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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Cuando el trabajo mata

Trabajadores en una obra.

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Hay una epidemia silenciosa de la que se habla poco y en la que apenas se interviene pese a segar vidas año tras año: los accidentes laborales mortales. Un total de 705 trabajadores fallecieron en accidente laboral en 2021, según datos del Ministerio de Trabajo y Economía Social, casi dos accidentes al día, lo cual sugiere que faltan inspecciones de trabajo y sobra precariedad, pues es un hecho probado que las plantillas estables tienen menos accidentes.

Y no solo crecen los accidentes laborales, hay sobrados indicios para pensar que también esté creciendo el suicidio laboral. En 2020, 3.941 personas decidieron poner fin a su vida, un aumento del 7,9% con respecto a los datos que se recogían del año anterior que coloca este por encima de los accidentes de tráfico como causa externa de mortalidad. En la tétrica intersección entre trabajadores fallecidos y suicidados estarían las personas que se suicidaron en el trabajo, cifra que no se encuentra reseñada en estudios y es difícil perseguir. Sin embargo, pocos estudiosos de la salud en el trabajo dudan de la relación entre el incremento de suicidios, la crisis económica perenne y las condiciones de trabajo, cada vez peores. 

Si bien el suicidio era algo considerado tabú en los medios por lo que se conoce en psicología como ‘efecto Werther', esto es, el peligro de que la noticia condujese a otras personas a imitarlo, la pandemia de la salud mental es tan evidente que hay incluso un cierto esfuerzo de los medios de comunicación para visibilizar tanto el suicidio como los problemas de salud mental. De hecho, los últimos consensos basados en la ciencia recomiendan que se informe de él para potenciar su efecto preventivo: es el llamado 'efecto Papageno'.

Gracias a la información disponible, sabemos que seis de cada 100.000 personas se suicidan al año en España y que es una cifra que no ha parado de crecer en la última década y que es aún mayor en la zona norte del territorio español. Por suerte, Cantabria va en tercer puesto por la cola, con una tasa de 5,5 suicidios per cápita, frente a los 8,6 del Principado de Asturias, que se halla a la cabeza según datos del Informe anual de Sanidad 2010-21. En cuanto a profesiones, los estudios resaltan las tasas en fuerzas de seguridad y sanitarios, siendo la profesión de médico la tercera en la que más personas deciden poner fin a su vida de forma no natural. 

Más allá de rankings, detrás del 90% de los suicidios se encuentran problemáticas de salud mental, y en el ámbito laboral los expertos señalan muy especialmente el estrés crónico que provoca “burnout” o “síndrome del trabajador quemado” y, en general, situaciones de depresión, ansiedad o fatiga. La precariedad laboral, los trabajos socialmente irrelevantes, alienantes y estresantes conllevan un deterioro de las circunstancias vitales que pasa factura. Un 64% de los españoles encuestados por la firma de selección Hays aseguraba que en los últimos doce meses ha sufrido algún cuadro de ansiedad, fatiga o agotamiento a causa de su situación laboral. El 52% de los millennials habían declarado sentirse desmotivados en el trabajo y el 70% aseguraba haber tenido ansiedad o fatiga laboral durante la pandemia de la COVID-19, cifra que bajaba al 61% en el caso de mayores.

Es difícil cuantificar el malestar psicológico laboral de los españoles, dado que las bajas por estrés, ansiedad o depresión se engloban en el apartado general de contingencias comunes, pero los datos indican que el consumo de fármacos no ha dejado de crecer, especialmente desde la pandemia, y eso que los datos de la Agencia Española del Medicamento de los últimos veinte años ya situaban a España como segundo país europeo de mayor consumo de ansiolíticos, cuarto en consumo de antidepresivos y sexto en hipnóticos y sedantes. Con la COVID, el uso de somníferos y relajantes ha crecido un 6%, el de depresores del sistema nervioso un 4%, los antidepresivos se venden en torno a un 5% más y los psicoestimulantes un 6,5%... El cuadro que dibuja este hiperconsumo es poco halagüeño con nuestro mercado laboral.

El teletrabajo supuso en muchos casos un cierto aumento de la calidad de vida y, de repente, mucha gente se ha visto obligada a volver a la oficina, a menudo con frustración y malestar. Los psicólogos clínicos indican un aumento de las consultas por depresión en torno al 40%, sobre todo de síndrome ansioso-depresivo. Expertas en la evaluación de los riesgos psicosociales del mercado laboral en España como Clara Llorens Serrano apuntan que el mundo del trabajo es el origen de entre el 17% y el 35% de las depresiones en Europa. La Encuesta de Riesgos Psicosociales realizada en 2010 en España por ISTAS-CCOO muestra que las reestructuraciones empresariales que conllevan ajustes de plantillas se traducen en mayores tasas de mortalidad y suicidio. Estudios ya de los años 80 ya mostraron que el riesgo general de mortalidad para los hombres aumenta en un 44% durante los primeros cuatro años posteriores a la pérdida del trabajo en procesos masivos de despido y cierre de negocios.

La exposición de los y las trabajadoras a todos estos riesgos psicosociales es, por supuesto, desigual, muy superior en el caso de los empleados precarios y las mujeres —por no hablar de los y las migrantes sin papeles, con sus derechos expoliados—, y también en ocupaciones como ayudantes de cocina, gericultoras, ayuda a domicilio, cajeras y reponedores, auxiliares de enfermería, camareros y limpiadores. La clásica y clasista distinción entre trabajo manual e intelectual pasa factura en esto también. Los estudios confirman que cuando se trabaja en condiciones deficientes y con bajo poder de decisión la posibilidad de caer en depresión es del 77%. Si la inseguridad laboral es elevada, la posibilidad es del 71% y del 77% para la ansiedad, y en 2005 un 14% de los trabajadores de la UE-27 temían perder su empleo en seis meses, pero en 2010 esta cifra se elevaba ya al 16%... Es como el chiste de Woody Allen: el trabajo es como esa comida que es una porquería y encima te frustra que se acabe. 

Con un desarrollo técnico que nos coloca ya de lleno en la robotización, y como ocurre en tantos otros ámbitos, en desarrollo, en calidad de vida y valores es cada vez más ínfimo. Lejos quedan los sueños de Marcuse de una sociedad en la que se mejoraran las condiciones de trabajo de todes apoyándonos en la técnica mientras el modelo neoliberal de explotación sin control, de crecimiento ilimitado e inhumano, fomenta una sociedad del cansancio, en expresión de Byung Chul Han, que no deja de abandonar a gente en las cunetas. En algún momento habrá que hacer algo… o dejar de hacerlo: mucho mejor una huelga a tiempo que dejar que nos mate el mal trabajo. 

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