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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González
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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El ejemplo

Marcos Díez

Un poco sí que fingía. Es verdad que yo estaba muy triste por la muerte de mi marido pero también es verdad que me gustaba sentirme la protagonista de ese momento. Así que yo sufría porque sufría pero fingía porque de alguna manera sentía un extraño placer al sufrir y lo del placer, claro, no se lo contaba a nadie. ¿Quién me iba a entender? Seguro que hubiesen pensado que no quería a mi marido, que mi marido no me importaba. Y eso sí que no es verdad, mi marido era un buen hombre y me importaba muchísimo. No tanto como al principio, es cierto, pero sentía un afecto sincero por él. Su muerte me entristeció mucho, y mis lágrimas eran sinceras en el hospital y en el cementerio, aunque a la vez sentía por dentro el cosquilleo de una nueva vida que se abría ante mí y, sobre todo, el placer de ser la protagonista indiscutible del momento. Era admirada gracias al dolor que padecía, me sentía importante gracias a ese dolor, ese dolor me dignificaba.

Entiéndanme, no soy de esas personas que quieren ser el centro de todo e intentan convencer a todo el mundo de que son las más inteligentes, las más talentosas, las más adineradas, las que mejor visten, las que hacen los mejores viajes, las más felices o las más guapas. Todo eso me parece vulgar. Vivo cómodamente y bien, claro, pero me parece de mal gusto intentar llamar la atención por cosas tan triviales como los viajes que hago, que los hago, o la ropa que compro. A mí lo que realmente me gusta es ser una buena persona. Dedico a eso tantas energías que a veces sufro tanto o más que quien realmente tiene el problema por el que yo sufro. Los problemas de los demás son muy importantes para mí. Me gusta tanto ayudar que cuando alguien a quien conozco tiene un problema una parte de mí se pone muy contenta porque así podré demostrar a esa persona lo buena que soy. Es un poco raro pero cuando un amigo pierde un trabajo o cuando ocurre una tragedia me pongo triste y alegre al mismo tiempo. A ver, no quiero que le pase nada malo a nadie pero tengo que reconocer que cuando pasan cosas malas me da alegría saber que yo podré hacer algo por ayudar y demostrar así que los demás son más importantes para mí que yo misma.

Las injusticias me afectan muchísimo. Y como el mundo es muy injusto estoy siempre afectadísima. Mi sufrimiento es sincero. Y cada vez que alguien me dice lo valiente que soy o lo mucho que admira mi capacidad para ayudar y denunciar sin descanso me invade un gozo que supera con creces a mi sufrimiento. Cuando escucho a los otros hablar de las cosas tan buenas que yo hago me conmuevo al darme cuentan de lo buena persona que soy. El día que me detuvieron tras las protestas sentí, mientras me metían un poco violentamente al coche de la policía, no miedo o enfado sino euforia. Pocas veces he sido tan feliz. Estar en la cárcel por defender a los otros solo está al alcance de los mejores. Las esposas eran un poco incómodas pero sabía que no me iba pasar nada y que pronto estaría de vuelta en mi casa. Cada noche en el calabozo fue un regalo porque imaginaba las manifestaciones pidiendo mi liberación, las fotografías en el periódico, los homenajes, lo que haría para concienciar a los otros a través de mi ejemplo, las charlas que daría para explicar que hay personas mejores y peores y que las mejores personas somos las que no ignoramos el sufrimiento ajeno, nos olvidamos de nosotras mismas y ponemos nuestras vidas al servicio de los demás.

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