Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Ni una muerte más, vías legales y seguras
Este 20 de junio, debemos recordar a esas personas refugiadas, a las personas migrantes, debemos evidenciar su injusto y evitable sufrimiento. Debemos hacerlo mirando con vergüenza las políticas migratorias y de refugio que nuestros gobiernos adoptan, debemos dar a conocer y condenar esas políticas de muerte, para conseguir que cambien, para evitar ser cómplices.
La llegada de personas migrantes que buscan huir de la pobreza y la desigualdad crecientes, no representa ninguna crisis; el número de personas que necesitan asilo y refugio para salvar su vida de las guerras, de la persecución política, de la violencia machista, etc, etc, no es alarmante. Lo que es alarmante es el cierre de fronteras y el incumplimiento de la legislación internacional, europea, española sobre asilo y refugio. Lo que es una crisis es la que padecen países empobrecidos que acogen a la gran mayoría de las personas refugiadas a las que les negamos una entrada segura. Según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), son al menos tres millones y medio en Turquía, un millón y medio en Pakistán y Uganda, un millón en Líbano, setecientos mil en Jordania, mientras que Alemania, la campeona europea, acoge a un millón.
Lo que en realidad es un crimen, es el cierre deliberado de fronteras, la negativa a facilitar rutas seguras a las personas que intentan acceder a Europa, la exclusión y persecución de la las ONGs que salvan vidas. Según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional de Migraciones (OIM), 2299 personas murieron tratando de alcanzar las costas europeas en 2018, y 543 personas más (al menos) en lo que llevamos de año. A ese crimen deliberado se añade la demagogia, entre la más sangrante la que asigna la responsabilidad de todo a los traficantes de personas, además de a las ONGs que rescatan personas, claro. Como bien dice Gianpaolo Musumeci autor del libro 'Confesiones de un traficante de personas': “El peor golpe para el tráfico de personas es la apertura de vías legales y seguras de acceso a Europa. Estamos en un momento en el que Europa se lleva los barcos de las ONG, Italia retira la misión Mare Nostrum, se cierran las rutas, etcétera. ¿Quién está trabajando? Los traficantes”. “Si Europa no crea corredores humanitarios, los traficantes lo hacen. Los traficantes son la respuesta criminal a las necesidades de los migrantes”.
Es necesario mantener presentes estas cifras, estas políticas demagógicas, y relacionarlas con la evidente presencia de personas migrantes y refugiadas entre nosotros. Esas personas trabajan y pagan impuestos, cuidan a nuestros niños y mayores, viven aquí y su vivir nos enriquece. Pero esas personas suelen tener menos derechos que la mayoría, pueden tener que esconderse para no ser deportados, viven con demasiada frecuencia con miedo. ¿Qué relación hay entre todo? Probablemente la ventaja para ricos y poderosos de tener una cantidad importante de mano de obra sin derechos. Seguramente la de conseguir que una parte de la población europea se crea que hay una crisis migratoria, y que las personas migrantes que le sirven un café o pescan el pescado que come son una amenaza. Son políticas viejas y que han funcionado, no solo en la Europa de los años 30 con el auge del fascismo, ya lo hacen ahora con el crecimiento de la ultraderecha racista y xenófoba, con la adopción de su discurso y sus políticas por una parte importante de las fuerzas políticas europeas.
Para combatir esas políticas deliberadas de muerte, debemos aproximarnos a las realidades de exclusión y sufrimiento que estas políticas provocan. Solo así podremos sentir empatía, y podremos sentir que si a nuestros ojos se violan de tal manera los derechos de las personas, o bien nos alegramos porque somos cómplices, o nos daremos cuenta de que mereceremos ser las víctimas siguientes si no hacemos algo para cambiar lo que está pasando.
Vale la pena recordar para eso la historia de Sephora Sahé, de su madre Ruth, de su prima Justine. Ha pasado hace unas semanas, el 16 de mayo en Gran Canaria, una patera naufraga al llegar en medio del oleaje, y Sephora una bebé de 13 meses se suelta del pañuelo que la une a su madre, Justine prima de su madre, pierde a su hija de 8 años y se lanza al agua a buscarla. Sephora y Justine aparecen ahogadas días después en una playa, la niña de Justine consiguió llegar viva a la costa. Ruth, que había sido agredida sexualmente en la patera como otras mujeres, y que había sido obligada a subir a palos a la patera en Dajla, al resistirse a hacerlo por darse cuenta de que no era el barco con las condiciones por las que había pagado a los traficantes, Ruth que tenía además de lo anterior una fisura en una vertebra, estuvo retenida en comisaría sin atención muchas horas. Ruth y Sephora, Justine y su hija, venían de Costa de Marfil.
¿Es una historia especial, distinta a otras? No, es un ejemplo que podemos conocer porque ha provocado una reacción social, porque ha despertado empatía, y acción. El crimen contra Ruth, Sephora y Justine, la parte del crimen que nos toca, comienza cuando se niega a esta familia cualquier tipo de pasaje seguro, cualquier posibilidad de acogida desde África. Ese crimen se consuma porque el lugar del estado, de los poderes públicos, lo ocupan los traficantes de personas, cosa que el estado sabe perfectamente. A la llegada el crimen se envilece más, ¿cómo se puede tener a una persona que sobrevive a un naufragio provocado por modernos negreros varias horas en comisaría sin atención? Como dicen varios de los juristas que han apoyado a Ruth y consiguieron que fuera considerada y protegida como víctima por el juzgado: “Si un grupo de turistas, pongamos unas madres suecas salen desde aquí en barco y los marineros los abandonan y provocan un accidente y mueren algunos de ellas, se abrirían diligencias inmediatas para identificar a las víctimas y a los posibles culpables”. Sin embargo, ha tenido que ser la conciencia ciudadana y solidaria de la gente que no soporta el crimen, la que ha hecho que las administraciones públicas actúen, lo que es a la vez indicador de a lo que nos enfrentamos, y de la manera de hacerle frente.
La historia de Ruth y Sephora, de Justine y su hija, es también la historia del ninguneo, de la desaparición de las víctimas y de su memoria. De eso deberíamos saber mucho en España, donde más de cien mil personas aguardan en las cunetas y fosas comunes donde les dejaron los asesinos franquistas, aguardan a que cumplamos con el deber de darles nombre, de reconocerles su sacrificio, de enterrarles con dignidad. Sephora ha sido enterrada por su madre, una lapida la recordará. Miles de personas ahogadas por las políticas criminales de nuestros gobiernos tendrán que esperar a que las recordemos, las nombremos, y ofrezcamos en su memoria una política migratoria que promueva la igualdad, que sea solidaria, y que reconozca derechos.
Este 20 de junio es un día para ejercer la obligación del recuerdo de los que no debían haber muerto. Es un día para luchar por la igualdad y visibilidad de las personas migrantes que viven aquí, trabajan aquí, que por tanto son de aquí, aunque no tengan los mismos derechos que los demás. Es un día para exigir otra política. Una política de rutas y pasajes seguros, de todos los derechos para todas las personas.
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