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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Hablemos de la Pantoja

Un cantero cántabro trabajando la piedra. | ALESANDER GARCÍA

Marcos Pereda

Cuando los niños quieren hablar entre ellos sin que se enteren los mayores una de las cosas que hacen es inventarse un idioma propio. Bueno, de las que hacían, que igual ahora con mandarse mensajes de móvil un poco intrincados ya saltan por encima de cualquier comprensión adulta. Pero no escribimos de eso. Al menos hoy no. Decíamos que para conseguir que los “otros” no nos comprendan, una de las formas más efectivas es hablar con un lenguaje que les sea ajeno. Y resulta que en Cantabria tenemos uno de esos, uno de carácter casi gremial, de cuya existencia no todos saben, y que se llamaba nada menos que la Pantoja. Lo pongo así, con mayúscula, para que algún despistado se pierda entre las letritas buscando a quien no está, ustedes me entienden.

¿Sabían que aquí, tradicionalmente, hemos sido pobres? Pero pobres de solemnidad. Hablo en términos históricos (el que quiera sacar conclusiones actuales se ha equivocado de texto), de hace doscientos o trescientos años, cuando la magra ocupación pecuaria (mínimamente agraria) en las zonas rurales apenas alcanzaba para alimentar a tantas bocas, y muchos tenían que emigrar para realizar faenas estacionales lejos de sus casas. Es así como grupos relativamente grandes de trabajadores y artesanos de estos valles se iban juntando en Galicia, en Asturias, en Castilla o donde les dieran un buen sueldo.

Parece que aquí había un cierto tino a la hora de trabajar piedras y metales, de tal forma que, igual que fueron bastante apreciados los campaneros trasmeranos, los canteros de esa zona y de otras como Buelna resultaban objeto de deseo de la obra civil más emperifollada. Y para allá que se iban, para Burgos, o para Mondoñedo, o para donde fuere que hubiera un buen palacio por levantar o una bonita iglesia para reformar. Y allí, con su origen común, con su ocupación laboral compartida, los canteros de, por ejemplo, Trasmiera, empiezan a hablar diferente. En primer lugar para designar las herramientas y situaciones típicas de su trabajo. Pero después esa particularidad se amplia a casi cualquier situación de la vida diaria.

¿Por qué se ponían a parlar entre sí de una forma tan distinta a la que tenía el común de la población? En primer lugar para mantener a buen recaudo sus secretos. Y es que en épocas históricas la manera de construir adecuadamente un edificio (igual que, por seguir con el ejemplo anterior, la de forjar correctamente una campana) era un “sortilegio” aprendido por delegación del saber de generaciones anteriores. En otras palabras, un tesoro que solo podía mostrarse a los ojos de los iniciados y jamás, jamás, dejarlo a la vista de los demás.

No se lleven las manos a la cabeza, porque así es como empieza la masonería medieval y todas esas cosas. Pero, al margen de lo anterior, a mí, que soy un iconoclasta, me gusta pensar que los de Trasmiera (o los de Buelna, o los de Iguña) hablaban así para que no les entendieran los otros, y poder comunicarse con tranquilidad. Vamos, para insultar y reírse del jefe sin que el jefe se entere. Que es algo extremadamente sano. Y tan típico como subir los hombros cuando se camina bajo la lluvia. No sé, manías que tiene uno.

A este lenguaje se le llamaba la Pantoja, como vimos, y lo que empieza siendo un mero vocabulario (es decir, una traslación exacta de conceptos a fonemas diferentes de los que usualmente les designan) avanza para convertirse en algo más. Porque una de las características básicas de la Pantoja es su creatividad. La existencia de paráfrasis, o explicaciones amplificativas. O lo que es lo mismo, el aludir a las cosas dando un rodeo bastante grande. Vamos a ver algunos, no tengan miedo. Así, por ejemplo, cuando en Pantoja se dice “oreta clamo de la iriona”, en realidad se está haciendo referencia a, textualmente, el “agua blanca de la vaca”. Sí, sí, a la leche. ¿Otro ejemplo? Si queremos decir “rezar” diremos “murear los verbos de Quicoa”, o lo que es lo mismo “trabajar las palabras de Dios”. Si deseamos decir “llorar” diremos “oreterar por los llampos” que es lo mismo que“”llover por los ojos“, igual que ”oretear por la gumia“ es ”llover por la boca“ o escupir.

Evidentemente lo anterior, que demuestra una enorme creatividad no solo en lo gramatical, sino, y quizá sobre todo, en lo “metafórico” supone una excepción al lenguaje más habitual de la Pantoja, que era, como dijimos más arriba, el de la traslación exacta de términos. Con influencias claras del francés (“chez” como “casa”), del vasco (“batebí” como “dos”, mezclando el vasco “bat” o “uno” y el latino “bi” o “dos”… dos unos), del inglés (“hombre” es “man”) y expresiones regionales propias.

Además, aparecen palabras cuyo origen es realmente complicado de rastrear, como algunas referentes a la comida (la trucha se llama “arameta”, el arenque “galicia”, las cerezas “vérduras” y las ciruelas “vérduros”) o a ciertas características de la personalidad (el “gacho” será la persona perversa, y el “gachulario” será el color negro, por derivación, y unión, de ambas ideas). Y, por supuesto, cientos de términos específicos para designar herramientas, materias primas y formas constructivas relativas a su actividad profesional.   

Sobre esta Pantoja hay publicado un trabajo clásico de Fermín Sojo y Lomba que posee la cualidad de haber podido beber de fuentes, según dice, directas de entre los últimos hablantes de la jerga. Además hay revisiones críticas posteriores que buscan sistematizar el concepto, aunque pudiera parecer que la obra definitiva sobre este enigma lingüístico está, aun, por llegar.

Así que ya sabe el lector… si este fin de semana alguien con cara de pillo dice de invitarle a un nifrado en la bayuca, que sepa que es un vino en el bar. Pero si le ofrece un urasalienque deberá tener cuidado, que eso es un orujo, y se sube bastante a la morna. No vayamos a acabar trobaos y tengamos problemas con los orrangas

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