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Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.

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“Estoy hasta los cojones de todos nosotros”

Caricatura de Estanislao Figueras dibujada por Tomás Padró

Javier Gallego

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Estoy harto de las batallas de la izquierda. Harto de ver cómo se destruye a sí misma, una y otra y otra vez, en guerras fratricidas, suicidios colectivos, asesinatos cainitas. Harto de los puñales por la espalda, los disparos al pie, los tiros en la cabeza. Harto del fuego cruzado a través de la prensa entre quienes tendrían que sentarse en una mesa a solucionar sus diferencias. Harto de la irresponsabilidad de los dirigentes que se dan de navajazos en los medios para ganar una pelea callejera en la que pierde la calle y pierden a la calle. Por culpa de los botellazos que se repartieron antes del pacto de los botellines, Izquierda Unida y Podemos se dejaron más de 1 millón de votos en las elecciones. Porque la gente se harta de ver cómo están más a sus cosas de partido que a las nuestras. 

Yolanda Díaz lo sabe, lo dijo en Lo de Évole, pero no se aplicó el cuento. Se aplicó a lo contrario, a seguir el combate. Dijo que no se puede buscar la unidad a tortas como hace Podemos porque eso deprime al electorado y luego se dedicó a deprimir al electorado repartiéndole a Podemos con la mano abierta, pero no tendida. Las preguntas de Évole tampoco ayudaron porque más que “Lo de Yolanda Díaz” el programa pareció “Lo de Pablo Iglesias”. Pero si la candidata de Sumar hubiera ido a tender puentes, no los hubiera quemado casi todos. Fue a fijar posiciones. A clavar su bandera. A seguir la guerra. Ya lo dijo ella misma: es una negociadora durísima. Está debilitando a su rival para negociar con ventaja. 

El domingo, Yolanda Díaz ensanchó la herida, y el lunes, Pablo Iglesias metió la mano entera. Dijo que la unidad sigue siendo necesaria pero que está aún más lejos después de una entrevista que demostró que Sumar y Podemos son proyectos distintos. En la entrevista, Yolanda Díaz apoyó al Sáhara frente a Sánchez, llamó dictadura a Marruecos y pidió la dimisión de Marlaska por Melilla. No se ven diferencias tan grandes, pero la nueva campaña de Podemos es que Díaz o Garzón se ponen de medio lado con la OTAN y Belarra y Montero no se callan. Sin embargo, Iglesias tuvo que callarse cuando era vicepresidente, como reconoció cuando salió del Gobierno. Así que el ex vicepresidente está haciendo lo mismo que la vicepresidenta: marcar posiciones en el frente de una negociación a tiros. 

Lo ha escrito él mismo en su artículo en CTXT, Ione Belarra le ha pedido que sea el partisano en los medios. A la vista de su dedicación al tiroteo, diría que él también se ha ofrecido para el puesto. Es su reconocimiento de por qué se ha tirado al monte y no hace prisioneros. La buena noticia es que quieren negociar aunque no lo parezca. La mala noticia es que antes van a librar esta guerra para ver quién es más fuerte antes de llegar a la mesa. El problema son las bajas de votantes que caerán en esta carnicería. La izquierda es tan tozuda y obtusa que quiere ganar esta batalla aunque pierda la guerra. Lo importante es tener razón aunque no tengas votos. Ganar por eliminación, no por acumulación. Aniquilar al otro antes que asimilarlo. Vencerlo antes que convencerlo. La izquierda se comporta como derecha —intransigente, implacable, inmisericorde— cuando coge el fusil y la guerrera.

La primera víctima de la guerra es la verdad. No es verdad que Podemos y Sumar sean muy distintos. Quince formaciones de la izquierda, incluida la mayor parte de Unidas Podemos, están en Sumar. Podemos quiere unirse pero no integrarse porque cree que se desintegrará, como algunos creían que IU se desintegraría en Unidas Podemos. Se trata de lo mismo. Una lucha por la hegemonía disfrazada de lucha por la ideología. El riesgo de prolongar mucho esta guerra abierta es que perderá la izquierda y perderá la gente. Como escribió Iglesias, “no sé en qué va ayudar a que Ada Colau revalide la alcaldía”. Él se refería a las “hostias” que le dio Yolanda Díaz, pero se puede aplicar también a las suyas. 

No ayuda llamar “miserable” a la vicepresidenta ni ayuda que ella se ponga de perfil cuando le preguntan si va a apoyar a Unidas Podemos en las municipales y autonómicas. No ayudan la guerra de guerrillas en las redes ni los periodistas que cavan trincheras en sus tribunas de prensa. No ayuda nadie que continúe esta bronca nefasta en la que se puede perder mucho: desde los avances sociales y económicos hasta la próxima ley de vivienda. No ayudáis, colegas. Somos muchos los que nos sentimos como Estanislao Figueras, primer presidente de la I República, cuando se hartó de la imposibilidad de llegar a un acuerdo y dicen que dijo (la frase es probablemente apócrifa): “Señores, les seré franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Después, cogió un tren y se exilió en Francia. Ahora ni París nos queda.

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