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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El dolor invisible

Manifestación feminista en Santander.

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Sé que el dolor no se ve. Que es algo que debemos sentir, no percibir con los ojos. Pero la realidad nos obliga a una mirada metafórica que debemos reactivar desde la empatía. Resistir es dolor, aguantar es dolor, sobrevivir es dolor porque es algo que hacemos contra nuestra voluntad. Y cuando quien vulnera nuestras mentes, pieles y cuerpos es una persona física, los ojos de alguien reaccionan y pueden detener ese tormento. Pero ¿y cuándo el enemigo no tiene un solo rostro?

El sistema laboral no tiene rostro. Es un entramado de políticas que permiten que haya muchas mujeres violentadas al no participar en igualdad de condiciones en el mercado de trabajo. Que se sientan inferiores cuando descubren que cobran menos. Que frieguen suelos de rodillas (en el país que inventó la fregona), hagan camas a destajo, vivan 24 horas cuidando y limpien culos por migajas económicas pero con una gran remuneración en secuelas físicas.

La administración no tiene rostro. Pero se puede permitir mirar el tuyo con desprecio y tratarte como una “chiquilla ignorante” si te atreves a levantar la voz. Porque hay algunas mujeres detentando carteras pero preguntando lo que deben hacer a su señor con los obstáculos que eso supone en nuestro caminar. Porque las leyes tienen cuotas, pero muy poca vida detrás, así que no nos extrañe cuando un policía no sabe reconocer la violencia cuando esta es ejercida sobre un cuerpo de mujer. La violencia hacia las mujeres no es una lacra, es una política pública desde el mismo momento en el que no aplica la prevención en cada espacio de competencia privada y pública.

Abrir los ojos es ampliar el espectro de las agresiones percibidas y comprendidas, es poner "rostro" a unas estructuras que siguen ejerciendo la violencia como forma de perpetuarse. Nos queda juntarnos, denunciar y dejar de sobrevivir para empezar a vivir

La comunicación virtual no tiene rostro. Pero las palabras escritas en redes hieren a la mayoría de las que no tenemos armaduras emocionales fuertes. Los ataques a hermanas, los acosos, los chantajes sexuales, los corrillos de los que se jactan de los desnudos que acumulan en su móvil. Hay dolor cuando dejan de percibirte como una persona, aunque no se sienta físicamente.

La medicina no tiene rostro. Pero pariremos con dolor (a no ser que nos mediquen), sufriremos todas las cargas emocionales (aunque la solución rápida sean los antidepresivos), algunas de nuestras enfermedades serán meros inventos, y podremos definirnos como lo que deseemos ser (siempre que médicos y psiquiatras te lo permitan).

La pandemia no tiene rostro. Este mantra se han atrevido a repetirnos durante meses, pero una vez abierto el telón vemos que es mentira. Trabajadoras del hogar, sobre todo migrantes, despedidas. Cargas escolares sumadas a las laborales y las de cuidados en un mismo espacio, a veces habitable, otras veces no tanto. Y las que vivían con su maltratador han padecido durante meses sin que ello haya echado abajo las estructuras de nuestra civilizada rutina.

La justicia no tiene rostro, la educación, las ciudades, la Historia, la ley de Extranjería y los expolios que “obligan” a crear esa ley de Extranjería… La lista es interminable. Si pensamos en cada parcela de nuestro mundo y fijamos la mirada, la desigualdad se manifestará poco a poco.

Vivo a través de las mías así que acumulo toda una vida de malestares ajenos. Los físicos derivan en un llanto roto y rabia. Los mentales se acumulan como una carga pesada. Abrir los ojos es ampliar el espectro de las agresiones percibidas y comprendidas, es poner “rostro” a unas estructuras que siguen ejerciendo la violencia como forma de perpetuarse. Y una vez identificado, tan solo nos queda juntarnos, denunciar y dejar de sobrevivir para empezar a vivir.

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