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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Los derechos de los no humanos

Europa ha activado el acuerdo de expulsión masiva de refugiados. |

Paco Gómez Nadal

Nos toca pensar más, o dudar más, o leer más, o exigir más, o exigirnos más. Algo debemos hacer para no ser los cómplices silenciosos, la lamentable mayoría silente que bendice el fascismo democrático de este principio de siglo tan poco alentador.

Nos emocionamos con unas imágenes de televisión –no con otras- y llenamos contenedores de viejas camisas, de zapatos usados, de tiendas de campaña sustituibles en Decathlon o de mantas desplazadas de nuestras preferencias por los edredones de Ikea. Nos conmueve el dolor ajeno –uno más que otro- siempre que esté suficientemente lejos como para no embarrar nuestra casa o para no romper nuestra burbuja de lamentos estériles. Nunca nos movilizamos cuando los negros se dejaban la piel a jirones en las vallas pagadas con nuestros impuestos. Nunca nos preguntamos dónde vivían o cómo se cuidaban los inmigrantes que pescaban en nuestra flota, que regaban nuestras lechugas o que ponían ladrillo sobre ladrillo en las urbanizaciones en las que enterramos nuestro nuevorriquismo.

Nos toca exigirnos más antes de exigir más al resto. Seguimos llenando las urnas con votos destinados a los políticos que venden Europa en Bruselas y que negocian con Turquía con carne ajena; aprovechamos las camisetas baratas de Primark sin hacernos –sin hacerles- preguntas; presumimos de Inditex y de Banco de Santander mientras Inditex y el Banco de Santander aprovechan nuestro dinero para especular en el mercado de la explotación internacional. Participamos en carreras solidarias y en mercadillos que dicen ser solidarios para poder mirar a la cara a nuestros hijos y darles lecciones sobre la moralidad que no ejercemos. Nos toca exigirnos más.

Nos toca no utilizar las palabras como borregos. Repetimos como papagayos que hay que respetar los “derechos humanos” sin caer en cuenta en que no todos los bípedos con alma que habitan el planeta son humanos. La cualificación como tales es otorgada. Siempre ha sido así… o, al menos, desde que a final del siglo XV Europa empezó su imparable carrera imperial. Nosotros, usted y yo, legitimamos cada día la decisión de los poderes europeos que deciden quién es o no humano en cada momento de la historia.

Hace ya bastante tiempo que Frantz Fanon nos explicó que hay una línea que divide a lo humano (representado por la “civilización” blanca, europea, cristiana, capitalista), de lo subhumano o lo no humano (los negros, los asiáticos, los no cristianos, los dominados del planeta…). Y ahora, Nelson Maldonado-Torres nos ha hecho ver que no pueden disfrutar de los denominados como derechos humanos quienes no son considerados enteramente como tales. Por tanto, los refugiados sirios son un poquito más humanos que los migrantes senegaleses o marroquíes pero mucho menos humanos que los ciudadanos de la Unión Europea.

Al igual que Estados Unidos justificó la suspensión temporalmente de la moral y la justicia para torturar con luz y taquígrafos ante la amenaza “terrorista”, Europa suspende ahora cualquier consideración de humanidad plena a los millones de víctimas de los conflictos de los que nos lucramos ante la “desestabilización” que produciría su entrada en nuestros decrépitos estados del bienestar.

El bienestar, los derechos humanos o la piedad aplicada solo para nosotros mismos; nunca para el otro. Y ese otro va cambiando en función del tiempo histórico. Para Francia, en 1939, el otro eran los exiliados españoles a los que había que concentrar, clasificar y tratar como animales de rebaño; en 1961 el otro eran los argelinos que clamaban por algo de humanidad en las calles de París. Para Alemania, el otro han sido los españoles o los kurdos que han pavimentado sus calles con el trabajo humillante de su pobreza. Inglaterra, amplía su foso natural y excava con acuerdos indignos para profundizar el Canal de la Mancha. España, ahora que está habitada por seres que se consideran humanos, pone vallas en territorio colonial que son el equivalente a la línea que nos separa de los subhumanos y que Fanon podía detectar en los pliegues de nuestra hipocresía ilustrada.

Ya no voy a decir que me avergüenzo. Sería insuficiente. Hace unos días, cuando unas 150 personas nos concentrábamos de forma estéril frente a esa Delegación del Gobierno que siempre está cerrada cuando tocamos su puerta, me sentí solo, idiota, estúpido, falaz… ¿Qué hacíamos? ¿A quién perturbábamos? ¿Dónde estaban los parlamentarios que pierden su tiempo con lábaros y palabrería? ¿Dónde los ciudadanos que engullen el cocido mientras la televisión les escupe la casquería de los campamentos de la indignidad en Grecia, Jordania o Líbano? ¿Dónde los obispos y curas que predican sobre la caridad y el amor? ¿Dónde los jóvenes en paro? ¿Dónde las modernas parejas que se asocian para la crianza con apego? ¿Dónde los vecinos ofendidos por los impuestos? ¿Dónde los arqueólogos que reclaman museos? ¿Dónde los maestros que se manifiestan para conseguir sus plazas fijas? ¿Dónde las asociaciones de vecinos? ¿Dónde los vecinos desconectados?

No es culpa de los poderes que seamos insensibles, que no veamos en el otro a un igual. No es culpa de los poderes que los dejemos firmar acuerdos infames mientras nosotros hacemos running o llevamos s nuestros hijos a aprender chino. Hemos renunciado a nuestra propia humanidad y somos reproductores de un fascismo de baja intensidad que me asusta. Ya no hace falta un Franco o un Hitler para que Europa encarne la peor imagen de una pesadilla. Ahora provocamos éxodos y diásporas en democracia, bombardeamos desde los cómodos sofás de la paz social, violamos derechos y ahogamos a nuestros iguales en el Mediterráneo mientras jugamos a los patéticos independentismos o mientras elegimos el nuevo modelo de teléfono móvil desde el que ejercer nuestro fútil activismo de red social…

Nos toca pensar más, retomar la conciencia de lo que somos, dejar de comportarnos como los burgueses que no somos y tejer una solidaridad internacional que agriete las fronteras que otros refuerzan con nuestra billetera. Fanon escribió que “la burguesía occidental ha levantado suficientes barreras y alambradas para no temer realmente la competencia de aquellos a quienes explota y desprecia”. O el pueblo occidental revienta las barreras desde dentro o, el día que sean rotas desde fuera, será la violencia y la venganza lo que se instale en la sacrosanta e hipócrita Europa.

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