempla la creación de una Fiscalía especial de Memoria Democrática. Llevar a esa instancia el incumplimiento de la ley por parte del Ayuntamiento de Santander, y de muchos otros de Cantabria, puede que sea ya la única salida. Si es así, lo vamos a intentar.

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