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La excepción santanderina

Vista de Santander desde la bahía.

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Salvo error u omisión, solo tres capitales de provincias en toda España no han conocido alcaldes de partidos de izquierda desde el final de la dictadura. Bien es verdad que, de ellas, Ávila tuvo alcalde del CDS y en la actualidad de la Agrupación Por Ávila, mientras que otra es Bilbao, abonada al voto mayoritario al PNV. Santander, que ya se habrá adivinado es la tercera, solo ha conocido alcaldes de UCD y posteriormente del PP. Es un caso, en consecuencia, prácticamente único en toda España.

Mas allá de tópicos varios, es preciso analizar las razones de la anomalía, porque no se puede aceptar que haya rasgos en el ADN de los santanderinos que expliquen el éxito reiterado de la derecha en la ciudad. Se parte además de otra premisa, evidentemente discutible, pero perfectamente argumentable: la gestión de los sucesivos ayuntamientos de la derecha, desde Juan Hormaechea a Gema Igual pasando por Gonzalo Piñeiro, Manuel Huerta o Íñigo de la Serna, no justifican la fidelidad de la ciudadanía.

Analizando los problemas de gestión, el funcionamiento de los servicios públicos, el modelo de ciudad, la mejora de las infraestructuras de todo tipo, Santander no sale ganando en comparación con ninguna de las capitales próximas. Que Santander disfruta de un entorno privilegiado y que su bahía y sus playas conforman un marco incomparable también admite escasa discusión, pero nadie osará atribuírselos a los gobiernos de la derecha en el Ayuntamiento.

Lo cierto es que, pese a las apariencias, no hay una tradición uniformemente conservadora en la historia de la ciudad. Si nos remontamos al siglo XIX, hasta la restauración borbónica de 1875 el único periodo realmente democrático demuestra una mayoría republicana en la ciudad que respondía a una hegemonía progresista que tuvo su reflejo en las guerras carlistas y en la temprana adhesión de la ciudad a la revolución democrática de 1868. Tras el paréntesis de la Restauración, durante la II República Santander tuvo alcaldes socialistas al principio y al final del periodo, además de varios regidores de Acción Republicana e Izquierda Republicana.

Defender que la dictadura ha dejado una huella indeleble en la ideología de la mayoría de los santanderinos no parece un argumento muy razonable teniendo en cuenta que todas las demás capitales españolas no se han visto afectadas en la misma medida

No hay, por tanto, siquiera una historia que pueda justificar el monopolio de la derecha tras el franquismo. Defender que la dictadura ha dejado una huella indeleble en la ideología de la mayoría de los santanderinos no parece un argumento muy razonable teniendo en cuenta que todas las demás capitales españolas no se han visto afectadas en la misma medida.

Que se trata de una ciudad predominantemente conservadora, dada la composición de la ciudad, puede ser una primera aproximación. Santander subordina su crecimiento y su configuración en las últimas décadas a la primacía del turismo y el sector servicios, abandonando los establecimientos fabriles (astilleros, fábrica de cervezas, Mendicouage, Ibero Tanagra,..), cuya huella va desapareciendo de la ciudad, e inclinando esta hacia la bahía y El Sardinero como ejes principales y desplazando la industria hacia el sur de la bahía (Astillero, Maliaño). Esta evolución da lugar a una preocupación prioritaria por la atracción de forasteros, potenciando la fachada marítima, relegando a las clases populares a la trastienda de la ciudad, invisibilizadas física y mediáticamente.

Sin embargo, esta es una realidad que se ha ido imponiendo en numerosas ciudades españolas, desde la consideración de la primacía otorgada al turismo como sector fundamental de la economía. Hay, en consecuencia, unas razones de fondo, que es preciso combinar con otras que se relacionan más con lo estrictamente político, y que sin duda hacen necesario indagar en la trayectoria de las fuerzas políticas que han actuado en la ciudad.

En este sentido, tampoco cabe atribuir a la derecha una brillantez especial en sus liderazgos. El fenómeno Hormaechea constituía una excepcionalidad que fue superada tras su acceso al Gobierno de Cantabria y su posterior desaparición de la vida pública, siendo sustituido por gestores muy poco carismáticos y con características que en absoluto podrían justificar una capacidad de concitar grandes apoyos populares. Ni Huerta, ni Piñeiro, ni De la Serna, ni Igual, más allá de las diferencias importantes que cabe establecer entre ellos, han supuesto fenómenos personalistas capaces de situarse por encima de siglas e ideologías políticas, como si se pueden encontrar ejemplos en otras ciudades (Tierno Galván en Madrid o Gabino de Lorenzo en Oviedo, desde partidos y espectros opuestos). 

Otra explicación, siempre parcial, habría de dirigirse al terreno de la oferta. Frente a una demanda poco elástica, la oferta aún la ha sobrepasado en rigidez. No de otra forma cabe calificar las propuestas que el PSOE, como principal fuerza de la izquierda, ha presentado a la ciudadanía santanderina. La huida del último candidato del PSOE a la Alcaldía de Santander, Pedro Casares, al Congreso de los Diputados es el último episodio de una falta de compromiso con la ciudad persistente en el tiempo. El “asalto democrático” a la Alcaldía supone un trabajo a medio y largo plazo que implica una labor seria y rigurosa de oposición, que al final no es más que el camino más corto para llegar a la Alcaldía, aunque requiera paciencia; el éxito vendrá dado, más que por sesudos textos y complicadas elaboraciones, por las consecuencias de lo realizado en la práctica durante los años anteriores.

Este trabajo no se ha hecho hasta ahora, de la misma manera que no ha habido una propuesta clara sobre el modelo de ciudad que desde el PSOE se ofrece a la ciudadanía. No son estos tiempos propicios para la implementación paciente de políticas a medio y largo plazo; también la izquierda cae con frecuencia en la búsqueda de atajos en forma de lugares comunes, eslóganes fáciles, mensajes cortos y supuestamente efectistas. No hay alternativa al trabajo oscuro y enfocado al largo plazo. Aquí no ha habido mareas que desbordaran a las fuerzas del bipartidismo, como ocurrió en 2015 en algunas de las principales capitales del país. Aquí ha habido, más recientemente, una izquierda mayoritaria que se negó a desalojar a Gema Igual, despreciando la oportunidad de articular una moción de censura que la negativa de la alcaldesa a aprobar una comisión de investigación sobre la concesión del servicio de limpieza hacía poco menos que obligatoria. 

Desde la izquierda del PSOE no cabe otra opción que la apuesta por un cambio radical que trasforme Santander en una ciudad que a sus indudables atractivos añada la de ser una ciudad amable, con mucho menos tráfico, humos y ruido, en la que los servicios públicos funcionen y se trate igual a toda la ciudadanía, desde El Sardinero al Alisal, desde Castilla-Hermida a Valdenoja. No es tan difícil: se trata fundamentalmente de perseguir esos objetivos con una voluntad política firme. La que no ha existido desde hace décadas, pero que requiere de la decisión de la ciudadanía en las urnas y de la disposición de los representantes electos. Eso que no ha existido en cuatro décadas, pero que quizá se produzca en mayo, porque empieza a ser una necesidad inaplazable.

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