Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Violencia
A unos amigos míos les ofrecieron el otro día una hostia. Una de las que duelen, no de las otras. El joven que los amenazó tuvo una reacción desproporcionada ante un asunto de poca importancia. Gritó, empujó, amenazó con sus puños. Ante la violencia (la física, porque violencias las hay de muchos tipos) es difícil reaccionar porque no estamos acostumbrados. Una persona dispuesta a agredir a otra es muy desestabilizadora para alguien que nunca se ha pegado con nadie. Otro amigo, abogado, me dice que en esas situaciones las personas pacíficas siempre salen mal paradas: si llegan a las manos, mal (no es agradable que te partan la cara, pero tampoco partírsela a otro); si adoptan una actitud sumisa para que el agresor se calme, mal; si llaman a la policía para que la policía interceda ejerciendo la violencia en su nombre, mal.
Es decir, una vez que se tiene la mala suerte de tropezar con un energúmeno violento no hay manera de salir de la situación con un buen sabor de boca. Mis amigos optaron por no perder los papeles, la cosa no fue a mayores pero se fueron con la desagradable sensación de que la otra persona, con su arrogancia física, les había tratado mal y de que ellos, acobardados, no le habían sabido hacer frente. Los agresores tienen esa capacidad de amenazar con dar una hostia y de que la víctima, encima, se sienta culpable por no devolverla o por devolverla. Hay que joderse. Ganan siempre. De esto nos podrían hablar más y mejor muchas mujeres porque a los hombres, la verdad, nos amenazan mucho menos.
No me he pegado nunca con nadie y las veces que me he topado con una persona que ha sido agresiva físicamente conmigo no he sabido bien cómo reaccionar. Es decir, ante la agresividad verbal reacciono bien y no siento ansiedad. Pero la agresividad física me parece mucho más compleja de gestionar porque se desarrolla a través de un idioma que no es el mío. Así que intento evitar a los violentos y, de toparme con uno, no tengo ningún problema en guardarme mi orgullo un rato en el bolsillo, no entro al trapo y trato de escabullirme (si se puede). Es mi manera de salirme con la mía porque mi prioridad en esos casos no es imponerme al otro sino librarme del violento sin tener que llegar a las manos. Vamos, que en esas situaciones mi mejor salida es no caer en esa violencia física que me desagrada y que se me quiere imponer.
Lo más triste es que muchas de esas violencias gratuitas son reacciones a asuntos tan menores como un pequeño incidente de tráfico o una mirada que no gusta o un tropezón accidental: memeces por las que algunos están dispuestos a partir la cara a alguien. Casi todos, seguro, hemos vivido situaciones parecidas. Cuando me toca, si puedo y no hay terceros implicados (algo que lo puede cambiar todo), intento escabullirme lo antes posible porque la vida es demasiado valiosa como para echarla a perder por culpa del primer idiota que, incapaz de gestionar sus frustraciones, quiera resolver las cosas que no le gustan golpeando (qué cosa más estúpida y primitiva) el cuerpo de un tercero.
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