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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿La última oportunidad para el medio rural?

Pueblo de Carmona (Cantabria) | JOAQUÍN GÓMEZ SASTRE

David Gutiérrez

“¿Tienes un cigarro?”. Él sabía que yo no fumaba, pero era su forma de saludarme cuando nos cruzábamos por el pueblo o venía a la puerta de la huerta a regañarme sobre la disposición de las hortalizas.

Ese día, Lupi estaba triste. Acababa de salir del funeral de uno de los parroquianos del pueblo. “Habrá un día que no tendremos ni entierros”, me dijo esbozando una pequeña sonrisa y comenzando a alejarse, para desaparecer poco a poco por la cambera que daba al monte.

El pueblo es Hormiguera, uno de los núcleos que sirven como límite con la meseta castellana. Su viejo vecino me dejó pensando en la frase y más allá de la lógica tristeza al ver como uno de los suyos “emigra” y queda otro taburete vacío a la hora del blanco, tras sus palabras había una cierta incertidumbre por el futuro del pueblo.

Es comprensible el dilema, ya que Hormiguera ha perdido 12 habitantes en los mismos últimos años. Podrán pensar que esa decena de habitantes es una nimiedad, pero si según los datos oficiales de población, en Hormiguera hay en la actualidad 29 habitantes, todo empieza a ser entendible.

El caso de los municipios de Valdeprado del Río, que es donde se localiza Hormiguera, es paradigmático y refleja fielmente lo que es el mundo rural cántabro, dónde el envejecimiento y los saldos migratorios negativos de las últimas décadas dejan a muchos pueblos temiendo por su futuro.

La pirámide de población cántabra muestra una población envejecida, donde los mayores de 64 años tienen un porcentaje considerablemente superior al de los menores de 16 y los adultos de mayor edad son mayoría. Este envejecimiento, unido a la emigración producto de la crisis y el retroceso del flujo de inmigrantes, hace que desde 2012 en Cantabria se pierdan habitantes y su población se haya situado en los 584.940 habitantes según los últimos datos del Instituto Cántabro de Estadística (ICANE).

Este descenso poblacional es relativamente cercano a nivel autonómico, pero no así en los municipios del medio rural, que ya vio como muchos de sus habitantes dejaban sus pueblos en manos de la mecanización para ir a trabajar a las ciudades, donde las condiciones eran mejores en casi todos los sentidos.

Lejos de la visión bucólica que se tiene a veces, no hay que olvidar la perspectiva de atraso o desprecio hacia lo rural que ha habido hasta hace pocas décadas, llegando incluso a tener que solicitar a la RAE que eliminase la acepción de “inculto, tosco, apegado a cosas lugareñas” de la voz 'rural' en el Diccionario de la Lengua Española.

En Cantabria hubo un hecho reciente que sujetó bastante la población y no sirvió como catalizador que revertiera población en nuestros pueblos. La periurbanización de las ciudades sirvió para que muchos núcleos circundantes a las grandes aglomeraciones de población acogieran una cantidad considerable de habitantes.

Si atendemos a criterios numerales, las consideraciones del INE definen los núcleos rurales como aquellos en los que su población censada no supera los 2.000 habitantes, a partir de donde comenzarían a formarse los núcleos urbanos.  Ciñéndonos a esta categorización, de los 102 municipios que conforman la Comunidad Autónoma de Cantabria –ha leído bien, 102- hay 56 que no alcanzarían los 2.000 habitantes y 46 que sí.

Con este dato ya puede vislumbrarse el carácter rural de la tierruca. Pero si además comprobamos que los siete municipios con mayor extensión cubren el 25% de la superficie, pero solo agrupan al 1% de la población, el peso de la Cantabria rural se hace más que evidente.

La estructura económica de Cantabria muestra el gran peso de la industria y los servicios en nuestro territorio, pero hay que destacar que sectores que representan un mínimo 2% del PIB autonómico, como la agricultura y la silvicultura, juegan un papel socioeconómico de vital importancia, ya que son fundamentales para la conservación del patrimonio cultural, medio ambiental y paisajístico, así como del trascendental sector agroalimentario.

El mundo va demasiado deprisa y las noticias van devorándose una tras otra. En las últimas semanas el tema de la pobreza o los refugiados han sido asuntos por los que ha girado la casi totalidad de las noticias mundiales. A su vez, en Cantabria, donde las noticias locales cada vez tienen menos peso, arrinconadas entre la noria de deportes, corrupción, puertos o santos en volandas, apareció la noticia durante el verano que la Comisión Europea había adoptado oficialmente el Programa de Desarrollo Rural (PDR) 2014-2020 de Cantabria. Puede que haya pasado de puntillas entre toda la actualidad, pero para el medio rural, para Cantabria, puede que sea una de sus últimas esperanzas de vida.

Eric Fromm, el de “vivir es nacer a cada instante”, afirmaba que debemos estar “abiertos a la esperanza de un futuro que hemos de construir desde ahora para nosotros y para los otros.”

Con esta mentalidad debe trabajarse para construir el futuro del medio rural cántabro, ¿pero será esta vez cuando realmente los fondos públicos aborden este desafío? ¿Cabría la posibilidad de aprovechar el potencial humano de la gente que se ve obligada a abandonar sus países? Quizás es el momento de ser generosos en los planteamientos y un tanto imaginativos, solo así el medio rural tendrá futuro. De lo contrario, seguiremos poniendo tiritas para intentar parar la hemorragia entre la piedra y el monte.

Debo reconocer que el Gobierno cántabro ha actuado con diligencia después de la crisis de los refugiados sirios y ha acordado una serie de medidas concretas, como una dotación económica para la ayuda humanitaria y habilitar una red de albergues, que junto a la Residencia La Pereda (cerrada hace tres años por el anterior Gobierno autonómico) servirán para dar cobijo a nuestros nuevos vecinos.

Son medidas y actuaciones puntuales, que servirán para ayudar a muchas personas que viven un auténtico drama, ¿pero se ha pensado en la estrategia futura? ¿Por qué no damos una oportunidad a estas personas y también a nuestro territorio?

Está muy bien que se busquen mecanismos para mejorar la viabilidad de las explotaciones y la competitividad de todos los tipos de agricultura, se fomente la innovación, la gestión forestal sostenible.... pero sin habitantes, ¿quienes serán los garantes de ese “desarrollo rural”?

Estas políticas, además de mejorar las condiciones de los pocos habitantes que subsisten en el medio rural, deben servir para atraer y radicar allí nuevos pobladores. Esa debe ser la inclusión social y el desarrollo local de las zonas locales que propugna el PDR. Ellos deben ser los que ejerzan esa verdadera custodia del territorio, ya que como señalamos anteriormente, el medio rural se ve muchas veces amenazado por la naturaleza que asoma a sus puertas.

El tener los pueblos habitados pasa por ser una de las mejores políticas de conservación de la naturaleza que podamos encontrar y lo que ahora se llama de manera rimbombante la gestión agroecológica, multifuncional y sostenible del medio ambiente, no es más que lo que hicieron las gentes de nuestros pueblos toda la vida: salvaguardar modelos culturales locales con una perspectiva integradora de razas, especies y parajes.

La ordenación del territorio en Cantabria (mejor lo hablamos a la luz de las velas…) y más concretamente en el medio rural, viene propicia por la cultura campesina cántabra. Los problemas ecológicos debidos a la sobreexplotación campesina en el momento de mayor peso del medio rural, no pueden compararse con los que son generados en la actualidad por su abandono, donde los ecosistemas más salvajes toman en ocasiones el mando y presionan las aldeas desde el monte, derivándose problemas significativos como los incendios o la gestión del lobo.  Este es otro de los tantos beneficios potenciales que deben plantearse con la repoblación del medio rural y el poder facilitar el hábitat de estos espacios a las personas, provengan de donde provengan.

Por ello, quizás algún día Lupi pueda cruzarse con un sirio, un moldavo o un eritreo al que pedir un cigarrillo. Y quizás entonces tenga más suerte que conmigo.

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