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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Lo que aprendí de los otros

Opositores.

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Los titulares de la prensa general vuelven a hablar de empleo público y de oposiciones, de miles de personas sometidas a un examen. Vuelve, sin duda, a estar de moda el empleo público. Europa pide a España más estabilidad en su empleo público porque cree que así puede dar más solidez a sus instituciones (como si con la crisis que se nos viene encima no fueran, tanto la Unión Europea como el Estado español, gigantes con los pies de barro). Los señoritos de siempre y sus múltiples escisiones dicen que no y que no, que qué es eso de estabilidad cuando ellos lo que necesitan es el caos. Los sindicatos piden fortalecer el empleo público, porque esa estabilidad que pide Europa conlleva mejores condiciones laborales que permiten una mejor negociación colectiva general.

Y siempre que se habla de empleo público (que, como cualquier empleo, se basa en que aquellos que poseen los medios de trabajo roban el tiempo a aquellos que no los poseen) se acaba hablando del tema del acceso a este empleo, muy especialmente de las famosas oposiciones. Oposiciones, exámenes para que cualquier persona con derechos reconocidos en ese territorio puedan competir en igualdad de condiciones para demostrar quién es el mejor para realizar determinado empleo. Hace cosa de un año leí a una persona reconocida en el ambiente de los movimientos sociales recordar la importancia de la calificación de las oposiciones para distinguir mérito, capacidad y esfuerzo del trabajador público. La idea ha calado muy profundo en casi todos los ambientes.

En este plano, parece sencillo justificar los éxitos gracias a nuestro esfuerzo y trabajo. Es un ejercicio de lógica: si yo no lo hago, no sucede; si yo lo hago, sucede. Por tanto, si sucede o no sucede, depende de mi acción, de mi esfuerzo, de mi individuo. Pero esa lógica es falaz: esa acción, ese esfuerzo y ese individuo, no habrían llegado a existir si no fuera por las acciones y los esfuerzos de tantas personas que pisaron antes nuestros pueblos y nuestras tierras. ¿Qué mérito tiene el inventor del coche, si nunca hubiera sido inventada la rueda, el asiento, la metalurgia, el motor de explosión? ¿Qué mérito tiene el compositor de la última canción de rock o de reaggeton si obviamos la historia de la humanidad, de los efectos colaterales de las terribles colonizaciones de África, de América?

¿Qué mérito tiene el opositor si ignoramos a quien le amaestró en la paciencia del estudio, o a quien le mostró la pasión por las letras, si ignoramos a la persona que le llevó por primera vez a la biblioteca, que le regaló su primer cuaderno, su primer libro? ¿Qué mérito tiene, este opositor, si son más las niñas y niños que reciben tarde y mal su primer libro (si es que lo reciben)? ¿Qué mérito, si muchas niñas y niños tienen problemas incluso para desayunar? ¿Qué mérito, si la carrera nunca comenzó desde un punto de partida similar?

Este texto no es un elogio de la incultura. No es romper la baraja. Es, ante todo, una crítica a un discurso neoliberal (el esfuerzo individual, el mérito individual, la recompensa individual) que se ha apoderado de gran parte de nuestros espacios, de los espacios de abajo a la izquierda. Es, también, una crítica a nuestros espacios en los que rara vez hemos sido capaces de articular una idea fuerte para confrontar esto, y que lo único que parece que proponemos frente a la idea del esfuerzo individual es la falta de esfuerzo. Es como si, frente al capitalismo genocida sólo fuéramos capaces de proponer el caos y no la anarquía.

Podría criticárseme que al menos el sistema de oposiciones limita enormemente las relaciones clientelares (en algunos casos más que en otros, no lo olvidemos); que la independencia del funcionario permite hacer una crítica al Poder, con mayúsculas, precisamente porque su acceso al empleo no depende de él (aunque veamos, en la práctica, que el funcionariado está lleno de personas que asumen con felicidad su servilismo); que el sistema de oposiciones permite la promoción social. Pero, aunque todo eso fuera cierto, y no seré yo el que diga que un sistema de elección a dedo es mejor que un sistema de oposiciones, no niega la mayor: el sistema de oposiciones es otra losa más para los de abajo a la izquierda y nunca debería ser algo de lo que sentirnos orgullosos. Es una victoria de los de arriba frente a los de abajo. Podrá ser el mal menor, sí, pero no deja de ser parte de su mundo. Y no puede formar parte de nuestro mundo, de ese que llevamos en nuestros corazones (y que deberíamos estar haciendo crecer en este instante).

Quien escribe estas líneas ha tenido la suerte (sí, suerte) de pasar esas pruebas del mérito y capacidad. En mi caso concreto, sin más mérito o capacidad que un año antes o que un año después. No soy mejor ni peor en mi profesión que cuando, finalmente, he pasado estas pruebas. No puedo hablar por otros que hayan pasado por mi proceso, pero en mi caso no cabe discusión: no estaría donde estoy si no hubiera contado con el apoyo de mi familia, la de sangre y la que no, la que comparte mi tiempo y la que ya no lo hace; la que me ha convertido en la persona que soy. Esto no pretende ser un agradecimiento (aunque, de hecho, lo sea), sino la exposición de un hecho claro: que somos proyección de nuestra comunidad, que si existimos como individuo es solo porque otros nos enseñaron a leer, a pensar, a creer, a sentir y a trabajar. Lo que aprendí de los otros es el título de la autobiografía del maestro anarquista Félix Carrasquer Launed, ¿Qué mejor forma de describir nuestra existencia que señalar el peso que han tenido los demás sobre ella?

¿Qué pretende este texto? En realidad, su idea inicial era unas palabras de ánimo para quienes se encuentran ahora mismo bajo la presión de las oposiciones; que pueden ser realmente brillantes en su profesión, en su trabajo, y sin embargo el sistema de oposiciones no pueda medir esto. Son unas palabras para que no se rindan, no acepten, no claudiquen; que las oposiciones son un obstáculo que nos han puesto (como si nos pusieran a recitar los reyes godos, a preparar una ratatouille o a hacer lanzamiento de martillo) y que no necesariamente existe una relación entre estas pruebas y el desempeño profesional. 

Pero también este texto recuerda que, por la misma lógica, realizar unas buenas oposiciones o acumular suficientes méritos no hace de alguien un mejor profesional. Memento mori, recuerda que morirás, le susurraban a los generales victoriosos de Roma. Este texto son unas palabras para recordar que el trabajo se hace día a día, en comunidad, se desempeñe en solitario o en colectivo: y es el fruto de ese trabajo el que demuestra la validez de ese trabajo para la comunidad: trabajo realizado por una persona sí, pero inconcebible sin la comunidad que lo respalda y lo aúpa donde está.

Es necesario reconstruir desde abajo a la izquierda una idea del esfuerzo y del trabajo (que no del empleo) que no esté vinculada al mérito individual. Es necesario reconocer que las transformaciones se realizan mediante la acción, pero hay que evitar a toda costa que esa acción sea reconocida como una actividad individual, ajena al mundo que le rodea y le da forma.  Es necesario recordar que los grandes cambios estructurales de la humanidad (sin los cuáles, entre otras cosas, ni siquiera existiría el sistema de oposiciones que permite aupar al individuo) fueron siempre obras colectivas.  Para esto, considero urgente que aprendamos a distinguir de una vez por todas esfuerzo individual y recompensa individual. Recuperemos aquella idea que permitió reconstruir los movimientos sociales que estuvieron cerca de destruir el capitalismo: de cada uno según su capacidad, a cada cual según su necesidad.

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